Nota del editor: Roberto Izurieta es director de Proyectos Latinoamericanos en la Universidad George Washington. Ha trabajado en campañas políticas en varios países de América Latina y España y ha sido asesor de los presidentes Alejandro Toledo, de Perú; Vicente Fox, de México; y Álvaro Colom, de Guatemala. Izurieta también es analista de temas políticos en CNN en Español. Diego Area es un politólogo que actualmente cursa una maestría en Gerencia Política en la George Washington University. Además se desempeña como asistente de investigación en la Graduate School of Political Management de la misma universidad.
(CNNEE) – Iván Duque, en su última entrevista a la BBC, afirmó con claridad y firmeza que “si la dictadura no termina, la migración no se detiene” y tiene razón. En este punto la única solución para la crisis venezolana y regional es la salida inmediata del poder del gobierno fallido de Nicolás Maduro y convocatoria a elecciones libres por un gobierno de transición que garantice condiciones para la oposición y la comunidad internacional.
Reafirmando lo mencionado en nuestro artículo anterior, no olvidemos a Venezuela, no solo por las sistemáticas violaciones de derechos humanos, las alarmantes cifras de hambre o las muertes violentas que igualarían a las de una guerra. El gobierno de Maduro debe cesar porque representa una amenaza inminente para la estabilidad de la región.
Las palabras de Mario Benedetti son sabias cuando decía: estamos “curados de espanto, y sin embargo” no nos deja de impresionar la velocidad con la que el gobierno de Maduro ha acelerado la ola de represión, crueldad, corrupción exacerbada, además de su incapacidad comprobada para gobernar.
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El joven diputado opositor Juan Requesens fue secuestrado en su domicilio a principios de agosto violando todos sus derechos constitucionales y su fuero parlamentario. Presenciamos con horror como días después de su secuestro aparecieron imágenes que demostraban como fue vilmente torturado, intoxicado y forzado a declarar bajo condiciones inhumanas, según denunció su partido.
El 73,5% de la migración venezolana son jóvenes, entre 20 y 39 años, que buscan seguir adelante, que se separan de sus familias y de su tierra persiguiendo sueños, la mayoría de ellos sin dinero ni comida, con sus hijos en brazos, enfrentando miedos, luchando valientemente para buscar un futuro distinto, con el terco anhelo de sobrevivir, de vivir, de progresar, desplazados por el alud de miseria y caos generado por el régimen.
Maduro ha demostrado ser profundamente incompetente para gobernar el país. Según ENCOVI, el 87% de la población vive en condiciones de pobreza y, solo en 2017, 6 de cada 10 venezolanos perdieron 11,4 kg de peso y hasta ahora con una inflación proyectada por el FMI de 1.000.000 % para este año, estamos “curados de espanto, y sin embargo…“.
Una investigación realizada por el diario The Economist proyecta que el éxodo venezolano pudiera alcanzar eventualmente los 6 millones de migrantes, equiparando la crisis de refugiados generada por la guerra civil de Siria (la mayor crisis migratoria en la historia después de la segunda guerra mundial) que sin duda ha impactado fuertemente a Europa.
La gravedad de la situación ha obligado a países de la región a coordinar acciones para atender la crisis migratoria. La Comunidad Andina de Naciones (CAN) convocó en Lima el pasado 29 de agosto una reunión extraordinaria de emergencia para abordar el flujo migratorio masivo de venezolanos. El Ecuador, dada la urgencia del tema, adelantó para el 3 de septiembre la reunión técnica regional intentando encontrar mecanismos coordinados para afrontar el éxodo. Y por su parte la OEA convocó este 5 de septiembre a reunión extraordinaria en Washington de su consejo permanente para tratar el tema.
Esta crisis de Venezuela está generando un problema adicional que poco habíamos anticipado: la xenofobia. Comienza a aflorar en América Latina como arma de aquellos populistas (de derecha o izquierda) que ven en esta tragedia de muchos y condiciones políticas favorables la puerta para sumar popularidad, exacerbando el odio, rechazo y repudio a las víctimas y no a los responsables.
En Brasil, donde la gobernadora del estado fronterizo de Roraima, Suely Campos, pidió en declaraciones el cierre inmediato de la frontera, un campamento de refugiados venezolanos en Paracaima fue atacado por residentes, quemando sus pertenencias y obligándolos a regresar a Venezuela. Fue tan grave el problema que el presidente Michel Temer dispuso la movilización de tropas a la frontera. En Perú, el candidato a la Alcaldía de Lima, Ricardo Belmont, señaló que venezolanos entran a Perú “a tropel”, y que no deben dejar entrar a extraños a su casa. En el caso de Colombia, el congresista Juan Pablo Celis pidió igualmente el cierre “inmediato” de la frontera. El virus del populismo nacionalista puede haber encontrado un nuevo aliado en Latinoamérica (como en los EE.UU.): la xenofobia.
El sistema democrático en Venezuela está roto. Es una dictadura, por lo que aplaudimos las iniciativas de la región, pero urge intensificar la presión política para forzar la salida del gobierno de Maduro lograr una transición inmediata que garantice elecciones libres para recuperar la democracia, el bienestar y la estabilidad política en Venezuela.
Le debemos a Winston Churchill la sabiduría que mostró durante la Segunda Guerra Mundial, al reconocer cuando retroceder, cuando negociar y cuando actuar con determinación para enfrentar una amenaza inminente. Si no reaccionamos con determinación y claridad las consecuencias para los venezolanos y para la región proyectan ser catastróficas. Estamos “curados de espanto, y sin embargo…“.