Nota del editor: Prateek Harne es médico residente en medicina interna, en el hospital de la Escuela de Medicina SUNY Upstate, en Syracuse, Nueva York. Las opiniones expresadas en esta columna son propias del autor. Ver más en la sección de Opinión, en CNNE.com
(CNN) – “Tengo mucho miedo”, dijo mi paciente, mientras mi corazón se aceleraba. Ella no era la única.
Mientras escribo esto, la pandemia de coronavirus ha alcanzado más de 580.000 casos en todo el mundo, EE.UU. ha superado a China con la mayoría de los casos, y todavía sigue en aumento.
Soy un médico residente que trabaja en el hospital de la Escuela de Medicina SUNY Upstate en Syracuse, Nueva York. Estaba mentalmente preparado para ver estos casos en nuestro hospital, pero lo que he visto en las últimas dos semanas, teniendo en cuenta lo que sabemos sobre este virus hasta ahora, me ha cambiado.
Como médico, estamos preparados para escuchar con calma, comprender y validar la ansiedad de nuestros pacientes. En varios encuentros, estamos capacitados para manejar estas situaciones a fin de que nuestros pacientes se sientan reconocidos y aliviados después de haber tenido una conversación con ellos.
Pero de vez en cuando ocurre una interacción que deja un impacto indeleble.
Mi primer encuentro con un paciente positivo de covid-19 es algo que nunca olvidaré. La habían ingresado tres días antes, y me pidieron que la evaluara, ya que sus requerimientos de oxígeno habían aumentado dramáticamente. Mientras estaba de pie en su habitación, mi corazón se aceleró. No me di cuenta en ese momento, pero estaba asustado.
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Con una distintiva respiración entrecortada, me dijo lo amables que todos habían sido con ella en el hospital. Le di las gracias. Después de examinarla, le dije que necesitábamos entubarla –insertar un tubo en su garganta– para que respirara mejor, y ella respondió diciéndome que estaba muy asustada. Tomé su mano y le dije que se necesitaba valor para hacer lo que estaba haciendo.
Ella me pidió que llamara a su esposo, que estaba en cuarentena en casa después de dar positivo, y que le dijera que lo amaba mucho. Hice lo que ella me pidió, y él me preguntó si podía decirle lo mismo.
Cuatro días después, falleció debido a insuficiencia respiratoria grave, a pesar de la terapia médica de apoyo. Cuando supe la noticia, pasé de estar ansioso a asustarme y luego, finalmente, a aceptarlo. Creo que mi ansiedad provino de tres causas: la imprevisibilidad clínica de la enfermedad, su alta transmisibilidad y, lo que es más importante, no poder aliviar la angustia de mi paciente.
Desde entonces, cada vez que he ingresado a la habitación de un paciente posiblemente contagiado con covid-19 me he sentido asustado, asustado de infectar a otros pacientes, a mis colegas o a mis seres queridos.
Los proveedores de atención médica asumen, e incluso olvidan, el costo emocional que puede tener el trabajo. Si se encuentra con alguno de nosotros en el pasillo, puede olvidar por un momento que estamos en medio de una pandemia. Entramos al trabajo, sonrientes, tranquilos y serenos. Mis días libres los paso desacreditando mitos sobre este virus con mi familia y amigos cercanos.
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Todos proyectamos una versión de nosotros mismos al mundo exterior, una que no se inmuta por la incertidumbre, aun cuando todos sabemos que tenemos miedo.
Este acto de galantería tiene un profundo costo personal. Las abrumadoras emociones te quitan pequeñas partes de ti sin que lo sepas, lo que lleva a una agitación contenida y eventualmente, para algunos, al agotamiento. No mostramos nuestras vulnerabilidades al mundo, pues creemos que hacerlo provocaría más pánico a los de afuera.
Está completamente justificado estar abrumado. Pero sabemos que el pánico y el caos nunca pueden acompañar al médico cuando está tratando a un paciente moribundo, o está lidiando con una pandemia para el caso.
Durante estos tiempos, nos encontramos volviendo a algo que nos hace humanos. Algo no relacionado con esta pandemia que nos une. Desde cantar canciones en los balcones, como hicieron muchos de los confinados en Italia para hacer frente y mostrar solidaridad, hasta donar a hospitales, ofrecer ayuda a los proveedores de atención médica, quedarse en casa y mantener la distancia social. Todo esto nos dice que cada uno de nosotros está haciendo su parte. Encuentro mi salvación escribiendo.
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Hay mucho de qué preocuparse en medio de la creciente incidencia, la alta transmisibilidad, las modalidades de tratamiento no concluyentes, la posible escasez de equipos de protección personal, la caída de la economía y el desempleo que enfrenta este mundo, que usted y yo enfrentamos. Pero si tomamos un día a la vez, nos enfocamos con calma en nuestro papel en esta lucha, entonces podremos ver la luz al final de este túnel, y probablemente pronto.
Soy un soldado en esta batalla, estoy luchando mi parte y te pido que luches con la tuya. Respira y sigue luchando.