Nota de editor: Si sufres de depresión, bipolaridad o tienes pensamientos suicidas, puedes llamar a la línea para prevención del suicidio en tu país: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Costa Rica, Colombia, Ecuador, España, Estados Unidos y Puerto Rico (1-877-784.2432 Línea de ayuda en español sobre el suicidio), El Salvador, Guatemala: Red de Prevención del Suicidio tel.: 5392 5953, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay (Emergencia: 149), Perú, Uruguay, Venezuela.
Por Kat Kinsman
Nota del editor: El comediante Robin Williams murió en su casa en el norte de California el lunes, según la policía. Williams tenía 63 años. Su representante dijo: “últimamente había estado luchando contra la depresión”. Kat Kinsman de CNN escribe que el hablar abiertamente de los problemas de salud mental y los pensamientos suicidas, ya seas personaje público o privado, puede ayudar a quienes pasan por lo mismo. Comparte tu tributo a Robin Williams en iReport.
(CNN) — Tengo 14 años, es plena tarde y estoy hecha un ovillo al pie de las escaleras. Mi intención era arrastrar mis renuentes extremidades escaleras arriba, hacia mi habitación oscura y desordenada, y dormir hasta que todo doliera un poco menos, pero mi cuerpo y mi mente simplemente están agotados. Soy un bulto huesudo y despeinado sobre la peluda alfombra dorada y estoy convencida de que lo único que tengo para ofrecer al mundo es la eliminación de mi fea presencia, pero en ese momento estoy demasiado cansada como para hacer algo al respecto.
Me hundo en la inconsciencia y murmuro una y otra vez: “necesito ayuda… necesito ayuda… necesito ayuda”. Hablo demasiado bajo. Nadie escucha.
Muchos meses, incontables pruebas clínicas y muchos días perdidos de escuela; más tarde, me dan un diagnóstico junto con una botella de pastillas grandes con textura de gis. Se nota que mi médico y mis padres están aliviados; no tengo ningún problema físico (gracias a Dios no es el cáncer que temían en secreto), sino que probablemente es solo un ataque de depresión.
Aunque sirve un poco que la sensación tenga nombre, me siento menos entusiasmada con el diagnóstico porque sé que volverá a ocurrir. Aunque esta es la primera vez que se manifiesta con la fuerza necesaria para que los demás lo noten, he entrado y salido de esta sensación gris y monótona desde que tengo memoria.
Lo que en ese entonces no ayudó fueron las píldoras: antidepresivos tricíclicos voluminosos de mediados de la década de los ochenta que se apoderan de mis entrañas, provocan que se me reseque la lengua y que casi provocan que me cayera de un tercer piso en la escuela a causa del mareo. Tiré el resto al inodoro y, afortunadamente, nadie me dijo nada.
Si lo hicieron, probablemente ni lo noté; mi cerebro está demasiado ocupado lidiando con la culpa, la estupidez y la vergüenza. No hay ningún problema físico. Todo está en tu cabeza. Este dolor, este desánimo, esta náusea, esta tristeza… tú las provocaste y no hay cura.
Ahora, 25 años más tarde, he perdido demasiado tiempo y a demasiadas personas como para avergonzarme por la forma en la que mi vida está construida, por la forma en la que, de vez en cuando y sin razón aparente, dejo caer un frasco grueso y oscuro sobre mí y no permite que pasen el aire, el amor ni la luz y me mantiene alejada de la gente a la que más amo.
El dolor y la ferocidad de los ataques nunca ha menguado, pero he vivido en mi cuerpo el tiempo suficiente como para saber que, aunque nunca “me liberaré de ello”, en algún momento el vidrio se resquebrajará y podré andar libremente por el mundo otra vez. Así ocurre siempre y he desarrollado algunos trucos para recordarlo lo mejor que puedo mientras me encuentro sepultada en lo más profundo.
Lo que siempre me ha salvado son las sesiones constantes con un terapeuta excelente y la solidaridad con las demás personas que luchan con el mismo monstruo gris (los medicamentos funcionaron un rato; ahora no tomo nada, pero son un salvavidas y una necesidad para algunas personas). Cuando me diagnosticaron, no era la época de los desfiles del Orgullo de la Depresión en la calle principal de mi pequeño pueblo de Kentucky. En 1978 trataban por depresión a menos de una persona por cada 100. Esa cifra se duplicó en 1997 y para 2007, la cantidad había aumentado a casi tres.
