Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN Español) – El pasado primero de octubre, Nicolás Maduro exclamó en su cadena obligatoria de radio y televisión: “Dios mío” y agregó “imposible”. Y puso cara de circunstancia.
El presidente volvió a negar que su país padezca una crisis migratoria y dijo que le parecía “imposible” que, según la ONU, más de 2 millones de venezolanos hayan abandonado el país porque, a su juicio, los niveles de escolaridad y consumo habían aumentado.
Ese país que, según Maduro, saca fuerza y avanza en medio de la adversidad; que sigue apostando por los sueños de igualdad, es además de todas esas bondades, el país más peligroso de América Latina.
La ONG Observatorio Venezolano de la Violencia calcula en casi 24.000 las muertes violentas en Venezuela en 2018. Tres menores son asesinados cada día.
El Gobierno, sin embargo, asegura que los índices de criminalidad se han reducido.
Y puede que sea medianamente cierto, ¿cómo saberlo?
Lo que sí está claro es que cada venezolano, sea chavista o no, simplemente venezolano, está a merced de un delincuente.
Maduro, aseguraba en octubre que al menos 7.000 de sus ciudadanos habían regresado al país gracias al programa de su gobierno “Vuelta a la patria”.
“Todos están regresando”, mintió el mandatario.
Regresan algunos. Los que sean. Pero lo ideal sería, presidente Maduro, que los que regresaran lo hagan para vivir y no para terminar sus días como piltrafas en una esquina céntrica luego de que un ratero los haya asaltado. O secos como pasas, agostados y mustios por la desesperanza.
La tristeza mata. Esa es la otra violencia, presidente. Si no lo sabré yo.