Un chimpancé pigmeo llamado Bonobo vira caricaturas en el celular de una empleada del zoológico privado "Twelve Months",en Demydiv, a 40 kilometres de Kiev, Ucrania, el 5 de mayo de 2020

Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.

(CNN Español) – Que la vida huele mejor de lo que sabe, lo aprende uno antes de descubrir que los Reyes Magos viven en El Corte Inglés o en Macy’s.

Pero aún así, siempre queda espacio para la sorpresa, aunque aparezca de puntillas.

Uno, que lleva tantos años en esto de contar la vida, se da de bruces una y otra vez con la realidad.

Lo digo por los titulares de la prensa. Nos denuncian. Nos evidencian. Nos significan como los marcadores genéticos o cualquier dedo acusador.

Leo en un periódico que los chimpancés, usados como mascotas y en espectáculos, padecen graves trastornos mentales.

Sufren enfermedades psicológicas similares a las de los humanos, entre ellas estrés postraumático, depresión y ansiedad. Hasta trastornos bipolares, asegura un estudio de la Universidad de Girona, en España.

A mí los chimpancés me descolocan.

En África verlos y verme, era lo mismo.

Monerías aparte, cada primate funciona como un espejo acusador. Verte en su mirada sobrecoge.

Recuerdo cómo un monito, que había sido la alegría de todos en Angola, languideció hasta morir cuando el chico que le rescató más muerto que vivo, regresó a Cuba y no se le permitió llevárselo.

Aquella criatura se deshizo poco a poco. Primero, la mirada. Como si un súbito ataque de glaucoma hubiese empañado el brillo de sus ojos para siempre. Y luego, la quietud. No más saltos ni piruetas ni carantoñas.

Casi que se convirtió en estatua de sí mismo.

Un monito reducido a monolito, como la esposa de Lot , que miró hacia atrás, y se convirtió en una columna de sal ante la “vista de Dios”.

Volví a pensar que los titulares de la prensa que nos denuncian, cuando leí que la cantante estadounidense Cher viajó en plena pandemia hasta Pakistán para liberar a Kaavan, un elefante que lleva 35 de sus 37 años de vida, encerrado en un zoológico.

Kaavan está obeso, intentaron rehabilitarlo con una dieta estricta y música de Frank Sinatra para alejar de sí los fantasmas que le atenazan.

Cher ha conseguido llevarlo a una reserva natural en Camboya. Y allí pasará lo que le queda de vida.

“La única salida de emergencia”, dice mi admirada Leila Guerriero, ”es la que llevamos dentro”.

Pero y los animales? ¿Qué salida de emergencia tienen ante lo que hacemos o dejamos de hacer?

El único consuelo —y sé que es poca cosa—, es que los animales que más queremos —que duermen en nuestra cama, que les hablamos, que bañamos con champuces hipoalérgicos y que finalmente, enterramos o cremamos destrozados por la tristeza— no podrán leer jamás esos titulares de la prensa que nos denuncian. Nos evidencian. Nos señalan. Nos acusan.