Nota del editor: Jennie M. Easterly se desempeñó como asistente especial presidencial y director principal de Contraterrorismo en el Consejo de Seguridad Nacional durante el gobierno de Barack Obama. Joshua A. Geltzer se desempeñó como director principal de lucha contra el terrorismo en el Consejo de Seguridad Nacional y, antes de eso, como asesor jurídico adjunto del Consejo de Seguridad Nacional. Las opiniones expresadas en este artículo son de su propia responsabilidad.
(CNN) – Más estadounidenses mueren por accidentes en las bañeras que por ataques terroristas. ¿Debemos preocuparnos tanto más (y gastar tanto más) para prevenir ataques terroristas que accidentes en la bañera? Creemos que sí. La razón es simplemente la naturaleza humana. Y el ataque terrorista del mes pasado en París, en vísperas de las críticas elecciones francesas, demostró una vez más que la naturaleza humana es, en muchos aspectos, inmutable.
Un comentario reciente en las páginas del New York Times y Financial Times y en blogs como Lawfare ha reactivado el debate sobre si estamos dedicando demasiado tiempo, esfuerzo y recursos a detener los ataques terroristas cuando muy pocos estadounidenses son asesinados por terroristas. Algunas estimaciones, aproximadamente un tercio del número de personas que mueren cada año en las bañeras. Estamos totalmente de acuerdo con aquellos que consideran que la comparación es una falacia.
Las muertes por terrorismo, incluso los intentos de actos terroristas, simplemente asustan a las personas en unos niveles a los que otros actos de violencia no llegan. Y eso es en parte por la aleatoriedad y la crueldad. También por la atención de los medios de comunicación que nos hacen revivir cada ataque una y otra vez. Pero cualquiera que sea la razón, la gente simplemente se fija en el terrorismo y, a su vez, reacciona ante el terrorismo en un grado inigualable por otra violencia.
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Y mucho fluye de eso. Debido a los temores de los votantes, el terrorismo puede distorsionar la política interna, exactamente como lo temieron buena parte de los franceses, el resto de Europa y la comunidad mundial que ocurriría después del ataque terrorista del mes pasado en los Campos Elíseos y, como tememos, al ser urgido por el presidente Trump, la próxima vez que ocurra un ataque aquí en Estados Unidos. El terrorismo puede distorsionar también la política exterior, arrastrando a los países a conflictos en el extranjero o ofreciendo una excusa para hacerlo. Esto, por supuesto, parecía ser parte de la dinámica que, a raíz de los ataques del 11 de septiembre, configuró cómo el público estadounidense pensó sobre ir a la guerra en Iraq en el 2003, una influencia especialmente notable dado que Iraq no tuvo responsabilidad en la comisión de esos ataques.
De hecho, el terrorismo puede socavar la estabilidad y la trayectoria política de regiones enteras. ISIS es, en cierto sentido, más que un grupo terrorista, dada su posición territorial en Siria e Iraq, pero ha atraído la atención del mundo en gran medida a través de sus actos de terrorismo más allá del territorio que controla. Este grupo yihadista ha cambiado el rumbo de gran parte de Medio Oriente por al menos una generación, retrasando el desarrollo en grandes zonas, alterando alianzas en toda la región y produciendo miles de niños criados para adoptar la violencia bárbara y el extremismo intolerante.
Gran parte del reciente debate sobre la falacia de la bañera ha sido estadístico, evaluando si los números realmente confirman la comparación. Para nosotros, eso no tiene sentido.
Mientras la naturaleza humana produzca una reacción al terrorismo que sacude a la política interna, reorienta la política exterior y evita la estabilidad regional, el terrorismo exige nuestra atención. Por supuesto, también lo hace la expectativa bastante explícita del público estadounidense de que su gobierno lo proteja de esta forma de muerte deliberadamente focalizada y violenta en particular, mientras que el público estadounidense no ha expresado tal preocupación por los peligros accidentales de la bañera.
Reconocer el papel que juega la naturaleza humana en la formación de las reacciones ante el terrorismo refuerza la importancia de crear resiliencia en nuestras comunidades, sociedades y políticas para hacer lo que podemos por lo menos mitigar los riesgos asociados con esas reacciones. Hay un mundo de diferencia entre los demagogos que hacen bombo de la amenaza del terrorismo y el alarmismo y verdaderos líderes que pueden hablar sobre la importancia de la preparación obediente, la respuesta eficaz y la reflexión tranquila antes de la reacción.
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En nuestro tiempo trabajando en la política contra el terrorismo en la Casa Blanca, ayudamos a asegurar que el presidente Obama preparara al público estadounidense para lo que pudiera suceder y tranquilizara al público cuando sucediera algo trágico. De hecho, ciertas franjas del público estadounidense parecieron reaccionar ante los horrendos acontecimientos en San Bernardino y más tarde en Orlando, con menos efervescencia como la posterior al 11 de septiembre y más en consonancia con el tipo de estoicismo sombrío que recuerda a las sociedades británicas e israelíes que han sufrido series más largas de ataques terroristas. Pero otras fuertes voces (incluyendo, por supuesto, la del candidato que se convirtió en nuestro actual presidente) siguieron pidiendo medidas extremas en respuesta.
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Construir resiliencia donde es posible es importante porque puede minimizar los efectos del terrorismo. Pero pretender que esos efectos son, o serán siempre, los mismos que los de las muertes en las bañeras, eleva las frías estadísticas por encima de la naturaleza humana. Esa es una base peligrosa para hacer política.