CNNE 931651 - antropologos argentinos buscan identificar 600 cuerpos
El proceso para identificar los cuerpos desaparecidos durante la dictadura argentina
04:38 - Fuente: CNN

(CNN Español) – Luis Fondebrider preside el Equipo Argentino de Antropología Forense de Argentina (EAAF), que ya recuperó unos 1.500 cuerpos de personas desaparecidas durante los años setenta y ochenta y que ahora busca completar su tarea e identificar a alrededor de 600 de estos restos humanos que aún no han recuperado su identidad.

La institución nació en 1984 y se ha dedicado a la recuperación e identificación de los cuerpos de los desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar que gobernó el país entre 1976 y 1983. También ha colaborado en la identificación de los restos de Ernesto “Che” Guevara, de soldados de la guerra de Malvinas/Falkland en 1982 y de víctimas de conflictos bélicos y armados en América Latina, África, Europa y Asia.

Fondebrider recibió a CNN en la sede del equipo forense, que funciona en la ex Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los centros clandestinos de detención más emblemáticos de la represión estatal en el país, que comenzó a ser recuperada como museo de la memoria en 2004.

Fondebrider dice que, al devolver la identidad a sus restos, “de alguna manera, el desaparecido es reinsertado en la sociedad, vuelve a tener su nombre y apellido”.

“El equipo comenzó a trabajar hace 36 años en Argentina, en cementerios de todo el país, en áreas militares, incluso en casos de personas arrojadas desde aviones al Río de la Plata”, afirma Fondebrider.

“A lo largo de ese camino, hemos recuperado unos 1.500 cuerpos y hasta el día de hoy hemos podido identificar 850, pero restan otros 600 por identificar”, agrega.

Desde que se dio a conocer la nueva búsqueda, tras la publicación de un artículo en el diario Página/12 a principios de diciembre, el EAAF recibió al menos 200 llamados de personas interesadas en asesorarse sobre el proceso para identificar los restos anónimos, asegura el presidente del EAAF.

Luis Fondebrider preside el Equipo Argentino de Antropología Forense

–¿Dónde fueron hallados estos 600 cuerpos?

–Estaban principalmente en cementerios del Gran Buenos Aires, el primer cordón industrial que rodea a la Ciudad de Buenos Aires, porque el patrón en Argentina es muy urbano. Pero también estaban en Tucumán, donde estamos trabajando hace varios años con colegas de esa provincia en un pozo que tiene más de 40 metros de profundidad, donde se han recuperado 140 cuerpos. También de la provincia de Córdoba.

–En los cementerios urbanos, ¿los restos de estas personas estaban enterrados como NN (desconocidos)?

–Sí. En 1984, el doctor Clyde Snow, que fue un antropólogo forense que nos formó a nosotros en el equipo, le pidió los datos de estos NN a todos los municipios de la provincia de Buenos Aires. En el trabajo estadístico que realizó, se ve cómo cambian los datos y las cifras entre 1975 y 1977. Los NN solían ser hombres mayores que vivían en las calles y morían por causas naturales. Pero en esos años, los NN pasan a ser gente más joven y se observa un aumento de mujeres y causas de muerte violenta.

–¿Qué necesitan de los familiares?

–Salvo excepciones, la muestra de sangre que nos pueda dar el familiar es lo único que nos queda. Se toman muestras de sangre pero no se le saca sangre del brazo, sino que se extraen unas gotitas del dedo, que se ponen en un papel especial y ya queda preservado para siempre. Pero, además, necesitamos datos físicos, desde fichas odontológicas, que puede tener el dentista que los haya atendido hasta las historias clínicas en los hospitales. También información que ellos recuerdan de cómo era su hijo, su hija en cuanto estatura, sexo, edad, enfermedades.

–¿Qué tipo de familiares pueden aportar información genética para identificar estos cuerpos?

–Lo más importante, sin duda, son los padres. Son los que tienen mayor estadística. Después, los hermanos y los hijos, si la persona desaparecida tiene descendencia. Y así nos vamos alejando. Como hoy en día, después de casi 45 años, muchos padres están muertos, le solicitamos al familiar que se contacta abrir la sepultura de los padres, tomar la muestra y cerrarla. Eso lo hacemos en algunos casos extremos.

–¿Cómo se organizan para las muestras de sangre en plena pandemia?

–Estamos viendo cómo articulamos con cada uno, de forma tal que por lo menos una persona del equipo pueda ir a algún lugar a tomar la muestra o que la gente venga acá y tomemos la muestra, que es incorporada a nuestro banco de datos genéticos. Al día de hoy, el banco tiene más de 11.000 muestras que se está comparando constantemente con los cuerpos que ya hemos analizado. Esperamos que en marzo podamos articular nuevamente con los ministerios para que nos presten la infraestructura de hospitales para que, por ejemplo, una persona que vive en la provincia de Santiago del Estero (a unos 1.200 kilómetros de la sede de la ex ESMA) no tenga que venir a Buenos Aires. De todas maneras, tenemos mecanismos para que esa gente pueda aportar muestras de sangre desde su localidad.

