Nota del editor: Roberto Izurieta es director de Proyectos Latinoamericanos en la Universidad George Washington. Ha trabajado en campañas políticas en varios países de América Latina y España y fue asesor de los presidentes Alejandro Toledo, de Perú; Vicente Fox de México; y Álvaro Colom de Guatemala. Izurieta también es colaborador de CNN en Español. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor. Ver más opiniones en cnne.com/opinion
(CNN Español) – Los demócratas no tenían otra opción que hacerle un juicio político a Donald Trump por incitar los hechos de violencia de sus partidarios durante la toma del Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero. Los demócratas tampoco tuvieron otra opción la vez anterior, cuando se hizo pública la llamada de presión de Trump a Volodymyr Zelensky para que iniciara una investigación falsa contra el hijo de Biden a cambio de que Ucrania pudiera recibir un jugoso paquete de ayuda militar.
El primer juicio político fue sobre corrupción, el segundo sobre violencia. En ninguno de los casos existían los votos para condenarle, pues se necesitan 2/3 del Senado. En el primer juicio político tenían apenas 49 y consiguieron 51. Para el segundo tenían 50 y consiguieron 57 con 7 votos de republicanos (necesitaban 67 para condenarlo en ambos procesos). Esta vez consiguieron mayor respaldo de los senadores conservadores, pero tampoco fue suficiente.
Sin los votos daría la impresión de que todo se quedó en un ejercicio inútil de ética política. Al ser un juicio político, quizás fue solo eso: “un juicio político”, pero sin la condena por no tener los votos. Sin embargo, como dijo el propio líder de la minoría republicana en el Senado, Mitch McConnell: las posibles consecuencias civiles y penales (o sea un verdadero juicio en el sistema judicial), son hoy mucho más reales de lo que eran antes.
Desde mucho antes de estos dos juicios políticos, Donald Trump ya enfrentaba algunos procesos penales y civiles muy graves por una variedad de casos, sobre todo en cortes de Nueva York, New Jersey y Washington. Esos casos estaban detenidos —en gran parte— por la protección que gozaba como presidente, que ya se agotó. Efectivamente, Trump tiene pendiente una cadena de probables juicios sobre muchos temas: tratos comerciales, intento de anular una elección (Georgia) y la insurrección en el Capitolio, entre otros.
Sería ideal separar las respuestas políticas de las judiciales, pero lastimosamente el exmandatario lo hace muy difícil. Políticamente, estoy convencido de que Donald Trump es un problema para el Partido Republicano. Bajo su liderazgo, los conservadores perdieron en los últimos dos años la Cámara de Representantes, el Senado, la Presidencia de EE.UU. y algunos estados del sur que estuvieron cómodamente en manos republicanas por más de 20 años. Los precandidatos del partido necesitan a Trump para ganar cualquier elección interna y ser candidatos, pero, como muestran las elecciones generales de los últimos dos años, las posibilidades de los candidatos respaldados por Trump de ganar elecciones generales no son viables. Y ahora, todos los políticos están pensando en su próxima elección.
Sin duda, por eso Mitch McConnell condenó, quizás con más ímpetu que los fiscales del juicio político, el papel que Trump desempeñó en la incitación de los hechos de violencia durante el asalto al Capitolio. El expresidente no lo tomó muy bien y lo acusó de ser “un mercenario político terco, hosco y aburrido”, y pronosticó que si los senadores republicanos se quedan con él no volverán a ganar. La defensa del expresidente en este último juicio político fue una vergüenza. Sus abogados quisieron dar un discurso político (sin haber demostrado dicha habilidad en elección alguna) y fue más bien, fue Mitch McConnell quien defendió mejor a Trump. Lo acusó, pero se centró en que el juicio era inconstitucional (cosa muy debatible) e inoficioso porque, estando fuera del poder, no se lo podía destituir.
Sostuve durante la cobertura especial de CNN sobre este juicio político a Donald Trump, y lo sigo sosteniendo, que el hecho de que McConnell haya realizado una condena expresa es saludable para educar a la opinión pública y dejarle claro que esos sucesos no deben ser aceptables. Le faltó votar en concordancia, pero lastimosamente así son la mayoría de los políticos. Tratan de quedar bien “con Dios y con el Diablo” olvidándose de que Donald Trump no solo pedía su voto sino también su lealtad, como lo expresó su exabogado personal Michael Cohen, ya condenado a prisión.
Muchos quisiéramos dejar las malas historias atrás y en el olvido. Como gran parte de las víctimas de cualquier crimen que no quisieran ir todos los días a la corte para revivir los detalles del hecho, debemos hacerlo para que no quede impune y evitar nuevas víctimas. Revivir la escena de un crimen no es un hecho terapéutico para las víctimas: es tortuoso. Pero es lo que debemos hacer. Donald Trump seguirá en la arena pública: es su mejor defensa y también ataque para sobrellevar los múltiples juicios que podría enfrentar. Además, es lo mejor que sabe hacer. Será poco saludable para la sociedad seguir escuchándolo decir mentiras o apoyando políticamente a gente impresentable como Marjorie Taylor Greene, haciendo campaña por ellas/ellos (incluyendo Ted Cruz), y recaudando dinero para ellos; pero lastimosamente, me temo que es lo que vamos a presenciar hasta que al final se haga justicia. Y a diferencia de hoy, lo más probable es que la justicia política llegue más rápida que la penal: será en la elección de mitad de período del 2022 cuando reciba una derrota decisiva.