Las flores y los tributos se cuelgan en la cerca de los jardines botánicos el 17 de marzo de 2019 en Christchurch, Nueva Zelandia. Se confirmó la muerte de 50 personas, y 36 heridos aún están en el hospital luego de los ataques con disparos a dos mezquitas en Christchurch el viernes 15 de marzo. 41 de las víctimas murieron en la mezquita de Al Noor, en Deans Avenue, y siete murieron en la mezquita de Linwood. Otra víctima murió más tarde en el hospital de Christchurch. Un hombre de 28 años nacido en Australia, Brenton Tarrant, compareció el sábado en el Tribunal de Distrito de Christchurch acusado de asesinato. El ataque es el peor tiroteo en masa en la historia de Nueva Zelanda. (Foto por Carl Court / Getty Images).

Nota del editor: Ayesha Hazarika es una analista política, escritora y exconsultora política británica. Las opiniones en este artículo son exclusivas de la autora.

(CNN) – Cuando me desperté el viernes por la mañana con la noticia de la masacre en dos mezquitas en Christchurch, Nueva Zelandia, me sentí enferma. Pero, lamentablemente, no del todo sorprendida. Había temido que se produjera este tipo de violencia, aunque nunca hubiera imaginado a semejante escala: 50 hombres, mujeres y niños musulmanes asesinados a sangre fría con precisión clínica, metódica, y grabados para las redes sociales.

La islamofobia está en aumento y lo ha estado durante algún tiempo. Los musulmanes han sido satanizados, deshumanizados y los chivos expiatorios a escala industrial de la sociedad desde los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Ningún otro grupo ha sido castigado por los pecados del padre de una manera tan sistemática y aceptada. Políticos, comentaristas, personas influyentes y los medios de comunicación de derecha han librado una guerra contra los musulmanes que se ha normalizado.

El hombre más poderoso del planeta, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha tratado de prohibirles la entrada al país. El aspirante a primer ministro británico y exsecretario de Asuntos Exteriores Boris Johnson bromeó insultando a las mujeres musulmanas, diciendo que parecían buzones. Después de esos comentarios, Tell Mama, una organización que registra incidentes de odio hacia los musulmanes, informó que los ataques contra las mujeres musulmanas aumentaron.

A menudo toman la forma de quitarle el pañuelo a una mujer, especialmente cuando lleva a sus hijos a la escuela. ¿Se imaginan lo que eso le hace a un niño musulmán asustado y confundido? Hemos respetado a los comentaristas de alto perfil que dicen que la islamofobia no existe e insinúan que “ellos” se la buscaron debido al terrorismo.

Esto es como decir que debido a esta atrocidad en Nueva Zelandia, todo hombre blanco de 28 años debería estar ahora en una lista de vigilancia o enfrentarse a prejuicios. Es un argumento sin sentido, primitivo. Sin embargo, lo repiten las élites en posiciones poderosas, a pesar de que deberían ser conscientes de ello.

La creencia recurrente de que todos los musulmanes están predispuestos de alguna manera a la violencia o al terrorismo es peligrosa e incorrecta. La mayoría de los musulmanes, especialmente los inmigrantes, se mantienen en un bajo perfil, quieren una vida tranquila y pacífica y evitar los problemas. Lo sé porque soy musulmana y conozco a nuestra comunidad. No estamos para causar problemas. No venimos a “invadir”; venimos a construir una vida mejor para nosotros.

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Administramos sus supermercados de barrio, conducimos sus taxis, les damos comida de noche cuando se tomaron una copa o cuidamos de ustedes cuando están enfermos. Servimos a nuestras comunidades. Sin embargo, nos hemos convertido en víctimas del hostigamiento, del odio y ahora del terrorismo.

Los ataques, verbales y físicos, contra los musulmanes están a la orden del día. Pero a la sociedad no parece importarle. Nuestras vidas y nuestro dolor no parecen importar tanto porque somos vistos como ciudadanos de segunda categoría o como “personas malas”.

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Lloré el viernes en “CNN Talk”, pensando en lo triste que es todo esto. Ha sido un día oscuro. Pero si hay alguna luz, fue la ola de mensajes de condolencia de personas de todos los orígenes del mundo que enviaron mensajes de solidaridad y amabilidad. Si podemos aprender una lección del horror de Christchurch, debemos detener este odio y ver a los musulmanes como seres humanos, como cualquier otra persona.