(CNN) – ¡Lo que pueden hacer unos pocos días de diferencia! Este sábado, el presidente de Estados Unidos Donald Trump se mantenía escéptico frente al rumor de que, secretamente, el FBI puso una fuente confidencial a su campaña presidencial de 2016.
“Si el FBI o el Departamento de Justicia estaba infiltrando una campaña para el beneficio de otra campaña, eso es realmente un gran problema”, escribió el mandatario en Twitter. “Solo la publicación o revisión de los documentos que la Comisión de Inteligencia de la Cámara (y también el Senado) está pidiendo pueden entregar las respuestas definitivas. ¡Drenen el pantano!”, completó.
Y para la mañana de este miércoles, Trump empezó a publicar una serie de tuits que dejaban claro que la conspiración no solo era real sino que también reflejaba esfuerzos más amplios de un “Estado criminal profundo” en su contra.
“Miren cómo han cambiado las cosas en el Estado Criminal Profundo”, escribió en Twitter. “Van tras una falsa colusión con Rusia, un fraude inventado y terminan pillados en un gran escándalo de ESPIONAJE del tamaño que este país jamás ha visto antes. ¡Uno recoge lo que siembra!”, remató.
Después, el presidente fue aún más dramático: “El SPYGATE (o traducido en español ESPIONAJEGATE) podría ser uno de los mayores escándalos políticos de la historia”.
En un lapso de apenas cinco días, Trump pasó de simplemente haber escuchado sobre el uso de una fuente confidencial por parte del FBI a señalar que esto se trató de un intento decidido –y político– del Departamento de Justicia del expresidente Barack Obama por instalar un “espía” dentro de las filas del entonces candidato republicano.
Sin mencionar que el hoy presidente decidió que todo el asunto, además, fue a) un escándalo y b) uno de los mayores escándalos en la historia de Estados Unidos.
Lo que es destacable de todo esto es que Trump literalmente construyó su narración a partir de una fantasía completa. En los últimos cinco días, ha ignorado intencionalmente una serie de hechos posteriores que socavaban su conclusión. En su lugar, está usando su considerable plataforma para atizar la paranoia arraigada dentro de sus bases acerca del gobierno y su supuesta mala intención contra la presidencia de él.
Devolvámonos cinco días. Trump aprovecha una idea que ronda los círculos de los medios conservadores –y la difunden personas como el presidente de la Comisión de Inteligencia de la Cámara de Representantes, Devin Nunes, un republicano por California– acerca de que una fuente confidencial utilizada por el FBI en la campaña de 2016 fue, de hecho, un espía infiltrado allí por el presidente Barack Obama.
Entonces, un poco después de las 6 a.m. (hora del este) del pasado viernes, Trump envía un tuit mientras, aparentemente, veía una emisión grabada del programa de Lou Dobbs en Fox Business Network. “‘Al parecer, el Departamento de Justicia puso un espía en la campaña Trump. Esto nunca antes se había hecho de ninguna manera, ellos buscan incriminar a Donald Trump por delitos que él no cometió’, esto es realmente malo”, publicó el presidente mencionado en el mensaje a David Asman, Lou Dobbs y Gregg Jarrett.
Esa misma mañana, Trump arroja más leña al fuego, aunque continúa evadiendo la idea de una conspiración gubernamental para espiarlo. “Los informes son de que efectivamente hubo al menos un representante del FBI implantado, para fines políticos, en mi campaña a presidente”, dice un tuit. “Eso ocurrió desde el principio, y mucho antes de que el fraude sobre Rusia se convirtiera en una historia ‘popular’ de las noticias falsas. De ser verdad: ¡el mayor escándalo político de todos los tiempos!”, continuó.
En las siguientes 24 horas a la primera mención de Trump sobre la existencia de una fuente confidencial, CNN reportó que, en efecto, el FBI sí usó una fuente confidencial de inteligencia, pero dicha persona no estaba dentro de la campaña como afirmó el hoy presidente. Por su parte, el diario The New York Times informó que la agencia solo envió a la fuente a hablar con Carter Page y George Papadopoulos, asesores de Trump, después de recibir información que levantó sospechas sobre los vínculos de ellos dos con Rusia. El periódico The Washington Post confirmó que la fuente nunca estuvo dentro de la campaña y que también se reunió con Sam Clovis, un tercer asesor de Trump.
De tal manera que para el sábado estuvo claro que lo insinuado por Trump como un gran escándalo de espionaje –que involucraba al FBI infiltrando un informante en su campaña– no es verdad. Y aún así, el presidente decide intensificar sus ataques antes que bajarles el tono.
¿La razón? Porque no solo se ajusta a su creencias preconcebidas, sino que también lo ayuda políticamente.
Recuerda que este es el mismo hombre que, ya siendo presidente, acusó a su predecesor Barack Obama de haber ordenado interceptar sus teléfonos en la Torre Trump, a pesar de no tener ninguna prueba –ni en ese momento ni nunca– de que algo así ocurrió.
La idea –desmentida, por supuesto– de que el FBI puso a un espía en su campaña entra en la categoría de Trump de algo demasiado bueno para tener revisarlo. La idea respalda tanto su creencia fundamental de que el establecimiento/eEstado profundo está listo para hundirlo que él siente que no necesita comprobarla ni contrastarla con hechos. Él simplemente sabe que es verdad. Se lo dice su instinto.
La otra cosa es que Trump sabe que impulsar la idea de una conspiración gubernamental a gran escala es perfecta para su base política. Las raíces de la candidatura de Trump están en las teorías de la conspiración: la noción repetidamente desacreditada de que Obama no nació en Estados Unidos. Tanto en su campaña como presidente, Trump ha impulsado teorías de conspiración, desde que México envía deliberadamente traficantes de drogas y violadores a su país y que los musulmanes celebraban en los tejados el 11 de septiembre de 2001 hasta que el padre de Ted Cruz podría haber estado involucrado en el asesinato de John F. Kennedy. Todo para reunir su base política detrás de él. De hecho, les dice a sus partidarios: “Yo soy el único que ve lo que realmente ocurre aquí. Nadie más les va a decir la verdad”.
Lo que se destaca en el “escándalo” de espionaje no es precisamente que Trump lo haya acogido como tal, sino la velocidad con que lo hizo. En la noche de este jueves, este asunto no era ni siquiera un guiño en sus ojos. Y ahora Trump lo está declarando “uno de los mayores escándalos de la historia”.
Un extraño, extraño cambio.