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Nota del Editor: Richard Morgan es escritor independiente en Nueva York y autor de “Born in Bedlam”. Ha escrito para The Economist, The New Yorker, The New York Times, NPR, Rolling Stone, The Wall Street Journal y The Washington Post, entre otras publicaciones. Las opiniones expresadas en este comentario son propias del autor.

(CNN) – Desde el tiroteo el día de San Valentín en la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas en Parkland, Florida, en 2018, en Estados Unidos han muerto más de 1.200 niños por la violencia armada, según el proyecto Since Parkland (Desde Parkland) del Miami Herald.

El Día de los Caídos está dedicado a los soldados que murieron protegiendo nuestro estilo de vida. ¿Cómo podríamos encontrar la ocasión de honrar a nuestros caídos olvidados: el terrible número de niños que murieron y siguen muriendo por nuestro estilo de vida?

El Día de los Caídos comenzó a conmemorarse informalmente después de la Guerra Civil, pero no se formalizó como feriado nacional hasta 1971. Es un día para visitar las tumbas. En la vida estadounidense, las escuelas se están convirtiendo en cementerios a la espera. No hay una Tumba al Niño Desconocido. Lo conoce cada padre. Sabiendo también que la escuela de sus hijos podría ser la próxima.

Los niños en el jardín de infantes practican los protocolos en caso de tiroteo, aprendiendo a esquivar balas antes de aprender a leer o a contar. Desde Parkland, en EE.UU. ha habido en promedio un tiroteo en una escuela cada 12 días. Lo que era impensable cuando ocurrió en la escuela secundaria de Columbine en 1999 nos es ahora demasiado familiar. Olvidable incluso.

Todas las mochilas a pruebas de balas, los refugios blindados en las aulas y los guardias armados no parecen detener la gran oleada de violencia.

Los atacantes en las escuelas son terroristas que no sabemos cómo combatir porque, en EE.UU., hasta los intolerantes tienen derechos de milicia y, si bien muchísimos no aplicamos a la raza, la sexualidad o la identidad de género, el principio de los fundadores de que todos somos creados iguales, nuestro gobierno sí interpreta que hasta a los cobardes asesinos les corresponden sus derechos de la Segunda Enmienda y un derecho inalienable a buscar la felicidad.

De los 1.200 niños fallecidos el año anterior, más de 80 eran pequeños o infantes, algunos tan de solo 1 año (Q.E.P.D. Malaysia Amori Robson Dew, que murió mientras dormía en un sofá cuando dos hombres efectuaron múltiples disparos hacia su hogar por un pleito en las redes sociales, dicen los investigadores). Pero eso fue solo el año pasado, en gran parte. Quizás 2018 fue un año especialmente malo.

No, no fue así.

En diciembre, un estudio de la Universidad de Michigan publicado en el New England Journal of Medicine halló que, de las 20.360 muertes infantiles que se registraron en EE.UU. en 2016, 3.143 —el 15%— fueron causadas por la violencia armada. La única causa en superarlo fueron las muertes por vehículos automotores.

Mientras 126 de estas muertes fueron accidentales y 1.102 fueron suicidios, 1.865 de los niños tuvieron muertes dictaminadas como homicidios. El estudio determinó que las muertes tuvieron un aumento del 28% desde 2013; el aumento por homicidio por armas de fuego fue del 32%, y el aumento por suicidio armado fue del 26%. El estudio determinó también que EE.UU. es líder mundial en muertes infantiles relacionadas con armas de fuego, con una tasa de 36,5 veces más que las de unos 12 países comparables de altos ingresos. Literalmente el número 1 por balazos.

En un año promedio —uno se espanta por la palabra “normal”, si bien ese es también el caso— mueren unos 1.300 niños por disparos y otros 5.790 sobreviven a heridas de bala en EE.UU., según un estudio reciente en la revista especializada Pediatrics. Lea una vez más: EE.UU. es donde las heridas de bala se analizan en las revistas especializadas de pediatría. Aproximadamente 19 niños por día mueren o son tratados en salas de emergencia por la violencia armada. Esa es toda un aula.

En estos tiroteos, las balas de las armas semiautomáticas a menudo viajan a velocidades tan elevadas (990 metros por segundo desde una AR-15) que de hecho causan ondas expansivas cuando ingresan al cuerpo, produciendo incluso un mayor daño interno.

Desde el 11 de septiembre de 2001, EE.UU. ha invertido US$ 6 billones en guerras que han matado a casi 500.000. Eso es aproximadamente US$ 12 millones por muerte. Ese es el precio —un precio literal, no metafórico— que estamos dispuestos a pagar colectivamente como nación para aniquilar a quienes percibimos como enemigos (si bien esto incluye también los decesos militares).

El futuro de cualquier niño, incluso de los propios, vale mucho menos a los ojos del gobierno que eso. Un análisis de 2018 por Governing halló que, en promedio, la inversión estatal en los escolares es de US$ 11.762, menos que el precio de un Versa de Nissan, el automóvil más barato en EE.UU. en 2019. Enviamos a nuestros hijos al campo de batalla escolar con algo menos que nuestros pensamientos y nuestras plegarias.

Las muertes incesantes de la Guerra de Vietnam, que convirtieron los obituarios de los periódicos locales prácticamente en anuarios de jóvenes muertos, forzaron a los poderes estadounidenses a detener el reclutamiento, la conscripción aleatoria que envió a jóvenes hombres a la guerra sin tener en cuenta si eran estrellas de rock, atletas profesionales o pudientes herederos. Una ruleta igualitaria es impensable en nuestra cultura actual.

Jimmy Carter, cuya hija asistió a las escuelas públicas en Washington mientras él estaba en la Casa Blanca, supo advertir sobre la guerra: “No aprenderemos a vivir juntos en paz matándonos los hijos los unos a los otros”. Hasta que desarmemos nuestro arsenal de leyes a favor de las armas, nuestra otra guerra civil interminable sigue adelante: donde se enfrentan quienes apoyan las armas con quienes defienden el control de las armas (y, sí, los abolicionistas de las armas).

Quizás los padres de Sandy Hook, la tragedia en la que un furioso veinteañero masacró a 26 personas en minutos, y llevó al presidente Obama a las lágrimas incluso años después, tendrán éxito con su revolucionario juicio contra Remington, el fabricante de la versión Bushmaster del rifle AR-15 usado durante la masacre.

Uno de los abogados de Remington, después de reconocer la tragedia, argumentó en el tribunal que la ley protege a la empresa de estos juicios: “Según la ley… el fabricante y los vendedores de armas de fuego usadas por los criminales ese día no son legalmente responsables por sus crímenes ni el daño provocado”. La causa ya se encamina a la Corte Suprema. ¿Nos hemos convertido en el país cuyas victorias morales solo se dirimen en los tribunales?

Afortunadamente, este Día de los Caídos, tenemos defensores que lideran el movimiento por nuestros niños caídos. Ni padres. Ni maestros. Ni policías. Ni políticos. Ni médicos ni abogados. Los adultos, incluso quienes lo intentaron, no han logrado generar un cambio sistémico.

Lo que tenemos ahora son los chicos cuyo movimiento sigue creciendo. Tenemos los 200 escritores de los 1.200 recordatorios en el proyecto Since Parkland: jóvenes ellos mismos, de entre 13 y 19 años, reporteros adolescentes de todo el país que están trabajando con el Miami Herald y McClatchy y que escriben sobre la violencia armada con la normalidad de quien reseña un libro. Conmemoraron lo que muchos adultos ignoraron.

Nuestras plegarias deberían ser que estos estudiantes logren educarnos.

(Traducción de Mariana Campos)