(CNN) – “¿Quieres escuchar un chiste sobre la insulina?”, dice la sombría broma sobre los precios de los medicamentos en Estados Unidos. “Tienes que ir a Canadá para conseguirla”.
Pero eso ya ni siquiera es una opción.
Las restricciones de viaje causadas por la pandemia han convertido a los estadounidenses en prisioneros de su propio país. Incluso dentro de América del Norte, México y Canadá han cerrado miles de kilómetros de frontera para todos los viajes excepto los esenciales, lo que complica los planes de vacaciones, trabajo y estudio. Para los estadounidenses con problemas de liquidez, también ha cortado el acceso a medicamentos y servicios de atención médica que no pueden pagar en casa, en un momento en que el dinero es más limitado que nunca.
El hijo de Stephanie Boland, de nueve años, fue diagnosticado con diabetes en diciembre. Viajar a Canadá para surtir su receta de insulina les llevó medio día en coche desde donde viven en Brainerd, Minnesota, pero valió la pena: la compra fue un asunto simple y sin receta. Un paquete de inyecciones, que duraría varios meses, cuesta menos de US$ 100, dice, en comparación con un precio de lista de US$ 530 en casa.
Cuando la enfermedad de su hijo comenzó a reescribir las rutinas de la vida diaria, los Boland planearon cruzar nuevamente a Canadá para reabastecerse. Entonces llegó la pandemia.
Boland, masajista, se vio obligada a dejar de trabajar. Su esposo, un asesor financiero autónomo, también vio afectados sus ingresos por las turbulencias relacionadas con la pandemia en los mercados. Luego, su fuente de insulina asequible desapareció detrás de una frontera que nunca antes se había cerrado en la historia de las relaciones entre Estados Unidos y Canadá.
“Íbamos a hacer un viaje al norte, un viaje más en marzo, pero cerraron la frontera”, dijo.
Comprar insulina en el extranjero
Solo el 1,5% de los adultos estadounidenses que toma medicamentos recetados compra sus medicamentos en el extranjero, según un análisis de junio realizado por investigadores de la Universidad de Florida en Gainesville, basado en una Encuesta Nacional de Entrevistas de Salud 2015-2017.
Pero aún así se estima que son 2,3 millones de personas.
Muchos medicamentos y servicios médicos son más baratos en los vecinos Canadá y México, gracias a los controles de precios y al poder del dólar estadounidense. La diferencia es tan grande que la aseguradora estadounidense PEHP, que cubre a los empleados del estado de Utah, ofrece viajes parcialmente pagados a Vancouver y Tijuana “para ayudarte a ahorrar dinero en tus fórmulas médicas”. En populares ciudades turísticas mexicanas como Cabo San Lucas, en la costa oeste, o Tulum en la costa este, las farmacias, los médicos y los dentistas dirigidos a la clientela estadounidense se encuentran en la calle principal, con sus precios en exhibición brillante. Y la diferencia entre esos precios y los costos de los mismos medicamentos en las farmacias estadounidenses puede significar la vida o la muerte.
Ningún medicamento es un ejemplo más conocido de ese cálculo que la insulina, una hormona vital en el metabolismo del cuerpo. Siete millones de diabéticos estadounidenses no lo producen de forma natural, o no lo suficiente, y necesitan inyectarla a lo largo del día. Sin ella, se acumulan niveles peligrosos de glucosa en la sangre, lo que daña los órganos y produce un estupor doloroso. En el peor de los casos, la falta de insulina puede causar la muerte en tres días.
Los estadounidenses han ido a Canadá en busca de insulina desde que los científicos aprendieron cómo producirla en los laboratorios de la Universidad de Toronto, en 1921. Uno de los primeros pacientes en probarla fue una estadounidense: Elizabeth Hughes, la hija adolescente del entonces secretario de Estado Charles, Charles Evans Hughes.
“Estoy tan feliz y eufórica”, escribió en una carta a su madre desde Canadá, describiendo su primera autoinyección y la “enorme” comida que disfrutó después. Antes de cruzar la frontera, la joven de 15 años había manejado su condición muriéndose de hambre, el único truco disponible para los diabéticos para prolongar la vida antes de la insulina. Hughes medía 1,52 metros de alto y pesaba pesaba solo 20 kilogramos.
