(CNN) – Este domingo, el presidente de Estados Unidos Donald Trump publicó en su cuenta de Twitter: “Entonces, el presidente (Barack) Obama sabía sobre Rusia antes de las elecciones. ¿Por qué no hizo algo al respecto? ¿Por qué no le informó a nuestra campaña? ¡Porque todo es un gran fraude, y él creía que la Torcida Hillary iba a ganar!”.
El mensaje parece claro: toda la investigación acerca de la activa intromisión rusa durante las elecciones presidenciales de 2016 es un “fraude”. Lo que resultaría extraño dado que la comunidad de inteligencia estadounidense concluyó de manera unánime que Rusia no solo trabajó para interferir en los comicios, sino que además lo hizo con el fin de ayudar a Trump y afectar a Clinton. Pero, como en repetidas ocasiones Trump se ha negado a reconocer este hecho –incluso cuando estuvo al lado del presidente de Rusia Vladimir Putin la semana pasada en Helsinki, Finlandia–, todo tuvo una especie de sentido extraño.
Aunque, claro, cuando él dijo que “todo es un gran fraude” no se refirió precisamente a la investigación acerca de la trama rusa que lidera el fiscal especial Robert Mueller. Al menos, así lo aclaró la secretaria de Prensa de la Casa Blanca, Sarah Sanders. “Él hizo referencia a la acusación de que su campaña tuvo algo que ver con eso”, explicó la funcionaria en la mañana de este lunes.
Algo que, mmm, OK. Quizás sin contexto esa explicación tiene sentido. Tal vez. Pero el contexto del comportamiento que tuvo Trump la semana pasada sugiere un patrón simple: el presidente dice o tuitea algo que realmente cree y después su personal de la Casa Blanca trata de explicarlo incluso cuando, de cierto modo, él trata de debilitar sus explicaciones. El resultado es un mandatario y una Casa Blanca ahogándose en sus propias contradicciones y falsedades frente a un tema –una nación interfiriendo en la democracia de EE.UU.– que se encuentra en el corazón del experimento estadounidense.
Repasemos parte de ese contexto.
Apenas hace siete días en Helsinki, Trump se negó a condenar a Putin por la intromisión electoral. Es más, en lugar de eso afirmó que tanto Rusia como Estados Unidos eran responsables de la interferencia. Y añadió que él mismo le había preguntado a Putin directamente si Rusia orquestaba una campaña de interferencia. “Él simplemente dijo que no es Rusia”, dijo Trump. “No veo ninguna razón por la que podría ser”, remató.
Al día siguiente, es decir el martes 17, Trump se ve obligado a presentar algo extremadamente raro para él: una rectificación. Mientras leía lentamente el mensaje escrito en un papel, el presidente señaló que hubo un malentendido y que él quiso decir “no podría” en vez de “podría” durante la ya famosa frase de “No veo ninguna razón por la que podría ser (Rusia)”. Entonces, según el mandatario, la oración debió leerse: “No veo ninguna razón por la que no podría ser (Rusia)”, lo que significa que reconoce la interferencia del país liderado por Putin.
Tampoco hubo explicaciones sobre por qué –si todo esto fue un gran malentendido por la elección incorrecta de palabras– Trump no consideró apropiado rectificarlo en ninguna de las entrevistas que tuvo con Fox News desde que dio la conferencia de prensa el lunes con Putin en Helsinki hasta que emitió la aclaración un día después.
Después ocurrió un intercambio el miércoles entre Trump y un periodista que le preguntó si Rusia todavía tenía como objetivo a Estados Unidos. “No”, replicó Trump, desencadenando una polémica completamente nueva. Pero, de nuevo, la secretaria Sanders tuvo algo que aclarar. Según ella, Trump no estaba respondiendo con una negativa al interrogante de si Rusia seguía apuntando al país, sino que simplemente dijo “no” porque él no quería contestar más preguntas. Excepto porque, bueno, aceptó más preguntas después de esa respuesta.
Tal vez uno de estos incidentes podría explicarse simplemente por una equivocación al hablar. O por una interpretación incorrecta de los medios. Pero, ¿tres “malentendidos” en una sola semana? ¿Todos sobre el mismo tema? Parece extremadamente improbable.
La razón de toda esta confusión y mensajes contradictorios es simple: el presidente de Estados Unidos tiene una serie de convicciones frente Rusia y a sus intentos de interferir en las elecciones de 2016, que van en desacuerdo con la comunidad de inteligencia del país y con todos los demás (cuyo nombre no sea Devin Nunes) que están en posición de saber de lo que hablan.
Trump no está dispuesto o es incapaz de separar estas dos ideas: 1) Rusia intentó interferir en las elecciones para ayudarlo y 2) Aún así, él es el presidente. Reconocer lo primero no invalida lo segundo. Rusia pudo intentar engañar al sistema y, de todos modos, Trump podría haber ganado.
Todos a su alrededor ven eso. La Comisión de Inteligencia del Senado. El director de la CIA. El director del FBI. El director de Inteligencia Nacional. Y lo que también saben es que Rusia ya está trabajando de nuevo en su interferencia, motivada por los éxitos que logró en 2016.
Incluso cuando Rusia planifica –y ejecuta– ese plan, la Casa Blanca permanece estancada en una posición neutral para enfrentar dicha amenaza. Porque el Presidente simplemente no se atreve a decir estas frases: Sí, Rusia intentó entrometerse en nuestra elección. No conspiré con ellos y no hubo impacto en el resultado. Aún así, Rusia ha demostrado ser un mal actor en el escenario nacional y los trataré de esa manera hasta que su comportamiento cambie.
Por el contrario, Rusia está ahogando la presidencia de Trump y sembrando el caos en Estados Unidos: exactamente lo que Putin quiere.