Nota del editor: Jorge Dávila Miguel es licenciado en Periodismo desde 1973 y ha mantenido una carrera continuada en su profesión hasta la fecha. Tiene posgrados en Ciencias de la Información Social y Medios de Comunicación Sociales, así como estudios superiores posuniversitarios en Relaciones Internacionales, Economía Política e Historia Latinoamericana. Actualmente, Dávila Miguel es columnista de El Nuevo Herald, en la cadena McClatchy y analista político y columnista en CNN en Español. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente al autor. Mira más en cnne.com/opinion
(CNN Español) – La rosada visión del presidente Joe Biden sobre los asuntos candentes en Estados Unidos se le puede volver color gris con pespuntes negros. Y el primer asunto con pespuntes negros en sus primeros días 70 días de mandato sería la crisis en la frontera con México. Biden ya les ha pedido cándidamente a los potenciales inmigrantes “que no vengan a Estados Unidos”, esperando que con sus amables palabras, propias de un nominalismo mágico, se arregle la situación.
No bastó que Jen Psaki, secretaria de Prensa de la Casa Blanca, u otras importantes figuras del gobierno como Alejandro Mayorkas, secretario de Seguridad Nacional, definieran la realidad con eufemismos de que no había crisis sino un “reto inmigratorio” o de que la situación se debía a los desarreglos que dejó Donald Trump, como subrayó Mayorkas.
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El gobierno de Trump fue altamente criticado por su manejo de la crisis inmigratoria en la frontera sur; ahora se le presenta a Biden otra crisis y veremos cómo la resuelve.
Por lo pronto, Mayorkas declaró este miércoles que la frontera con México estaba cerrada (aunque mantuvo que no “había crisis” fronteriza). Lo cierto es que 100.000 migrantes fueron detectados en las cuatro semanas previas al 3 de marzo, la mayoría de los cuales, es decir los adultos, fueron devueltos en virtud de la misma política relacionada con el peligro de la pandemia establecida en la previa administración de Trump.
De la misma forma, Biden se reunió recientemente de manera virtual con el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, para mantener aspectos previos de la colaboración acordada entre el gobierno mexicano y la administración anterior de EE.UU. en lo que respecta a la descontrolada ola de inmigrantes en la frontera sur de Estados Unidos.
Lo cierto es que el presidente Biden se encuentra prisionero de su campaña electoral, de lo que dijo, de cómo lo dijo, de los apoyos que buscó y de cómo los consiguió con la izquierda anticapitalista de Bernie Sanders. Y eso -sin duda- será una constante piedra en el zapato para el mandatario.
Hizo legítimos y necesarios llamados a la unidad nacional en su campaña electoral y luego en su presidencia, pero el asunto no es fácil. Se trata de una unidad nacional que habría que verla simplemente con un alejamiento del partidismo furioso, de las realidades alternas que vemos diariamente, tanto con algunos medios de prensa que de tan benévolos con el Gobierno parecen cadenas gubernamentales, como con los que lo critican ferozmente con cualquier motivo, detalle o excusa, faltando ambos a su fundamental deber de proporcionar al público elementos válidos u objetivos (¡ah, qué difícil aspiración!) para que se formen su propia concepción.
Hoy en día, digamos que lo que motiva al público lector, televidente, radioyente o seguidor de iInternet no es la búsqueda de la siempre difícil verdad política o social, sino su fe en que lo que consumirá como “noticia” lo reafirmará con más razón y rabia en lo que ya él firmemente cree.
Y esta situación es peligrosísima para una democracia, en este caso la más antigua del mundo moderno, que habita, vive y respira en este país llamado Estados Unidos de América.
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López Obrador catalogó a Biden como el presidente de los inmigrantes en una caracterización luego suavizada por Roberta Jacobson, coordinadora de la Casa Blanca para la frontera sur de EE.UU., quien - dorando la píldora con el maquillaje del lenguaje- dijo que el presidente de México habría querido decir que Biden llegó a la presidencia con un lenguaje más humano…
Y tal vez sea cierto. Los menores de edad enviados por sus padres solos o con extrañas compañías duermen en instalaciones, que aunque de mejor diseño, siempre serán celdas, y se les recibe generosamente… Pero por algo existe esa percepción sobre Biden.
Pero existe también la realidad. Para seguir siendo definido como país, Estados Unidos ––y Biden nunca aceptó la posición de “fronteras abiertas” a pesar de los ataques republicanos –– debe tener fronteras y cuidar de ellas.
Y la pregunta actual que nos hacemos es cómo el presidente Biden va a manejar lo que ya en general se denomina como crisis y no como reto. Hay una estadística y una proyección importantes. La estadística indica que en enero y febrero de 2021, mayormente ya en la administración Biden, la Oficina de aduanas y protección fronteriza dio cuenta de 178.883 entradas de personas indocumentadas al país, mucho más que en 2020, cuando fueron 73.272 en esos dos meses, que a su vez fue menos que en 2019, cuando entre enero y febrero se registraron 134.862. La proyección es que, de continuar como va en el presente año, el flujo inmigratorio de 2021 sería el mayor de los últimos 20 años en EE.UU. ¿Qué medidas debería implementar Biden para que esto no suceda? ¿O será al fin y al cabo Biden el “presidente de los inmigrantes”, como lo llamó López Obrador?
Esa opción determinará si EE.UU. se encuentra ante un reto o una crisis.