Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Ben Ellis ha muerto. No salía en las revistas que explican por qué Angelina Jolie al parecer, quiere divorciarse de Brad Pitt. Ni siquiera en el periódico de Nashville, Tennessee, la ciudad en que vivía. Ellis trabajaba en una escuela de la Iglesia Presbiteriana; enseñaba latín: una lengua muerta a unos chicos con una única certeza: tienen la vida por delante.
Hace unos días, cerca de 400 de esos jóvenes se plantaron frente a la casa del profesor y le cantaron para animarle. El vídeo, que ha electrizado las redes, muestra al señor Ellis, depauperado y emocionado, cantando con sus chicos.
El cáncer acabó con el maestro. En un año terminó y empezó todo. “Ha perdido la batalla”, escriben los reporteros sin imaginación.
Y la verdad es que me resulta cada vez más ridículo ese tono belicoso que cierta prensa usa para hablar del cáncer, como si fueran tropas de ocupación. Claro, peor es cuando se ponen sentimentales y hablan de la “eterna enfermedad que se lo ha llevado”.
Para no repetirme y porque lo dejó dicho mejor que nadie, recomiendo La enfermedad y sus metáforas de Susan Sontag.
La que acaso sea una de las voces intelectuales más exquisita e independiente de Estados Unidos, sostiene que la primera demonización del cáncer viene del modo en que le nombramos. Con miedo y con recelo. Como ocurre con la tecnología.
En Uruguay, un periodista y profesor universitario, a quien invito desde ya a este programa, acaba de renunciar a su puesto y se despidió de la sus alumnos a través de una carta.
“Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook. Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla. Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies”.
Leonardo Haberkorn daba clases a estudiantes de periodismo pero un día se hartó tanto que estuvo a punto de ahogarse en su propia frustración.
“Cada vez es más difícil explicar cómo funciona el periodismo ante gente que no lo consume ni le ve sentido a estar informado”, dice en su carta el profesor Haberkon.
Es triste que ese hombre haya ‘tirado la toalla’, y más triste todavía es que esa carta de renuncia se haya viralizado como se dice ahora, en unas redes de las que él mismo reniega. Aunque de momento tiene una cuenta en Twiter.
¿Saben qué es lo peor? Que tras graduarse, muchos de esos alumnos escribirán —si es que para entonces sigue existiendo la escritura— que Fulano de tal ha muerto ‘víctima de una penosa enfermedad que le mantuvo en cama desde hace dos años; una enfermedad terrible a la que intentó plantar cara hasta que perdió la última batalla”.
Y peor aún, alguien lo leerá —si es que todavía existirán quienes lean—, y le parecerá bien escrito y hasta bonito.