Nota del editor: Joao Campari es el Líder Global de la Práctica de Alimentos en World Wildlife Fund Internacional (WWF), apoyando la red de WWF a fin de fortalecer el sistema sustentable de alimentos en el mundo. Esto incluye la producción responsable, dietas sustentables, distribución de alimentos y la reducción de desperdicio y perdida de alimentos. Campari ha trabajado anteriormente en los ministerios de Agricultura y Medioambiente de Brasil, en el Banco Mundial y en las Naciones Unidas.
(CNN Español) – En el Día de la Tierra de 2016 casi cada una de las naciones del mundo hizo historia al fijar, por primera vez, ambiciosas metas para frenar el cambio climático. Con todo y su importancia, los signatarios también estuvieron de acuerdo en que eso no era suficiente. Aún si se llegara a lograr el 100% de los objetivos, es necesario tomar medidas aún más agresivas.
De hecho, todos debemos hacer más, no sólo los líderes nacionales, sino también los gobernadores, alcaldes, directores generales, agricultores, científicos y ciudadanos. Todo el mundo desde Australia hasta Zimbabwe comparte la responsabilidad de actuar. En todas partes, los esfuerzos para combatir el cambio climático tienden a centrarse en la energía – en su uso más eficiente y en la creación de fuentes más limpias y renovables.
Los vehículos eléctricos, los paneles solares y los parques eólicos dominan la conversación, pero hay una solución que se pasa por alto que está justo bajo nuestros pies: el suelo. América Latina, siendo una región que ha logrado conservar gran parte de su vegetación nativa, tiene un papel especialmente importante que desempeñar.
Tal y como lo han hecho durante cientos de millones de años, los bosques, pastizales y otros paisajes absorben dióxido de carbono que atrapa el calor de la atmósfera, lo que ayuda a mantener nuestro clima bajo control. Al aprovechar la capacidad natural del planeta de absorber y almacenar carbono, podemos ofrecer hasta un 30% de las soluciones al cambio climático necesarias para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París.
América Latina es el hogar de no solo algunos de los paisajes más vitales del mundo, sino también de gran parte de la agricultura del mundo. Los ecosistemas como la selva amazónica, la sabana del Cerrado, los páramos de los Andes del norte, los bosques del Gran Chaco y los humedales del Pantanal actúan como control contra el calentamiento global al absorber el carbono de la atmósfera.
Localmente, nos protegen de las sequías e inundaciones por igual, actualizan nuestro suministro de agua, nos proveen de tierra fértil y son el hábitat de una maravillosa flora y fauna. Sin embargo, estos paisajes están bajo amenaza. Y en gran parte la agricultura tiene que ver con ello. Por ejemplo, Brasil es el mayor productor de azúcar del mundo y exportador de carne de res. Se prevé que para 2026 el país superará a Estados Unidos como el mayor productor de soja del mundo. Paraguay también está ampliando su producción de soja. Si bien el crecimiento de la producción agrícola se logra gracias al aumento de la productividad, por desgracia, también suele requerir de extensiones de tierra adicionales.
Ya hemos visto que Argentina y Brasil, en combinación, han agregado 18 millones de hectáreas de tierras para el cultivo de 2007 a 2017 y se prevé un crecimiento similar para la próxima década.
Es evidente que ese crecimiento impacta a la naturaleza. Entre 2013 y 2015, 1,9 millones de hectáreas del Cerrado han sido convertidas, lo que es equivalente a borrar un área del tamaño de la ciudad de Nueva York cada mes. Si bien siempre ha sido necesario efectuar una conversión del suelo para permitir que la humanidad prospere, esta acción es una tragedia cuando el comportamiento económico irracional fomenta la conversión del suelo y afecta al medio ambiente más allá de la capacidad de reposición del planeta.
Otros lugares del mundo han puesto un mal ejemplo con la eliminación de sus bosques y praderas. América Latina no puede seguir esos pasos. En especial cuando sabemos que cada unidad de suelo deforestado en los trópicos emite casi dos veces más tantos de carbón. Esto en comparación con la deforestación en las regiones templadas.
En medio de toda esta conversión, más de 1.300 millones de personas viven en tierras cultivables degradadas. La inadecuada gestión de suelos, la intensa labranza, el cultivo constante, la falta de rotación de cultivos y el uso excesivo de agroquímicos han provocado un descenso en la calidad del suelo y la erosión de la capa superficial del suelo. Esta situación además reduce la capacidad del suelo para secuestrar carbono; al mismo tiempo que presenta riesgos de cambio climático más elevados y una disminución de la productividad agrícola.
Para impedir el sobrecalentamiento de nuestro planeta y mantener el desarrollo de nuestros sistemas agrícolas, tenemos que conservar estos hábitats y su capacidad natural para compensar las emisiones de carbono provenientes de la actividad humana. De hecho, América Latina puede darle al mundo un ejemplo positivo a seguir.
De allí la gran importancia que tiene lo que suceda en septiembre en San Francisco. Como complemento de las partes nacionales signatarias del Acuerdo de París, la Cumbre Mundial de Acción Climática reunirá a actores en su calidad de “no-partes”— funcionarios de gobiernos regionales y locales, empresarios, asociaciones agropecuarias, científicos, ciudadanos y otros más. Juntos, mostraremos cómo estamos ayudando a nuestros países a alcanzar los objetivos del Acuerdo de París y vamos a asumir compromisos audaces y nuevos para revertir las condiciones del calentamiento global y redirigirlas hacia un futuro vivible.
Por supuesto, necesitamos hacer crecer nuestras economías y crear fuentes de trabajo, pero hay una forma sostenible de hacerlo, sin poner en peligro al planeta. La agricultura puede seguir prosperando en América Latina, pero sólo si se gestiona de manera sostenible. La eliminación de más bosques, pastizales y humedales definitivamente no es la vía que seguir. Esto solo conducirá a generar temperaturas más extremas, sequías más largas e inundaciones más severas. Los agricultores, ganaderos y las demás personas que viven de la tierra se verán afectados, al igual que las empresas que se abastecen de ellas.
Esfuerzos emprendidos con anterioridad muestran que podemos disfrutar de beneficios económicos, sociales y ambientales al mismo tiempo. Por ejemplo, en 2006, una coalición de organizaciones no gubernamentales, empresas y gobiernos crearon la Moratoria de la Soja Amazónica, en la que se estableció una prohibición voluntaria a la producción de soja en zonas recientemente deforestadas de la Amazonía brasileña.
En respuesta, las tasas de deforestación se redujeron a la vez que las prácticas de producción más eficientes permitieron un aumento de la producción de soja.
Así como estas medidas han resultado ser buenas para la Amazonia brasileña, no obstante, el efecto ha sido malo para los ecosistemas vecinos. La deforestación no se detuvo; solo se mudó al Cerrado, al Chaco y al bosque Atlántico. Estos ecosistemas perdieron millones de hectáreas de hábitats naturales en menos de una década.
América Latina necesita agruparse como región y trabajar conjuntamente para salvar todos nuestros patrimonios y paisajes claves. Y al mismo tiempo adoptar tecnologías inteligentes en la agricultura.
El salvar un bosque aquí o un prado allá de modo aislado no es suficiente. Necesitamos todos, por todas partes, jalar cada palanca que nos sea posible. Entonces y sólo entonces podremos esperar un futuro en el que los hijos de nuestros hijos puedan disfrutar de los frutos de un planeta saludable.