Cien años después, y después de un examen de conciencia nacional sobre el costo vertiginoso de la insulina, algunos estadounidenses todavía se mueren de hambre. Daniel Carlisle, un diabético tipo 1 en Texas, a veces ha tratado de no comer durante días, en un intento de racionar la insulina. Cuando tenía 18 años y le faltaba dinero en efectivo, incluso pensó en robar una farmacia, dice.
“Siempre hago los cálculos sobre cuántos días de suministro de insulina tengo en el refrigerador”, dice el texano de 60 años.
“Así es como sé mi esperanza de vida en ese momento. Mi esperanza de vida se mide exactamente en cuántos días de insulina tengo en la mano, más tres días”.
Nuevo Progreso, México
Durante los últimos tres años, comprar insulina en México le ha brindado seguridad a Carlisle.
Sus viajes comenzaron por un diente partido, en 2017. “Fui a un dentista cerca de donde vivo y me dijo que podía repararlo por US$ 10.000”, dice Carlisle, que no tiene seguro. “Así que le dije: ‘Mira, no puedo permitirme enviar a mis hijos a Harvard. Seguro que no puedo enviar a los tuyos’”.
Trató de ignorar su dolor de muela, pero a instancias de su familia, finalmente condujo unos cientos de kilómetros al sur desde su casa en Houston hasta la concurrida ciudad mexicana de Nuevo Progreso.
“Tan pronto como cruzas los puentes, los vendedores ambulantes dicen ‘¿Necesita un dentista? ¿Necesitas una farmacia? Es simplemente constante”, dijo él. Primero le arreglaron el diente: un tratamiento de conducto, un puente y una corona en conjunto terminarían costando solo US$ 750. “Los consultorios no son palacios de mármol, pero están limpios”, dice.
Luego se metió en una farmacia para preguntar el precio de un frasco de insulina Humalog, uno de los dos tipos que toma. La respuesta: US$ 70. Verificó la fecha de vencimiento en la caja y luego ofreció US$ 20.
“Tienes que negociar!”, dice.” Solo les digo que moriré sin él y luego perderán un cliente. No hacen un escándalo”.
Un frasco de la misma insulina en EE.UU. tiene un precio de lista de US$ 274,70.
Desde entonces, ese es el único lugar donde compra insulina, dice Carlisle, y nunca ha tenido problemas con su calidad. Pero con las fronteras cerradas, no espera regresar pronto.
Una vasta área gris
El personal de varias farmacias en ciudades fronterizas tanto en Canadá como en México le dicen a CNN que han visto caídas significativas en tráfico peatonal desde que se cerraron las fronteras de sus países con Estados Unidos. Aunque algunos delincuentes estadounidenses han sido acusados de cruzar a México para hacer diligencias no esenciales, los cruces fronterizos en general se han desplomado.
Un joven que trabajaba en una farmacia cerca de Tijuana le dijo a CNN que el negocio había caído alrededor de 40% desde que se cerró la frontera. Pidió permanecer en el anonimato porque no estaba autorizado para hablar sobre el negocio.
Técnicamente, traer medicamentos recetados a Estados Unidos es ilegal. Pero la Administración de Medicamentos y Alimentos de EE.UU. (FDA, por sus siglas en inglés) ha creado un área gris para pequeñas cantidades: la importación “podría” estar permitida, según el sitio web de la agencia, si el medicamento no excede el suministro de tres meses.
El personal de Mark’s Marine Pharmacy en Vancouver, Canadá, a menos de una hora en automóvil desde la frontera de EE.UU., generalmente llena cientos de pedidos para clientes de Estados Unidos, todos los días, dice el gerente general Jordan Rosenblatt, y rara vez tiene problemas para enviarlo. Con las fronteras cerradas, los pedidos en línea se han disparado, agrega.
Las revisiones a lo largo de los años en su página de Facebook comparan los precios de todo tipo de medicamentos recetados con los de Estados Unidos, con comentarios de lugares tan lejanos como Nueva Jersey y Texas. “Ellos venden y me envían mis inhaladores para el asma a un precio que no es depredador, a diferencia de lo que ocurre aquí en Estados Unidos. ¡Soy la chica más feliz hoy! ¡Gracias!”, dice un comentario.
