Nota del editor: Jorge Dávila Miguel es columnista de El Nuevo Herald y colaborador de CNN en Español. Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a su autor.
(CNN Español) – El asunto de la caravana de migrantes 2018, auspiciada -al menos parcialmente- por la organización Pueblo sin Fronteras, es ya un problema más candente para México que para Estados Unidos. Las autoridades mexicanas deportaron a los 98 migrantes que participaron en el intento de cruce violento de la frontera entre los dos países en Tijuana el domingo 25 y que fueron rechazados por gases lacrimógenos , en un claro signo de colaboración con Washington. “No es la manera en que deben actuar”, había prevenido Alfonso Navarrete Prida, secretario de Gobernación mexicano ese mismo día, y agregó: “Sabían que de ninguna manera iban a ingresar a territorio norteamericano de esa forma”. Una comunicación de su Secretaría advertía el domingo que otros 500 migrantes ya identificados serían también deportados por actuar de “manera violenta”.
Obviamente no está en el interés de ninguno de los dos gobiernos que ocurra un incidente grave en la frontera y ambos coinciden en que la actitud de algunos migrantes es menos pacífica que lo que la mayor parte de la corriente principal de la prensa estadounidense está dispuesta a reconocer, descubriendo la violencia en las autoridades fronterizas estadounidenses.
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Cuando empezó a tomar velocidad este asunto de la caravana, —a mediados de octubre por las cálidas regiones de San Pedro Sula en Honduras— hubo quienes opinaron que había sido organizada no para crearle un problema a Donald Trump, sino al presidente electo Andrés Manuel López Obrador, quien tomó posesión el 1 de diciembre. “La papa caliente se la quieren dejar a AMLO. Miles de migrantes atrapados entre la frontera estadounidense y a enorme distancia de sus casas”, me dijo un colega al que escucho mucho, aunque en este caso no.
Pueblo sin Fronteras, que aboga por fronteras abiertas y el libre flujo de inmigrantes también tiene un importante talante político inescapable en este lance: responsabiliza directamente a EE.UU. de la actual inestabilidad y caos social en Honduras. Exige, junto con más de 30 organizaciones, que Washington reconozca su papel en el golpe de Estado hondureño en 2009 —cuando fue derrocado el presidente Manuel Zelaya— y que igualmente admita que lo que actualmente gobierna en Honduras es una dictadura respaldada por Washington. Y como de no tener fronteras se trata, para Pueblos sin Frontera todas las crisis políticas y sociales en toda Centroamérica son directamente causadas por la política exterior estadounidense.
Por todo lo anterior, Pueblo sin Fronteras (PSF) no es específicamente anti-Trump, también es anti-Obama, ya que señala el bipartidismo de la militarización de las fronteras estadounidenses que también tuvo lugar bajo su mandato, con la Guardia Nacional. Y olvidó a George W. Bush, que también lo hizo. Tampoco es anti-López Obrador. PSF es una extraña mezcla entre globalismo social y el anticapitalismo. En definitiva, como reafirmación ideológica se dirán: “Si las fronteras no existen para que las megacorporaciones internacionales se enriquezcan comerciando, por qué tienen que existir para los que no tenemos un centavo”.
Pero al menos en este lance, su suerte está echada. México ha deportado, y va a deportar a más migrantes hondureños. Más de 2.000 han pedido ya refugio en México; existe una problemática social y económica entre el gobierno local, los ciudadanos mexicanos —lo hemos visto en Tijuana— y los migrantes que no augura una larga estadía a estos, cualquiera sean sus razones o condición social. El larguísimo proceso que deben enfrentar para solicitar asilo político en Estados Unidos y por otra parte, la estricta militarización de la frontera es una señal inequívoca de que Trump está decidido a no sufrir las mismas pruebas que cuando la anterior caravana, los niños, las jaulas y la separación de las familias.
Mucho capital político arriesga Trump y su posición de “No pasarán”, si bien ampliamente criticada, le rendirá claros dividendos, cuando el último migrante haya desaparecido del escenario. ¿Y cuándo pasará todo eso? ¿Cuándo se retirará la “invasión”, como una nueva bajamar? Al son del próximo ciclo noticioso. Si López Obrador no hace nada nuevo.