(CNN) – Hay pocos indicios de los horribles hechos sucedidos dentro de este pequeño templo de paredes rosadas dedicado a Ram, una deidad hindú, ubicado en el centro de una tupida jungla, al norte de la India.
En un documento de la policía local se lee que una niña de ocho años, que cuidaba caballos que pastaban cerca, fue secuestrada y mantenida a la fuerza dentro del templo durante varios días, en enero de este año.
La niña musulmana, que no puede ser identificada bajo la ley india, fue hallada muerta después.
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Los investigadores afirman que la pequeña fue drogada. Y violada. Una y otra vez. Por varios hombres adultos.
Su cuerpo habría sido hallado cerca del sendero que conduce al sitio sagrado.
Según el documento policial, a la niña también la estrangularon y luego le golpearon la cabeza con una piedra.
Los siete hombres acusados, todos hindúes, niegan todos los cargos. Un octavo, un jóven, será juzgado por separado.
Tensiones comunales
Jammu y Cachemira, en la frontera de la India con Pakistán, es un estado que enfrenta una agitada insurgencia por las constantes atribuciones pakistaníes del territorio.
Aunque el estado es mayoritariamente musulmán, Kathua, donde tuvo lugar el incidente, es abrumadoramente hindú.
Los líderes y activistas locales hindúes se han unido a mítines en apoyo de los hombres acusados. Muchos afirman que no hubo violación. En su lugar, insisten en que los detenidos han sido detenidos por la policía como parte de una conspiración antihindú en todo el estado.
“La ministra en jefe (una musulmana) y las otras personas que solo quieren perturbar la tranquilidad del área”, dice Vijay Kumar Sharma, presidente del grupo de presión recientemente formado Hindu Ekta Manch (Foro de la Unidad Hindú).
“Están teniendo algunas conspiraciones. Definitivamente están teniendo conspiraciones. Es por eso que se han dirigido a personas que pertenecen a una comunidad (Hindú)”, agrega Sharma.
La víctima infantil fue enterrada en tierra dada por otros musulmanes que viven cerca. El donante de la tierra le dijo a CNN que había sido hostigado por vecinos hindúes amistosos, que advirtieron la familia se mantenga lejos de la ciudad y mantenga un perfil bajo.
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Para Abdul Jabbar, quien al igual que la víctima es miembro de Barkawal, un grupo musulmán seminómada, el crimen de la niña es un mensaje a todos los nómadas que vienen al área a pastar: “No vengan”.
Las tensiones, dice, son nuevas. Él cree que son fomentados por el gobierno de la India, dominado por el Partido Bharatiya Janata del primer ministro Narendra Modi, el BJP.
“Hemos estado viniendo aquí durante mucho tiempo y nunca ha sucedido antes y desde que este nuevo gobierno ha llegado al poder, esta es la agenda del BJP que se está implementando aquí”, dice Jabbar.
El condenable hecho ocurrió en el pequeño distrito de Kathua, dominado por los hindúes, en la región de Jammu.
Mayoría empoderada
En 2012, en un caso que provocó protestas en todo el país, Jyoti Singh Pandey, de 23 años, fue violada en grupo por seis hombres en un autobús en movimiento en Delhi. Fue una de las 25.000 violaciones reportadas en todo el país ese año. Para 2016, ese número se había disparado a alrededor de 40.000, según las estadísticas del gobierno.
Los motivos de tales crímenes solo pueden ser realmente comprendidos por quienes los cometen. Pero las condiciones que hacen que los hombres se sientan autorizados a atacar tienen raíces complejas en la India, un país de aproximadamente 1.300 millones de personas.
“Existe un vínculo directo entre el nacionalismo creciente de la política en la India, especialmente del nacionalismo hindú, la mentalidad de pandillas, la idea de que el ‘otro’ es un objetivo justo y también lo son los ataques contra musulmanes y dalit (la casta más baja de la India conocida como ‘intocables’)”, dice Ruchira Gupta, galardonada activista y fundadora de Apne Aap, una ONG que lucha contra la violencia y el tráfico sexual en la India.
El sistema de castas asegura un sentido de propiedad y superioridad en aquellos que están más arriba en la escala social.
Y no hay duda de que una sociedad que valora a los hijos por encima de las hijas –por cada 107 hombres nacidos en la India, hay 100 mujeres– puede haber un sentimiento entre algunos hombres de que son dueños de las mujeres y, por lo tanto, sus cuerpos.
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La semana pasada se supo que, cuando un grupo de hombres supuestamente violaron en grupo a una niña de 16 años en la provincia de Jharkhand y llevaron el caso al consejo del pueblo, los presuntos violadores fueron sentenciados a 100 sentadillas y una multa de 50.000 rupias (unos 750 dólares).
Indignados por haber sido castigados, se volvieron contra su víctima y contra sus padres, los atacaron y quemaron su hogar. La adolescente murió en el incendio, según Ashok Ram, el agente a cargo de la estación de policía local.
‘Lo niego’
Como era de esperar, tal vez, el ministro de Leyes y Justicia de la India, Ravi Shankar Prasad, negó que su partido, o el nacionalismo hindú, esté relacionado con el tema de la violencia sexual.
También señala, cuando se le preguntó, que dos ministros del BJP en el gobierno estatal de Jammu y Cachemira que habían participado en protestas de apoyo a los hombres acusados de violar y asesinar a la niña de ocho años en Kathua fueron obligados a renunciar.
Sin embargo, admite que los esfuerzos del gobierno por abordar el problema de la violencia sexual en la India se debieron a la indignación pública.
“Hubo una conmoción en el país y respondimos a eso y hoy hemos cambiado la ley por una ordenanza. Si es menor de 12 años, se le impondrá la pena de muerte. Si con una violación en grupo, se le otorgará la pena de muerte”, dice Prasad.
Ya sea a través del esfuerzo del gobierno o del trabajo a más largo plazo de agencias de ayuda y abogados para buscar ayuda y justicia para las víctimas de violencia sexual , hay indicios de que tal vez el creciente número de violaciones reportadas refleja la creencia de que vale la pena informar.