Por Ernie Reid*
Cada vez que un artista talentoso fallece en circunstancias tan trágicas como las que rodearon la partida de Whitney Houston, todos nos preguntamos lo mismo: ¿Cómo es posible que alguien con una vida tan plena y exitosa lo haya perdido todo, sumiéndose en las drogas y el alcohol, en lugar de disfrutar de todo lo maravilloso que logró alcanzar en su vida?
A lo largo de su carrera, Whitney Houston obtuvo 2 premios Emmy, 6 premios Grammy, 22 American Music Awards, y 30 Billboard Music Awards. A la fecha de su muerte, su discografía había vendido más de 200 millones de copias en todo el mundo. Su talento era reconocido como incuestionable en todo el mundo. No existe premio asociado a la industria de la música que Whitney no haya recibido en más de una oportunidad. Y sin embargo… no hubo forma de detener su caída.
¿Por qué?
He oído una y mil veces a la gente decir que la vida de los artistas debe ser maravillosa, sugiriendo que son gente a quienes todo en la vida, por talentosos, les resulta fácil. Nadie describió este preconcepto mejor que Dire Straits en su canción “Dinero por Nada” (Money For Nothing). En su estribillo, la canción dice: “…Eso no es trabajar / Así es como lo hacés, tocando la guitarra en MTV /dinero por nada y chicas gratis / quizá te salga una ampolla en el meñique / quizá te salga una ampolla en el pulgar…”. A los artistas todo les llueve del cielo, sin que tengan que hacer el menor esfuerzo. Son constante objeto de aplausos, atención, alabanza, adulación y éxito. ¿Quién podría pedir más?
Sólo hay un problema: esto simplemente no es cierto. La realidad me demostró, por sobre todo en lo que se refiere a los más exitosos a nivel profesional, que convivir con su condición de artistas les resulta casi un infierno. Demasiados de ellos, en particular los más talentosos, viven atormentados por dilemas existenciales, y el temor… temor a ser un fraude, al rechazo, a “secarse” como artistas, a perder la inspiración, a convertirse en una pieza de museo, a empezar a auto-repetirse y convertirse en una caricatura de sí mismos y, por sobre todo, a la vejez, y al olvido del público.
Los artistas verdaderamente talentosos poseen una inteligencia emocional muy superior a la considerada “normal”. Es parte fundamental de su condición. Son seres humanos hipersensibles. Fácilmente permeables a todo lo que los rodea, y de allí lo maravilloso en ellos, que los demás llamamos “inspiración”, “genialidad” o simplemente “talento”. Ellos “ven”, “oyen” y “expresan” aquello para lo que nosotros somos completamente ciegos, sordos y mudos. Los artistas son capaces de describir nuestros propios sentimientos, y acompañarlos de letra y música que nosotros juraríamos son iguales a las que nosotros usaríamos, si sólo supiéramos cómo… ¿Cuántas veces hemos escuchado una canción y pensamos “eso es exactamente lo que yo siento, y palabra por palabra, es la misma forma en que yo lo diría. Y por sobre todo, la misma expresividad con que lo cantaría”?. Por simple que parezca una canción, nada en ella es casual. Todo es producto de esa irreproducible hipersensibilidad y superlativa inteligencia emocional.
Y cuando ellas son objeto de formación académica, y cuidadas y trabajadas a lo largo de años, el resultado –como en el caso de Whitney Houston- es simplemente espectacular. Usando desde las más complejas explosiones de algarabía, hasta los más expresivos y sutiles silencios, los artistas logran escribir su arte en nuestras almas al punto de lograr que no podamos olvidar su obra por el resto de nuestras vidas.
Los artistas son seres humanos tan incomprensibles como la fuente misma de su talento. Sólo cuando explican de dónde surgió su inspiración para crear algo, y cuentan cómo fue el proceso creativo y la asociación de ideas y sentimientos que llevaron a la concreción de una obra, todo parece obvio. El misterio está en cómo funcionan su alma y su cerebro, y cómo asocian una idea y un sentimiento con otra idea y luego otra más, y finalmente unen y ordenan esas asociaciones de ideas y sentimientos en forma de letra, música e interpretación, hasta terminar presentando una obra que logra penetrar el alma de quien la escucha hasta, en algunos casos, dar la sensación de haber paralizado el tiempo mientras duró su ejecución. Whitney lo logró con todos nosotros cada vez que lo intentó. Y luego ya nunca podimos olvidarla. Su talento nos atrapó para siempre. Usando sus sentidos y los nuestros propios, ella nos acarició el alma. Cuando eso ocurre, es imposible evitar entregarse.
El problema es que todas estas cualidades sin duda maravillosas tienen, como todo en la vida, una contrapartida. Los artistas como Whitney Houston tienen una necesidad incontenible de expresarse. Necesitan ser escuchados, tienen una enorme necesidad de afecto y aceptación, y por eso son capaces de hacer cualquier cosa para agradar a quienes los escuchan. Así, algunos hasta se hacen adictos al aplauso. Sea éste sincero o no. Por eso creen en lo que la crítica dice de ellos, particularmente si es positivo. Cuando es negativo, se sienten profundamente heridos, porque sienten esa crítica como un ataque personal al producto de su inspiración, a su talento, a su entrega, y a su propia alma. Tienen razón. Es muy común que la crítica por ego menosprecie aquello que no entiende; porque para comprender el mensaje de un alma que se expresa, primero hay que abrir el corazón, e intentar sentir con ella. Y sabido es que quien elige criticar la obra ajena como medio de vida, raramente es capaz de alcanzar la profundidad de contemplación y expresión de su creador. Si lo hiciera, ya no podría criticarlo. Tendría que limitarse a abrazarlo y celebrar el momento compartido. No es negocio.
Su hipersensibilidad hace que los artistas sean proclives a caer en profundos pozos depresivos y, aunque no lo demuestren, en cada una de sus presentaciones, exponen su alma en carne viva. Esto es particularmente cierto cuando presentan un nuevo trabajo. El acto de exponer por primera vez sin red aquello que construyeron con el alma, los pone en una situación de enorme vulnerabilidad. La recepción que el público y la crítica especializada brinden a esa presentación, si es fría o despectiva, tiene sobre ellos un efecto potencialmente devastador.
Ésa es la principal causa de su caída en el uso de drogas y alcohol. Todo empieza casi como un juego, el alcohol los desinhibe y las drogas actúan como antidepresivos, incluso incrementando momentáneamente su concentración y sobrealimentando artificialmente su creatividad. Al menos, así es al principio. Antes de que logren darse cuenta, son prisioneros de aquello que va a terminar con su carrera, su arte, su familia, sus amistades, y muy probablemente con su vida. Entonces sobrevienen los largos períodos de auto-reclusión, de bloqueo creativo y finalmente, algunos adquieren un cinismo tan auto-destructivo, que hasta pierden las ganas de vivir.
Whitney Houston era capaz de cantar melodías imposibles, de alcanzar notas impensables… con una soltura, una potencia, una amplitud de registro y una versatilidad interpretativas tan demoledoras, que la convirtieron en una de las más grandes voces del siglo XX.
En 1987, Whitney logró su cuarto número 1 en Billboard con una inocente expresión de deseo hecha canción, titulada “Quiero Bailar (Con Alguien Que Me Ame)”.
¿Y saben qué? Creo que nunca lo encontró.
*Nota del editor: Ernie Reid es un ex ejecutivo de la industria discográfica. Actualmente se desempeña como consultor en Marketing Estratégico y en piratería fonográfica.