Nota del editor: Roberto Rave es politólogo con especialización y posgrado en Negocios Internacionales y Comercio Exterior por la Universidad Externado de Colombia y la Universidad de Columbia en Nueva York. Tiene estudios en administración de la Universidad IESE de España y es candidato a MBA por la Universidad de Miami. Es columnista del diario económico colombiano La República. Fue escogido por el Instituto Internacional Republicano como uno de los 40 jóvenes líderes más influyentes del continente. Fue asesor del Congreso de la República de Colombia de 2014 a 2017 y de la Alcaldía de Medellín en 2018, y es fundador del centro de pensamiento Libertank. Síguelo en Twitter. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor. Lee más columnas en cnne.com/opinion
(CNN Español) – El año de las muertes, el año de las dificultades, el año de las lágrimas, el año del encierro, el año de la frustración, el año de los miedos, el año de los cambios, el año de la incertidumbre, el año de las despedidas, el año de los años. El año también de los abrazos, de las alegrías, de la consciencia, de la familia, de los amigos, de los reencuentros y también de los encuentros con nosotros mismos. El año de la improvisación de los gobiernos y de la eficacia de la empresa privada.
Según cifras de la Universidad Johns Hopkins, este año termina con cerca de 1,8 millones de muertes globales. En proporción, es como si en lo que va del año muriera casi la población total de la ciudad de París (unos 2,1 millones). En la región latinoamericana las muertes se acercan a los 500.000 a causa de la pandemia, una cifra que supera cualquier conflicto bélico en esta región. Las cifras son aterradoras y las reflexiones infinitas. Sin embargo, un análisis común aborda siempre los textos que inútilmente tratan de sacar conclusiones sobre lo que está ocurriendo: el mundo ha cambiado, no solo en términos de dinámica laboral y de comportamiento del consumidor sino también en lo que respecta a la consciencia y la humanización de las personas. 2020 fue el año en que volvimos a valorar la calidez de un abrazo, la compañía de un familiar, la cercanía al estrechar la mano de un amigo.
Sin embargo, el año de la pandemia ha reflejado también la gran división que existe en el mundo, la devastadora polarización que parte en dos esquinas a los ciudadanos de todos los países, la constante descalificación y la cruda realidad reflejada de forma brillante en las palabras de Moisés Naím: “No quiero idealizar el pasado, ni sugerir que los líderes de antes siempre fueron mejores. Ha habido de todo. Hemos tenido a Hitler y a Churchill, a Mao y Mandela. Pero es indudable que esta pandemia ha sorprendido al mundo en momentos de gran debilidad institucional. Las crisis cierran muchas puertas, pero también abren otras. Esta crisis tendrá muchas consecuencias inesperadas. Quizás una de ellas sea una fuerte reacción contra los gobernantes pequeños y la llegada de líderes que estén a la altura de los grandes problemas que tenemos”.
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Las circunstancias actuales han servido también de escondite para aquellos gobernantes que ven el populismo como un medio para alcanzar sus fines políticos: cierres improvisados de países completos, ataques constantes a sus empresas, medidas sin sustento técnico, pero con toda la justificación política. Tal vez este sea uno de los mayores riesgos que trajo la pandemia: que los populismos, la demagogia y la coacción de las libertades no encuentren vacuna en los próximos años.
Mientras tanto, es importante abrir la ventana de las oportunidades para repensar el Estado en su expresión más profunda, la corrupción y la burocracia como factores comunes deben ser eliminados por medio de gobiernos más pequeños y eficientes que dejen de ver los subsidios como la herramienta primera de sus políticas electorales y piensen en el largo plazo y en las próximas generaciones, al tiempo que forman ciudadanos que también lo hagan valorando el mérito y el esfuerzo como medio para alcanzar sus fines individuales y colectivos.
Este año, el Foro Económico Mundial viene impulsando la idea del “Great Reset”, o el gran reinicio del capitalismo. Para mí este fue el año de la esperanza porque muchos entendieron que el gran reinicio se debe dar en las personas y en su humanidad, en los gobiernos y en sus facultades omnipotentes.
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Atacar el capitalismo ha sido una constante y casi una moda en este año de pandemia. Sin embargo, aún con las fallas y vacíos que deben ser corregidos– se estima que 150 millones de personas más caigan en la pobreza extrema por la pandemia–, este joven sistema económico y social ha logrado un descenso del 75% en la pobreza extrema en 30 años, como bien lo afirma Steven Pinker.
El gran logro de la humanidad en los primeros 50 años de este siglo XXI estará sustentado por el capitalismo y su paradigma del libre mercado: la creación y vacunación de la población mundial contra el covid-19. Es por eso que, ante el llamado “Reinicio”, debemos citar las palabras del mismo Foro Económico Mundial: “El papa Francisco tiene razón en concentrar su atención en la difícil situación de los más pobres del mundo. Sin embargo, el sufrimiento de estos últimos no es consecuencia de un capitalismo desenfrenado, sino de un capitalismo que ha sido frenado de manera equivocada”.
La recesión económica es una realidad latente, como lo afirma la Cepal en su último informe: “Las economías de la región tendrán una contracción promedio de -7,7% para 2020 -la mayor en 120 años- y un rebote de 3,7% en 2021”. Esto marcará el rumbo electoral de la región, con elecciones presidenciales en Perú, Ecuador y Chile durante 2021 y que aún no se desprende del fantasma de los extremos, especialmente de aquel que ha destrozado a Venezuela.
El 2020 fue el año en que el mundo despertó para traer de vuelta su humanidad, el año de la esperanza y de los avances científicos para lograr la vacuna contra la indiferencia y contra el coronavirus en tiempo récord.