Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Marjorie Taylor Greene, una legisladora republicana recién elegida en Estados Unidos, ha vuelto a ser noticia.
Mala noticia. Inquietante noticia. Vergonzante noticia tras saberse que acosó a un sobreviviente de la masacre de 2018 en una escuela en Parkland, Florida, que dejó 17 muertos y una costra de horror que no hemos podido quitarnos de encima.
David Hogg, uno de los sobrevivientes de aquel tiroteo cursaba su ultimo año en la escuela. Y tras la matanza se convirtió en una de las figuras juveniles más conocidas de “Marchar por nuestras vidas”, el movimiento contra la proliferación desmedida de las armas de fuego en el país.
En un video recientemente publicado se ve a la flamante legisladora gritándole al chico y al grupo que lo acompañaba en una visita a Washington en marzo de 2019. “Yo tengo un arma”, chillaba Taylor. “Tengo permiso de portar armas, para protegerme, para mí, y tú estás usando tu cabildeo y el dinero detrás de él, y los niños, para quitarme mis derechos a la segunda enmienda”.
La representante Taylor ha recibido un alud de críticas. A CNN le ha respondido que el video se grabó cuando ella estaba en Washington visitando a varios senadores para oponerse a la que ella llama “agenda radical de control de armas” que el joven defendía. También ha asegurado que, cuando ella estudiaba, uno de sus compañeros irrumpió armado en su escuela, donde estaban prohibidas todas las armas, por lo que asegura que sabe lo que es tener miedo… pero que por eso lucha para que la gente pueda defenderse de quien quiera hacerle daño.
Yo no sé qué tendrá que ver la defensa de lo que uno cree con el acoso a una víctima valiente.
Taylor es, por decirlo de la mejor manera posible, una de las criaturas más pintorescas del ultraconservadorismo estadounidense. Una suerte de valquiria con tintes wagnerianos, que suele aparecer en publico armada y que no disimula sus puntos de vista racistas, antisemitas y antimusulmanes.
Ha minimizado la pandemia, y aunque se la ha visto con mascarillas, ha renegado de su uso.
Además apoya las teorías de conspiración de QAnon, un grupo de “iluminados” de extrema derecha que, sin prueba alguna, propala que un culto satánico de pederastas lidera una guerra ultrasecreta para acabar con el expresidente Donald Trump. El FBI considera que QAnon constituye una amenaza de terrorismo interno. Trump se negó repetidamente a condenarlo durante su campaña electoral el año pasado. Por cierto, la turba de partidarios de Trump que irrumpió en el Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero incluía a teóricos de la conspiración vinculados a QAnon.
Me resulta cada vez más difícil de explicar esa fobia cerril que generan algunos contra la razón y la compasión.
Peor aún, aceptar su vulgaridad, su ferocidad y mendacidad desbocadas. Y el oportunismo y la ostentación narcisista que hacen del antiintelectualismo y la mediocridad. Y la falta de modales. Y la autocomplacencia, como si el universo girara en torno a sus ombligos.
El poeta y cantautor canadiense Leonard Cohen me enseñó algo que no tiene precio: “A veces uno sabe de qué lado estar simplemente viendo quiénes están del otro lado”.