Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Mi sobrino colombiano-cubano no conoce a su hermanastro africano.
Y Nuno no conoce a Daniel. Pero los dos tienen la misma edad y casi los mismos sueños.
Suelen escribirse en inglés unos correos electrónicos disparatados en los que las palabras saltan como pulgas y no existe puntuación gramatical alguna.
La familia de mi sobrino apadrinó a Nuno casi desde que aprendió a caminar.
Y con el dinero y los abrazos que le llegan desde Miami, Nuno y su madre han conseguido romper el círculo de la pobreza que amenazaba con ahogarlos.
El niño está a punto de comenzar el cuarto grado y la madre encauza lo más parecido a una mini cooperativa ultramatriarcal: mujeres que cosen trajes típicos que venden a los turistas a precios de oro en polvo.
Algunos historiadores dicen que los apadrinamientos tal vez nacieron durante la Guerra Civil española; que la idea fue de un periodista británico John Langdon-Davies, admirador de los anarquistas, que fundó las primeras casas de acogida para niños huérfanos que vivían gracias al dinero que enviaban sus padrinos, otras familias británicas.
Joaquín de la Piedra es un peruano que, como Langdon-Davies, cree que un niño necesita para poder serlo comida, cariño y una casa caliente en invierno.
Joaquín dirige Kusimayo, una asociación sin fines de lucro que ayuda a mitigar la pobreza extrema en la que sobreviven a duras penas los niños, sus madres y sus abuelitos, en ciertas zonas rurales y olvidadas de Perú.
A Langdon-Davies, aquel británico audaz, y a Joaquín, este peruano soñador, les separan casi 90 años. Pero cada uno a su modo siguen demostrando que, a pesar de todo, otro mundo es posible.