Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Hubo un tiempo en el que las cosas estaban más claras: al impresentable se le ignoraba y los niños no hablaban en la mesa a menos que se les preguntara.
Aquello no era mejor ni peor. Era distinto. Hoy nada es lo que parece.
Nicolás Maduro ha asistido a su investidura como si no hubiese sido rechazado por la mayoría de los gobiernos latinoamericanos, por la Unión Europea y por Estados Unidos.
El gobernante venezolano ha sonreído y ha repartido besos. Ha gritado “que viva México” y ha asegurado que “el pueblo de Venezuela no está solo”.
Pero pese a su discurso desafiante, Maduro sabe que -ahora mismo- es una suerte de paria internacional que necesita recabar todos los apoyos posibles.
Algunos de esos apoyos parecerían estar garantizados: Cuba, Bolivia, Nicaragua, El Salvador y otros se estarían fraguando en medio de la contingencia: Rusia, Turquía…
En los últimos años, Vladimir Putin ha sido criticado una y otra vez por varias organizaciones internacionales de derechos humanos debido a su irrespeto por las libertades fundamentales.
El Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos denuncia que, en Turquía, tras el fallido golpe de Estado de julio de 2016, el presidente Recep Tayyip Erdogan no acepta la crítica y mucho menos la disidencia contra su gobierno.
En esta vida cada uno es libre de arrimarse a la sombra que más le convenga, pero hubo un tiempo en el que las cosas estaban más claras. Por ejemplo, una revolución socialista jamás buscaba el respaldo de regímenes abiertamente autocráticos. Aunque fuere por él “qué dirán” o acaso por principio.
“La vida es un cabaret”, decía Liza Minnelli en aquella película de Bob Fosse. Siempre me chocó la frase, pero ahora le veo sentido.