Nota del editor: Sam Jacob es director de Sam Jacob Studio de arquitectura y diseño, profesor de arquitectura de la Universidad de Illinois en Chicago, y profesor visitante de la Escuela de Arquitectura de Yale. Su trabajo ha sido publicado en el Museo Victoria & Albert de Londres y en el MAK en Viena. También fue curador del Pabellón Británico de la Bienal de Venecia en 2014. Las opiniones expresadas en este artículo son solamente de él.
(CNN) – Si ves un dibujo previo al Gran Incendio de Londres, puedes ver una ciudad desordenada y con poca altura. Un miasma urbano de casas y posadas perforadas por una increíble cantidad de agujas que apuntan hacia el cielo.
Es una imagen de una ciudad cuyo horizonte contenía el ajetreo y el bullicio de la vida mundana, mientras que su dimensión vertical estaba dedicada a ideales más elevados.
Así lo fue para la mayoría de la historia de la arquitectura de gran altura. Las torres fueron estructuras que tuvieron un papel especial: simbólicas, monumentales, incluso mitológicas. Actuaron como símbolos de poder, de devoción, o en el caso de la historia bíblica de Babel, para exceder la ambición.
Fue solo a principios del siglo XX que el terrenal mundo de la vida humana empezó a ocupar el cielo. Y ocurrió en Chicago, donde surgió un nuevo fenómeno de torres en el paisaje súper plano del medio oeste estadounidense. A medida que el tamaño y la población de la ciudad estallaban a fines de ese siglo, las tecnologías de la construcción se combinaron con el pragmatismo supremo de Chicago para inventar la tipología moderna del rascacielos.
El Home Insurance Building de Chicago, de 42 metros de altura, fue inaugurado en 1885 y fue el primer edificio alto en utilizar estructuras de acero en su marco. Otros siguieron rápidamente, y la Escuela de Chicago, como se la conoció, desarrolló una nueva tipología que combinaba la modernidad con la decoración y el ornamento.
En esos edificios se pueden ver viejas ideas arquitectónicas sobre qué edificios deberían estirarse gracias a las posibilidades modernas. Otros ejemplos incluyen el Monadnock Building (el edificio comercial más grande en el mundo al momento de su construcción en 1892), el Reliance Building (famoso por desarrollar grandes ventanas de vidrio), y el Marquette Building (con su exterior de terracota de intrincado diseño). Cada uno de esos edificios ayudaron a desarrollar la tipología de rascacielos.
Habilitados por la tecnología, esos nuevos edificios comerciales estadounidenses también tuvieron una función en la economía. Construir alto significaba que los desarrolladores podían multiplicar parcelas de tierra verticalmente, apilando piso tras piso para multiplicar el valor una y otra vez.
Esto significa que los tipos de especulación familiares a las bolsas de valores de Chicago y Nueva York podrían aplicarse al acto de construir.
En Europa, los arquitectos observaron las posibilidades de la gran altura de forma diferente. En lugar de valor comercial, los primeros modernistas vieron cómo se podría crear un tipo diferente de valor social. Los avances en la tecnología, esperaban, podrían aprovecharse para crear un bien social más equitativo.
Emergiendo como parte de la reconstrucción de la posguerra, las torres se volvieron una importante parte de la provisión de las viviendas públicas. Simbólicamente, esas torres del estado de bienestar ofrecían algo nuevo, algo moderno con luz y aire que representaba un escape de la mugrienta ciudad industrial del pasado, la liberación del viejo orden.
Estos rascacielos en espiral son algunos de los edificios más llamativos del mundo
Mirando ahora sobre el horizonte de Londres, podemos ver estos dos tipos de torres: rascacielos construidos como casas para la gente y brillantes edificios verticales del corazón financiero de la ciudad: The Gherkin, Cheesegrater, Walkie Talkie et al. Vemos los nuevos desarrollos de lujo, súperrascacielos construidos como casas de alta gama, o más a menudo, oportunidades de negocios. Así como el horizonte del viejo Londres reflejaba las aspiraciones e ideas de su época, vemos siluetas que reflejan las nuestras.
Y entre ellas, el caparazón carbonizado de la Torre Grenfell, después de un trágico incendio en 2017 que mató al menos 71 personas. Es un tótem que significa la batalla por el derecho a la ciudad que ha caracterizado los últimos años.
A medida que la vivienda social se ha privatizado cada vez más y que se han reducido los fondos, hemos visto el boom en otros tipos de rascacielos para los negocios y para los ricos. Esto ha llevado a un estado esquizofrénico donde hay llamados a demoler todas las viviendas de la posguerra alta, y al tiempo se acelera la vida de lujo de alta gama.
Por fuera de la situación política, las torres aún parecen tener esos mismos sueños y miedos antiguos babilonianos. La altura trae consigo una separación de la ciudad que sigue. Para algunos las torres significa poder y éxito o una especie de hermosa calma, mientras que otros ven la alineación de las calles y la elevación arrogantes.
Por un lado, los lugares están llenos de la luz de la aspiración, por otro lado, de la arrogancia y del peligro moral, como si desafiar las leyes de la gravedad fuera de algún modo un exceso del orden social o económico normal.
Es extraño que la torre, un fenómeno nuevo relativamente hablando, se haya convertido tan rápidamente en un encasillado, como si hubiéramos agotado nuestra imaginación sobre las posibilidades de la vida vertical. Tal vez sea apropiado que —de vuelta a su lugar de nacimiento— la torre como una posibilidad especulativa haya sido la pieza central de la Bienal de Arquitectura de Chicago de este año. En la exhibición “La ciudad vertical”, los directores artísticos Sharon Johnston y Mark Lee invitaron a más de 15 consultoras de arquitectura emergentes para reinterpretar la torre como un tipo de edificio a través de modelos gigantes de cinco metros de alto.
‘(Not) Another Tower’ de Tatiana Bilbao, sugirió cómo la tecnología de los edificios verticales podría convertirse en un marco para permitir que una comunidad más ad hoc se convierta en una especie de collage cívico en el cielo.
Mi propia firma —Sam Jacob Studio— imaginó cómo un edificio de gran altura podría formarse a partir de secciones apiladas de diferentes tipos de edificios, una sobre otra, de modo que en lugar de repetir la placa del piso, una gran cantidad de diferentes tipos de edificios, espacios y usos, podrían ser posibles.
En otras palabras, esas proposiciones muestran que hay muchas maneras de reimaginar la torre más allá de su estado actual. Para revitalizar las posibilidades de la construcción vertical con la misma energía que fue la fuente de su invención original, como una posibilidad tanto económica como social.