Pero hacer pedidos en línea no es para todos: siempre existe el riesgo de que el medicamento sea confiscado o que los medicamentos sensibles a la temperatura, como la insulina, se estropeen esperando en la aduana o en las demoras del Servicio Postal de EE.UU.
Y mientras se destacan las frustraciones por los cierres fronterizos, los sistemas de salud extranjeros son una mala alternativa sin importar cómo se acceda a ellos.
“Para cualquier individuo en el corto plazo, ir a Canadá es una solución decente, pero no es una solución sistémica”, dice el Dr. Vikas Saini, cardiólogo capacitado en Harvard y presidente del Instituto Lown, un grupo de expertos en atención médica no partidista.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha pedido que se permita la importación a mayor escala desde Canadá, entre una serie de propuestas recientes para reducir los precios de ciertos medicamentos estadounidenses. Pero es poco probable que eso haga mella en el mercado estadounidense, dice Saini: “Canadá es un país de unos 30 millones de habitantes. No tiene suficientes medicamentos para proporcionar todas esas recetas para EE.UU., una nación 10 veces más grande”.
Algunos grupos de la industria de la salud canadiense y los pacientes están de acuerdo. Desde 2019, advirtieron que el plan de importación de Trump podría provocar escasez de medicamentos para los canadienses, un temor que probablemente se agudizó después de presenciar la escasez mundial de equipos médicos vitales en los primeros meses de la pandemia de covid-19.
Una economía que se desmorona
A medida que avanza la pandemia, las opciones están disminuyendo para los estadounidenses que no pueden permitirse enfermarse en Estados Unidos, especialmente después de que la economía en ruinas borró casi 13 millones de puestos de trabajo y se llevó las opciones de seguro médico.
Incluso a precios canadienses, algunos tienen dificultades para pagar sus fórmulas médicas. “Recientemente, nos enteramos de todos los problemas financieros de las personas despedidas”, dice Rosenblatt, gerente de farmacia de Vancouver. “Tenemos clientes estadounidenses que han estado trabajando con nosotros durante años y, bajo estas circunstancias, les enviamos lo que necesitaban y les decimos: ‘Páganos cuando puedas’”.
Para que la insulina sea más accesible, algunos estados de Estados Unidos han presionado por límites de precios en los copagos. Las tres empresas que controlan el mercado de la insulina en EE.UU. ofrecen planes de descuento, incluidos nuevos programas a los que los estadounidenses que se vieron afectados financieramente por la pandemia pueden solicitar acceso temporal a insulina más barata o gratuita. Y Walmart ofrece insulina barata de venta libre (aunque esta es una fórmula más antigua que puede hacer que el control del azúcar en la sangre sea más complicado que las versiones recetadas más nuevas).
Sin embargo, muchos todavía están luchando —y no solo los casi 28 millones de estadounidenses que no tienen seguro médico, una cifra estimada por la Kaiser Family Foundation— incluso los estadounidenses con seguro médico, que se benefician de precios negociados que son más bajos que los precios de lista, a veces no pueden pagar todos los costos de vivir con diabetes.
En Dayton, Ohio, la familia de Mindi Patterson obtuvo un seguro médico a través de su trabajo como empleada de Costco. Pero incluso entonces, mantenerse al día con el costo de la insulina tanto para sus hijos adolescentes como para su esposo sigue siendo como caminar por la cuerda floja. “Tuvimos que escarbar en la basura en busca de reservorios (desechados) de las bombas de insulina, cuando no teníamos dinero para comprar los siguientes suministros”, dice.
“En este momento tengo un reabastecimiento de insulina (de mi hijo) esperando, pero todavía no tengo los fondos para retirarla. Así que me la guardan hasta el día de pago”, dijo.
Sabrina Renaud, una asistente dietética, de 22 años, en Carolina del Sur, trabaja a tiempo completo en un hospital que ofrece seguro médico a los empleados, pero gana alrededor de US$ 1.300 por mes después de impuestos y dice que simplemente no puede pagar el deducible de primas y copagos del plan de la empresa y todavía necesita pagar el alquiler. “Así que pensé, voy a tener que superar esto sin seguro médico”, dice.
