Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Si la infancia es la patria del hombre, los cerca de 250 niños migrantes (no acompañados) detenidos en un centro de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) en Clint, Texas, al tratar de entrar ilegalmente a Estados Unidos, puede que terminen siendo auténticos apátridas, porque dudo que olviden lo que están viviendo.
CNN ha servido de cajón de resonancia de la denuncia hecha por un equipo de abogados, médicos y activistas de Human Right Watch, que contaron lo que sucede puertas adentro en ciertos centros de detención fronteriza: hacinamiento, insalubridad, comida inadecuada, falta de atención médica. Lugares donde hay niños están enfermos y ni siquiera tienen jabón, calcetines o zapatos.
Algunos han estado detenidos más de los 20 días que establece una decisión judicial.
En dos o tres semanas, muchos de ellos tuvieron solo una o dos oportunidades de ducharse.
Un chico admitió no haberse bañado en 15 días.
Un bebé de 2 años sin pañal era ”atendido” por niños mayores. Los hay que duermen en el piso.
Al margen de las grandes palabras y del vocerío electoralista, la política inmigratoria de Washington es, ahora mismo, lo más parecido a un mueble viejo que alguien ha dejado en un rincón porque nadie sabe qué hacer con él.
Las críticas contra Trump suenan ya como truenos distantes y las críticas del presidente contra los demócratas, también.
Seis niños han muerto luego de ser detenidos por agentes de la frontera. Algunos ni siquiera saben de dónde vienen, de tan pequeños que son.
Llorando preguntan por sus padres y esperan la respuesta que no llega.
Los niños de Charles Dickens, a merced de la tristeza, el desamparo, el miedo y la muerte, ahora son los niños de Donald Trump.
Y de todos los políticos, demócratas y republicanos paralizados ante tanto desamparo y tanta indiferencia; y también son de todos los que miran hacia el otro lado, y de todos los que en la iglesia tal vez se sientan en la primera fila para que Dios los oiga mejor, pero arrugan la nariz ante el tufo de la desolación infantil.