Nota del editor: Pedro Brieger es un periodista y sociólogo argentino, autor de varios libros sobre temas internacionales y colaborador en publicaciones de diferentes países. Es profesor de Sociología en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Es director de Nodal, un portal dedicado a las noticias de América Latina y el Caribe. Es columnista de televisión en el canal argentino C5N, en el programa “En la frontera” de Público TV (España) y en programas de las estaciones argentinas Radio 10, La Red, La Tribu y LT9-Santa Fe. A lo largo de su trayectoria, Brieger ha ganado importantes premios por su labor informativa en la radio y la televisión de Argentina. Su cuenta en Twitter es @PedroBriegerOk. Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor. Ver más artículos de opinión en CNNE.com/opinion.

(CNN Español) – En la mayoría de los países democráticos, pocas horas después de que cierran las urnas, se conoce quién gana una elección presidencial. Esto no ha sido así siempre en Estados Unidos, porque el país más poderoso del planeta -al que le gusta dictar cátedra sobre democracia- tiene un sistema electoral anacrónico, extremadamente complicado, confuso y descentralizado. Es más, al no existir un poder electoral nacional e independiente como lo tienen la mayoría de los países democráticos, son los medios de comunicación los que informan del escrutinio, que sirve de guía incluso para los partidos políticos.

Por otra parte, al votarse representantes a un Colegio Electoral -que es el que elige al presidente- el llamado voto popular pasa a un segundo plano y no siempre vence quien obtiene más votos en todo el país, como lo pudieron comprobar Al Gore en 2000 y Hillary Clinton en 2016. Aunque parezca elemental, vale la pena recordar que en la mayoría de los países con sistema presidencial quien obtiene la mayor cantidad de votos gana la presidencia.

El estadounidense es un sistema electoral verdaderamente caótico, ya que cada estado tiene sus propias leyes electorales, sus particularidades, sus reglas, y donde el voto por correo o la fecha límite para inscribirse varían de estado en estado. Además, la resolución de discrepancias por resultados inciertos puede llevar a enfrentamientos entre una legislatura estadal y el gobernador, o que termine definiendo la Corte Suprema de Justicia.

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El presidente Donald Trump denunció públicamente fraude de la oposición (sin ofrecer pruebas), mientras Joe Biden pide que se cuente hasta el último voto, lo que -obviamente- es muy normal en sociedades democráticas. Dos días después de las elecciones, y cuando todavía no había resultados finales, Trump tuiteaba “paren de contar” en una de las declaraciones más insólitas que se puedan escuchar durante un proceso electoral, como si hiciera falta aclararle que en una elección democrática se cuentan todos los votos.

¿Cómo calificar un sistema electoral en el que el presidente en ejercicio plantea que el partido opositor está pergeñando un monumental fraude sin ofrecer evidencia y donde se debate si hay que contar todos los votos? Muy sencillo: es un desastre. En vez de que EE.UU. insista en “enseñarle” al resto del mundo lo que es la democracia, tal vez ha llegado el momento de aprender, con humildad. Nunca es tarde.