A las afueras de Port Stanley, el campo de minas Sapper's Hill es limpiado poco a poco con la ayuda de un contratista privado.

Por José Manuel Rodríguez, CNN

Port Stanley (CNN) – El mítico y lejano recuerdo de estas islas nos lleva a la imagen de la Dama de Hierro, del dictador afiebrado y de los soldados argentinos que dejaron sus vidas en las colinas heladas y ventosas cercanas a Port Stanley.

Por estos días, mientras las tensiones diplomáticas suben de tono, los isleños con los que hablamos dicen sentirse más orgullosos de su cultura. Reclaman su soberanía por el archipiélago, dicen que ninguno de ellos quiere ser argentino, explican que sus familias vienen desde hace nueve generaciones y que su cultura y tradiciones son de origen británico.

Aseguran que no se sienten ni británicos ni argentinos. Se sienten isleños. “We are Falkland islander”, me dice en inglés Liam, un joven de 21 años que trabaja en uno de los supermercados locales. “Solo queremos que se respete el derecho a decidir nuestro propio destino y aspiramos a que podamos vivir en paz”.

En Port Stanley no se habla español. Predomina el inglés, se conduce por la izquierda, se bebe scotch, sus tradiciones son británicas y su cultura también. El grueso de la población es local. La amplia mayoría nació y se crió en las islas. Las minorías más importantes son oriundas de Chile y Santa Helena respectivamente. Ambas comunidades están mezcladas, familiar y socialmente, con los “kelpers”.

No vimos ningún signo ni vestigio de cultura argentina. Salvo 29 personas, que están vinculadas a una misma familia, cuya mayoría pertenece a los Testigos de Jehová. Son gente esforzada, muy amable y que, en todo momento, evitaron hablar frente a una cámara.

En su mayoría, este puñado de argentinos llegó a las islas después de que se firmara el Acuerdo de Comunicación en 1999. Es una inmigración reciente, nueva y, fundamentalmente, gestada por razones económicas.

Algunos miembros de la comunidad indican que, si bien la relación entre los isleños y los argentinos es “políticamente correcta”, el silencio de éstos últimos, en medio de las tensiones diplomáticas, ha resultado “incómodo” para las partes.

Durante los últimos días, el fuego de declaraciones cruzadas entre Londres y Buenos Aires ha llegado a los titulares de los diarios de todo el mundo. Y también ha estado en boca de todos en la isla.

Por su parte, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner reclama ante las Naciones Unidas, pero sus anuncios, según algunos analistas como Álvaro Vargas Llosa, buscan “malvinizar” la política exterior e interior y tienen poca trascendencia para obligar a su contraparte a sentarse a la mesa de negociaciones.

El reclamo en el Consejo de Seguridad de la ONU es más bien simbólico. El Reino Unido tiene el poder de vetarlo y sus aliados, como dicen muchos analistas, jamás aprobarían los planteamientos argentinos. Entretanto, la presentación de la demanda de Buenos Aires al Consejo de Colonización, dicen, no tiene un poder vinculante ni resolutivo, y lo que se diga, eventualmente, en la Asamblea de la ONU -que es un foro político por excelencia- probablemente quedará archivado en la retórica institucional.

A pesar de esto, el gobierno argentino apuesta por la diplomacia. Por eso dio el visto bueno para que el presidente de la Asamblea General de la ONU, Nassir Abdulaziz Al-Nasser, coordine las negociaciones con el Reino Unido por la soberanía de las islas. El canciller argentino Héctor Timerman remitió una carta al diplomático en la que señala que la “Argentina aceptó oficialmente su buena disposición para coordinar una solución pacífica” entre ambos países.

Gran Bretaña ha insistido en que no va a negociar nada, a menos que los habitantes de las islas lo soliciten.

Como reconocen algunos politólogos, el agitado nacionalismo y la batalla verbal patriotera suele aumentar la popularidad de los gobiernos de turno. Según consigna el diario La Nación en la edición de este domingo, para la Presidenta argentina el tema podría ser un buen bálsamo para que el humor del electorado no decaiga, ya que en los próximos días llegarán (bastante más abultadas) las cuentas de servicios por el recorte de subsidios. Por su parte, el primer ministro británico, en medio de la crisis del Euro que impacta a su país, tiene la posibilidad de que el tema de las Falkland/Malvinas se posicione un poco más en la opinión pública.

Es probable que en medio del trigésimo aniversario de la invasión y del posterior triunfo británico, la ofensiva argentina siga generando declaraciones beligerantes entre ambos gobiernos.

Luego de que la Unión de Trabajadores de Transporte Portuario anunciara el boicot al arribo de barcos del Reino Unido a los puertos argentinos ¿Apoyará el gobierno de Cristina Fernádez esta medida, a riesgo de tensar aún más la cuerda? En ese caso ¿Podrían los gobiernos del ALBA tomar medidas económicas contra Londres? ¿Se plegaría el MERCOSUR a una acción de esa naturaleza?

Todas, preguntas que se irán respondiendo en el transcurso de las próximas semanas.

Una de las cartas que podría jugar Argentina es la suspensión de los vuelos de LAN desde Punta Arenas a Mount Pleasant, como amenazó el año pasado en Nueva York la presidenta Fernández de Kirchner. El gobernador de las islas, Nigel Haywood, le dijo a CNN que sería un hecho “irritante”, pero que no tendría un gran impacto en la economía. La eventual acción, dijo, afectaría principalmente a la comunidad sudamericana, conformada en su mayoría por un grupo de chilenos.

La prohibición de que los buques con banderas de las Falkland/Malvinas arriben a los puertos del Mercosur tampoco tiene un efecto práctico adverso, como nos dijo el director de una compañía de barcos en las islas, que prefirió no ser identificado. Indicó que era incómodo para ellos no enarbolar la bandera de las islas, pero para evitar este problema simplemente pueden enviar sus barcos al continente con la bandera británica.

John Fawler, editorialista del semanario The Penguin News, me cuenta que una de las opciones que barajan algunos isleños es que, en el corto plazo, se declare la independencia de las islas, algo que a su juicio resultaría incómodo para Gran Bretaña, pero que podría sepultar de una vez por todas el debate sobre la soberanía de estas lejanas tierras del Atlántico sur.