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(CNN) — Otra mancha de restos, otro de los objetivos hasta ahora infructuosos en la búsqueda del vuelo 370 de Malaysia Airlines. Dos semanas después de que el avión desapareciera, algo ha quedado claro: el océano está literalmente lleno de basura.

“No es como buscar una aguja en un pajar”, dijo M. Sanjayan, científico en jefe de Conservation International, en referencia a las dificultades para encontrar el avión Boeing 777. “Es como buscar una aguja en una fábrica de agujas. Es un desecho entre miles de millones que flotan en el océano”.

Los ambientalistas como Sanjayan han advertido durante años que el abuso humano del mayor ecosistema del planeta provoca importantes problemas a la vida marina y a la gente que depende de ella.

Como los ojos del mundo ahora escudriñan las aguas asiáticas en busca de cualquier rastro del avión, que medía más de 80 metros de largo y pesaba más de 155 toneladas, la magnitud del problema de los desechos en el océano se ha vuelto evidente.

Inicialmente se dijo que dos objetos que flotaban en el sur del Océano Índico —entre ellos uno que medía casi 24 metros de largo— eran la mejor pista que detectada hasta la semana pasada, cuando los detectó un satélite.

Hasta ahora, los aviones de búsqueda no los han encontrado y tampoco han encontrado otros restos del avión; crecen las especulaciones de que el objeto más grande era un contenedor de transporte que se perdió en el mar.

No hay registros definitivos pero, según el Consejo Mundial de Transporte Marítimo, se calcula que de los casi 100 millones de contenedores que se transportan cada año, entre 700 y hasta 10.000 caen por la borda.

La mayoría de la basura proviene de tierra firme

Los contenedores perdidos son solo una parte mínima del problema. Aunque los desechos de los barcos se suman a la contaminación del océano, la mayor parte de la basura proviene de tierra firme, dijo Sanjayan.

Más de un tercio de los 7.000 millones de personas que habitan en el mundo viven a 96 kilómetros en promedio de la costa y sus desechos llegan inevitablemente al agua, ya sea deliberada o indirectamente.

Los cálculos de varias fuentes, entre ellas del gobierno japonés, indican que el tsunami de 2011 arrastró al mar más de 10 millones de toneladas de desechos, incluidos casas, llantas, árboles y electrodomésticos.

Además, los desechos de plástico —entre ellos las incontables bolsas como las que ofrecían cotidianamente las tiendas minoristas y los restaurantes de comida rápida hasta que un movimiento provocó que decreciera su uso en los últimos años— forman enormes manchas de basura que se revuelve en las corrientes oceánicas. Se cree que una de las manchas del Pacífico Norte tiene una superficie de al menos 700.000 kilómetros cuadrados, una superficie equivalente a más de un tercio del territorio de México.

Sanjayan dijo que el plástico se descompone en el agua salada y forma una especie de “sopa de plástico” que la vida marina ingiere. Millones de tortugas marinas mueren a causa del plástico cada año, dijo, y uno de cada 10 peces pequeños que se usan como carnada tiene plástico en el estómago.

Eso ocurre en las mismas aguas que proveen casi el 15% de la proteína animal que la gente consume.

El “retrete” del mundo
“El mundo usa el océano como retrete y luego espera que ese retrete le dé de comer”, señaló Sanjayan. Muchos países insulares y ciudades costeras carecen de una infraestructura lo suficientemente sofisticada como para lidiar con todos los desechos que producen, dijo. Además, gran parte de esos desechos —como los plásticos— ahora duran tanto que permanecen durante décadas o más.

Sanjayan puso como ejemplo a Daca, la capital de Bangladesh. Se considera que la capital con 15 millones de habitantes es la ciudad de crecimiento más rápido en el mundo y podría extenderse a más de 20 millones de personas en la próxima década, según la ONU.

Esa clase de crecimiento excede por mucho la capacidad de lidiar con la basura y las aguas negras, dijo Sanjayan, quien agregó: “Todos esos desechos en países como ese —poco elevados, propensos a las inundaciones— fluyen periódicamente hacia el océano”.

Jason Hanna contribuyó con este reportaje.