Renaud no ha visto a un médico para renovar su receta de insulina en más de un año. En cambio, cada dos meses, envía un mensaje a una mujer, que nunca ha conocido en la vida real, con una lista de lo que necesita. Hasta ahora, los suministros que le salvan vidas que necesita siguen apareciendo en el correo.
La mujer, que pidió permanecer en el anonimato porque la redistribución de medicamentos recetados es ilegal, le dijo a CNN que ha enviado insulina a cientos de personas a lo largo de los años, un esfuerzo que describe como un “mal necesario”. La gente de EE.UU. y del extranjero le envía viales y bolígrafos inyectables de repuesto, y ella dice que los envía gratis a cualquier estadounidense que los solicite.
“Yo personalmente hago esto, Dios mío, un promedio de cuatro veces por semana”, dice.
“Podría publicar un tuit ahora mismo sobre alguien que necesite Humalog (una marca de insulina), y probablemente obtendré 100 respuestas de todo el país diciendo ‘Tengo extra’”, dice. “La gente está dispuesta a pagar 50 dólares de la noche a la mañana a alguien que se encuentra en una situación realmente mala”.
Ella ha recibido incluso grandes donaciones de insulina de Canadá.
Un “mercado negro” cada vez más ocupado
Más de una docena de estadounidenses diabéticos entrevistados para este artículo dijeron que habían participado en un intercambio de insulina informal impulsado por las redes sociales, ampliamente conocido como el “mercado negro”. Los organizadores son nodos en la red, que utilizan su prominencia en plataformas como Twitter para conectar a las personas que tienen insulina con las que no.
“La FDA no recomienda compartir o revender suministros para diabéticos, incluida la insulina, debido a preocupaciones sobre la seguridad y eficacia de dichos productos revendidos o compartidos”, dijo un portavoz de la agencia a CNN. Pero los defensores de la red dicen que no pueden detenerse, señalando varias muertes de estadounidenses diabéticos que racionaron su insulina.
“No nos han dejado otra opción”, dice la política emergente de Minnesota Quinn Nystrom, cuya campaña para el Congreso enfatiza la atención médica asequible. Nystrom, que es diabética de tipo 1, ayuda a distribuir donaciones de insulina y, antes de la pandemia, organizó “caravanas” a Canadá para comprar insulina.
“¿Estoy dispuesta a violar la ley para mantener vivos a los ciudadanos estadounidenses? Sí”, dice.
La demanda de insulina en el mercado negro se ha disparado desde que comenzó la pandemia, dijo otro organizador en Colorado, quien pidió permanecer en el anonimato debido a la ilegalidad del trabajo. Solo en la última semana de julio, facilitó donaciones de insulina por un valor estimado de US$ 24.000.
“Antes de toda esta crisis del covid-19, digamos que hace solo seis u ocho meses, podría oír hablar de alguien que necesitaba insulina tal vez una vez al mes”, dice. “Eso ha avanzado rápido hasta ahora, cuando la gente está perdiendo sus trabajos: en los últimos siete días, he escuchado de 15 personas diferentes que casi se han quedado sin insulina y no tienen forma de pagar su próxima compra”.
Daniel Carlisle, el houstoniano, a veces ha donado algunos de sus propios suministros a otros diabéticos en Houston y Dallas. “Si alguien murió porque le faltaba insulina y yo dije que no lo compartiría con ustedes, bueno, tengo un problema moral real con eso”, dice. “Si viviera en Houston y necesitara un poco de insulina, conduciría y le daría una dosis”.
Pero tiene límites de flujo de efectivo, agrega. Y si no puede reabastecerse pronto en Nuevo Progreso, México, tendrá que pedir ayuda en el mismo mercado negro al que una vez aportó.
“Ahora mismo estoy esperando a febrero. Si no puedo llegar a México para entonces, y tengo el dinero para hacer el viaje, tendré problemas”, dice.
– Natalie Gallón de CNN en Ciudad de México contribuyó a este reportaje.