–En Argentina, se estima que la dictadura les costó la vida a unas 30.000 personas. El Equipo Argentino de Antropología Forense ha logrado encontrar apenas unos 1.500 cuerpos. ¿Cree que aún pueden hallarse más restos de desaparecidos?

–En 1984, cuando llegó la democracia, muchos jueces ordenaron la exhumación de los cementerios, pero sin ningún criterio científico. Fue un periodo donde se exhumaron los cuerpos con palas mecánicas, los sepultureros manipularon los huesos y se perdieron muchos cuerpos de esa manera. Los cementerios, que fue el lugar por predilección utilizado para enterrar cuerpos durante la dictadura, ya están casi agotados, casi todos. Actualmente, estamos trabajando en grandes unidades militares, que sabemos que también se utilizaron para enterrar cuerpos, como La Perla, en la provincia de Córdoba, y en algunos otros lugares del país.

–¿Han arrojado resultados?

–Son búsquedas mucho más complejas porque no es un cementerio acotado. Son lugares que muchas veces tienen cientos de hectáreas. El paisaje ha cambiado después de tanto tiempo. Ahora hay árboles donde no había árboles. Entonces, tratamos de reconstruir cómo era ese lugar. Para eso, utilizamos la ciencia. En nuestro equipo tenemos 10 disciplinas científicas, desde medicina y antropología hasta arquitectura, física, biología. Utilizamos todas las tecnologías para buscar. Pero lamentablemente toma tiempo porque sucede lo que sucede en todo el mundo. Los victimarios no dan información.

–¿Por qué cree que algunas familias aún no se han acercado a aportar información?

–A diferencia de otros países de América Latina, cuando en 1983 se recupera la democracia y comenzó a funcionar la comisión que creó el gobierno argentino, la Conadep (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), muchos familiares y un sector de la sociedad tenían la esperanza de que hubiera gente viva, que estuvieran en lugares de detención ocultos. Lamentablemente, con el paso del tiempo, la gente no aparecía y había surgido evidencia de que podían estar muertos, como fueron las exhumaciones en cementerios de todo el país. No obstante eso, no hubo desde el Estado, pero tampoco desde los organismos de derechos humanos, la decisión de manejar la muerte como una opción.

–¿Eso dificulta la identificación aún después de tantos años?

–Si bien no había posibilidad de identificarlos genéticamente en esa época, cuando los familiares hacían la denuncia, ya en democracia, no se les pidieron los datos ante mortem: fichas odontológicas, historias clínicas. Eso no se hizo y se perdió mucho tiempo. Después de tantos años, esa información y los recuerdos son más difíciles de recuperar. También hay que tener en cuenta las características de la población de desaparecidos. Era gente de 20 a 35 años, en su mayoría, que muchas veces no tenía nada en los huesos, no tenía nada en los dientes. Entonces, todos esos factores han hecho que se haya demorado mucho este proceso.

–¿Cómo es el trabajo forense en los cuerpos recuperados para lograr la identificación?

–Hoy son esqueletos y lo que se hace es cortar un fragmento de cinco centímetros de algún hueso largo, especialmente el fémur y la tibia, y se sacan dos dientes sanos. Se envían esas muestras a nuestro laboratorio de genética forense en la provincia de Córdoba. Allí, se limpian, se saca todo lo que está contaminado. El hueso y dientes se pulverizan y empiezan a pasar por una serie de procesos químicos o reacciones. Se utilizan aparatos muy específicos y eso brinda un perfil, una serie de número, que son como el documento de identidad genético de las personas. Eso se guarda en un banco de datos. Con la sangre de los familiares se hace el mismo proceso, pero es mucho más rápido y más sencillo para obtener el ADN. También se la procesa y, después, un software muy poderoso que tenemos hace las comparaciones y va tirando resultados.

–A partir de los casos en que han podido identificar los restos humanos, ¿cuál es la reacción de los familiares?

–Hay una mezcla de sentimientos. Por un lado, la certeza de la muerte, que es lo que damos nosotros. Pero, al mismo tiempo, la calma que produce recuperar un cuerpo, poder llevarlo a un lugar, a un cementerio, poder visitarlo cuando quieran.

–¿Qué les dicen las familias que han atravesado este proceso?

–No solo en Argentina, sino en todo el mundo, creo que es un proceso que les hace bien, que si bien la tristeza y el dolor quedan, les da un poco de paz. Lo único que podemos asegurarles es que tratamos a la gente con mucho respeto, acompañándolos en este proceso, respondiendo todas sus dudas, inquietudes y respetando sus tiempos.