CNNE 938425 - security tight on capitol hill after invasion of u-s- capitol

Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.

(CNN Español) – Hubo un tiempo en que hasta el ciudadano más desengañado se decía: “¿Cómo no creer en la democracia”?.

Con la caída del muro de Berlín y de la mayoría de las dictaduras de derecha, parecía que la democracia, o al menos las aspiraciones democráticas, emergían por generación espontánea en el mundo.

Sin embargo, desde mediados de los años 90 ola de autoritarismo se expandió como un virus incontrolable.

El desprecio por los asuntos cívicos y la inmoralidad política se multiplicaba en países que parecían haber retomado o consolidado la senda del estado de derecho.

Esta lamentable tendencia se ha seguido expandiendo con el apoyo del populismo desbocado, las redes sociales y una mayor decepción de la gente en un círculo vicioso.

¿Pero es que basta el malestar social para explicar la reaparición del aliento autocrático en las principales democracias?

¿Es la persistente pérdida de confianza en los políticos tradicionales lo que ha propiciado líderes como Rodrigo Duterte en Filipinas o Donald Trump en Estados Unidos, pasando por Vladimir Putin en Rusia, Jair Bolsonaro en Brasil y Viktor Orbán en Hungría?

¿O hay algo mucho más oscuro en la condición humana para que el autoritarismo sea hoy una experiencia cotidiana?

¿Por qué perduran los líderes y gobiernos autoritarios en el siglo XXI?

¿Por qué hay personas que, tras escapar de tales regímenes, una vez en libertad apuestan por estos caudillos y llegan a idolatrarlos?

¿Existe una vocación autocrática en el ser humano?

¿Es el autoritarismo contemporáneo el fascismo o el comunismo del siglo XXI?

¿Por qué algunos convierten la política en una cuestión de fe?

Tal vez las primeras respuestas a estas preguntas —solo las primeras— pertenezcan a una mujer, Hannah Arendt, filósofa y teórica política, a mi juicio la analista más aguda del autoritarismo.

Dejó escrito algo que podría empezar a explicar lo que ocurre por estos días:

”El sujeto ideal del régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción (es decir, la realidad de la experiencia) y la distinción entre lo verdadero y lo falso (es decir, los estándares de pensamiento) ya no existe”.

Miguel de Unamuno los llamaba ”moluscos humanos”.

Y estamos rodeados.