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Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.

(CNN Español) – Si vives en Estados Unidos, hay un momento en la vida que es casi definitivo: cuando al buzón empiezan a llegar ejemplares de la revista, muy bien hecha, de la Asociación Americana de Personas Retiradas.

La situación acaso se vuelve un poquito más dramática cuando te topas en el buzón con anuncios de pañales contra la incontinencia urinaria.

Pero aun así uno celebra que existan tales artilugios para cuando resulten necesarios.

Sin embargo, cuando una amiga que conoces mucho y desde hace mucho, racional hasta la exasperación, profesora jubilada de matemáticas, te invita a los cursos que ella imparte sobre la ‘gestión de la felicidad”, entonces la tarde se nubla y suena la Cabalgata de las Walkirias, de Wagner.

Durante unos quince minutos, la amiga se va desdibujando mientras pondera las bondades de algo que ella llama terapias de crecimiento personal: biorresonancia, programación neurolingüística, posturología, poliamor, psicología positiva, constelaciones familiares, flores de Bach etc.

Cuando termina lo resume todo en una frase larga y sospechosa: “Es fácil, viejo, basta con cambiar tu mente para cambiar el mundo y ser feliz”.

Lo que logro entender, entre otras cosas, es que todo eso lo cuenta Woody Allen en sus películas por tanto eso puede resultar fashion; que hay que centrarse sobre todo en uno mismo y aceptar lo que caiga del cielo.

Más claro: la aceptación acrítica de la realidad y punto.

Me queda claro además que hay que usar palabras como resiliencia y paradigma. Y que no hay que avergonzarse por eso.

“¿Cuánto cobras la hora por hablarle a alguien de estas cosas?”, le pregunto a la amiga que se desdibuja cada vez más.

Sin inmutarse responde: “Depende del barrio, en este, 300 dólares”.

Y en ese instante decido que no quiero ser feliz, al menos de ese modo. Y ya soy feliz. Como una lombriz.