Mi amigo Dave fue parte de esa estadística. Nos conocimos en el primer año de universidad y él era uno de los humanos más ruidosos, graciosos y exuberantes que he conocido… y el que estaba más profundamente deprimido. Nadie fuera de nuestro círculo lo sabía; al igual que muchos de los que vivimos con el trastorno, mostraba una personalidad brillante en público para alejar la atención de la oscuridad que se cernía sobre él en privado. La mayoría de la gente no nota la depresión en los demás y así estamos diseñados. Quienes tenemos depresión simplemente desaparecemos cuando nos deprimimos para no manchar a quienes viven bajo el sol.
Sin embargo, Dave lo notó en mí y yo en él. Por primera vez en mi vida me sentí un tanto normal. Como si no tuviera que bailar tap, chispear y brillar para ocultar el hecho de que estaba rota. Podía ser yo y eso no era nada malo para él. Empecé a contarle a más gente tan directamente como les contaba otras cosas sobre mí: que nací en Nueva Jersey, que mi color de cabello real debajo de todo este tinte rosado es marrón muy oscuro y que he padecido depresión desde que tengo memoria. Soy Kat, mucho gusto.
Dave tenía grietas demasiado profundas y oscuras y las rociaba con mucho vodka para diluir el dolor. Un año después de graduarnos, a finales del verano de 1995, no me sorprendió recibir la llamada, aunque me desilusionó: Dave había limpiado su departamento, dejó una nota, sus cuentas bancarias y sus deudas junto con unos cheques y se metió en un armario con un cinturón.
Veo a Dave en pequeños destellos todo el tiempo… todavía escucho su ruidosa risa a la vuelta de la esquina y veo su bella sonrisa entre la multitud. Quiero abofetearlo por haberse rendido y habernos dejado todo y quiero arrastrarlo a una computadora para que vea que no estamos solos.
Dave fue la primera persona que tuvo acceso a internet entre mis conocidos. Entre los millones de cosas que desearía que hubiera visto es la comunidad de almas en internet que muestran y comparten generosamente con los desconocidos sus luchas con la depresión. No hay sustituto para una terapia de calidad (sin importar el sabor de la que tomes) ni para los medicamentos (si eso es lo que te gusta), pero, por Dios, es muy difícil llegar allí.
Encontrar el reflejo de tus sentimientos y verlos normalizados en ensayos como el esperado On Depression and Getting Help del comediante Rob Delaney; la legendaria carta que el actor Stephen Fry escribió a un fan, titulada It will be sunny one day; las constantes batallas públicas de los populares blogueros y escritores Dooce y The Bloggess, y los invitados del incisivo podcast WTF del comediante Marc Maron (todos son personas muy exitosas y públicas) es como permitir que entre un trozo de cielo azul en el sótano en el que has estado encerrado. Apenas puedo imaginar qué significado habría tenido para mí el leer las palabras de Delaney a los 14 años:
“La única razón por las que escribí esto es para que alguien que esté deprimido o que conozca a alguien que esté deprimido lo vea… Pero, tras haber pasado por la depresión y haber tenido la buena fortuna de ayudar a un par de personas que han pasado por eso, diré que aunque es muy difícil, SE PUEDE SOBREVIVIR. Después del proceso de estabilización (que a menudo es aterrador), es posible, y estadísticamente probable tener una VIDA FELIZ Y PRODUCTIVA. Consigue ayuda. No pienses. Consigue ayuda”.
O las palabras del actor Stephen Fry:
“Estas son algunas cosas obvias sobre el clima:
Es real. No puedes cambiarlo aunque lo desees. Si está oscuro y lluvioso en realidad está oscuro y lluvioso y no puedes alterarlo. Puede estar oscuro y lluvioso durante semanas seguidas.
Pero, estará soleado algún día. Uno no controla cuándo sale el sol, pero saldrá. Algún día.
En realidad es igual con los estados de ánimo, creo. El enfoque equivocado es creer que son ilusiones. Son reales. La depresión, la ansiedad, la falta de anhelos… son tan reales como el clima Y, DE IGUAL FORMA, NO LOS PODEMOS CONTROLAR. No es culpa de uno.
Pero pasarán. De verdad pasarán”.
Dave nunca leerá esas palabras ni estas, pero alguien lo hará, entre ellos yo a los 14 años, que a veces va conmigo en el asiento del copiloto mientras conduzco a través de una tormenta. Le muestro estas palabras, estos ensayos, estos poemas, estos podcasts que emitieron otras almas que brillan en la oscuridad. Tomo su mano y la conduzco hacia arriba por las escaleras.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Kat Kinsman.
Para más información puedes visitar las páginas: Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio (IASP) y BeFrienders Worldwide (en español).