CNNE 970056 - "hija de genocida", otra historia de dictadura argentina
Digo mi nombre y digo que soy hija de genocida, afirma la hija de un médico militar durante la última dictadura en Argentina
04:34 - Fuente: CNN

(CNN Español) – No es una víctima y tampoco se considera así. Pero ha sufrido —y aún sufre— los horrores de la última dictadura cívico-militar en Argentina. La más sangrienta, que gobernó el país entre 1976 y 1983.

Stella Duacastella es psicóloga y escritora y así la conoce la mayoría de la gente, con el apellido de su marido. Pero esto no es una casualidad, asegura.

“Mi nombre es María Stella Capecce. Yo soy hija del teniente coronel Omar Ramón Capecce, médico militar”, dice cuando se presenta. Su padre llegó a ser director interino del Hospital Militar de Campo de Mayo durante la dictadura cívico-militar. Pero luego agrega: “Digo mi nombre y digo que soy hija de genocida, que es un enunciado que, pienso que, al hacerlo, ya denuncia una postura ético-política”.

“No fue fácil”, admite. “De hecho, la palabra genocida no es lo mismo que represor o militar”. Es que nunca imaginó las actividades que desarrollaba su padre durante esos años.

“Yo creo que tuvo un costo que se fue viendo a lo largo de los años, que tuvo sus efectos dolorosos, pero al mismo tiempo fue liberador. Por esas ambigüedades, esas dudas en las que yo me movía como hija de militar, cuando hacía los cálculos y suponía que mi padre podía haber tenido que ver, y al mismo tiempo había otra fuerza que me lo negaba internamente. Todos fueron procesos largos”, dice Duacastella.

Si bien afirma que creció en una familia donde la violencia era moneda corriente, con la separación de sus padres la relación con él fue más distante. Lo que sabía era que trabaja en ese hospital, ubicado dentro de una de las guarniciones militares más grandes de Argentina. Aunque tras el paso de los años saldría a luz que allí funcionaron centros de detención ilegal de personas.

Cortesía Stella Duacastella

“Yo vivía en un hogar muy disfuncional, así que no lo vinculaba con el trabajo de mi padre. Pero se iba varios días, se quedaba en el hospital. Si bien mis padres estaban separados, yo tendría que haberlo podido verlo mucho más seguido y la excusa de que sus tareas no se lo permitían, hacía que pasaran meses. Y mi padre, además, estaba muy al tanto de mis actividades, siendo que yo no se las contaba: tareas de inteligencia y esas cosas. Mi padre estaba siempre armado”, recuerda, y agrega: “Intenté sostener durante muchos años el vínculo, pero era muy difícil. Era una persona muy violenta”.

Además de la propia situación familiar, el momento histórico no ayudaba. “Era una época de mucha negación, de mucho temor, de ‘algo habrán hecho’ y yo tenía los mismos rasgos de negación y los acentúe todo lo que pude para sostener el vínculo. Y porque, bueno, mi papá era médico y los médicos están para servir, para salvar vidas. De hecho, yo me encontraba con gente que me decía ‘tu padre me salvó la vida, me operó’. Entonces, no era un buen padre, pero era un buen médico”.

Con el tiempo comenzaron las dudas. Así como se comprobaron los centros de detención ilegal, también se probó que en ese hospital se había montado una maternidad clandestina en la que parían mujeres detenidas ilegalmente, muchas de las cuales terminaron desaparecidas y, sus hijos, criados por otras familias sin saber su verdadera identidad.

“Cuando empecé a preguntarle, antes de los juicios, cuál había sido su participación, recibí siempre una respuesta violenta de su parte. Además, prácticamente me trataba de traidora. Fue mi marido quien más decía ‘¿Qué onda tu padre?’. Pero el resto de mi familia, mi hermana, mi madre, jamás pudieron aceptarlo”.

Cortesía Stella Duacastella

Las dudas se disiparon cuando en 2006 comenzaron los juicios por los delitos de lesa humanidad, gracias a las anulaciones de las leyes de Obediencia Debida y Punto final, lo que permitió que se juzgara a más involucrados y no sólo a los altos mandos, responsables de la detención, tortura y desaparición de personas y del robo de bebés.

Su padre estuvo involucrado en varias causas por el funcionamiento de la maternidad clandestina y el destino de los niños que allí nacieron.

“Allí fue cuando dejó de ser algo que estaba en mi cabeza o que era una construcción, para convertirse en una realidad que estaba plasmada en papeles, en leyes, en testimonios”. Ya no había manera de negarlo.

Con esa información, Stella decidió confrontar a su padre. “Le pregunté por la querella y él me contestó: ‘No fueron tantas’. Es lo mismo de ‘no fueron 30.000 desaparecidos’. Mismo argumento. Y ahí le dije ‘bueno, hasta aquí llegué. Lamentablemente, no voy a volver a verte porque esto ya es demasiado para mí. Poco tiempo después cayó preso. Eso fue en 2007 y nunca más lo volví a ver”.

A partir de allí, Stella tuvo un largo y doloroso camino de aceptación, que incluyó un par de libros como su novela “La mujer sin fondo”, donde escribe su historia para entender qué es lo que le causa tanta tristeza y dolor.

Finalmente pudo entenderlo. “Yo creo que a mí lo que me afectó particularmente fue el ámbito en el cual mi padre se manejó, que es lo que tiene que ver con la maternidad. Yo soy madre, tengo cinco hijos, algunos de los cuales estaban naciendo cuando él llevaba adelante estos partos”, explica.

“Yo he tenido la oportunidad de conocer sobrevivientes o hijos nacidos allí. Supimos de mujeres que parían encapuchadas, con las manos atadas, en situaciones muy precarias, ni siquiera en quirófanos adecuados. Y luego, así como estaban, las separaban de sus hijos. La madre prácticamente no tenía contacto. Y yo sé lo que es eso. Yo lo estaba viviendo en la misma época. Entonces, justo en eso, justo le arrancaste los hijos a otras mujeres como yo. No, eso ya es demasiado”, concluye.

A partir de esto, Stella comenzó a acercarse a los movimientos de derechos humanos y hasta formó parte de “Historias desobedientes”, un colectivo que nuclea a familiares de responsables de los crímenes de lesa humanidad de la última dictadura cívico-militar.

“La primera vez que marché bajo la bandera que decía ‘Historias desobedientes, hijos, hijas y familiares de genocidas’ creí que me moría”, rememora. “Estaba en un estado de temblor y temor. Pensaba que cualquiera me iba a tirar una piedra, que de golpe iba a aparecer un familiar de un desaparecido y no. La gente te abrazaba”.

En ese camino junto a los organismos de derechos humanos, como Madres y Abuelas de Plaza de Mayo o Hijos de desaparecidos, Stella tuvo varios encuentros que la marcaron profundamente.

Cortesía Stella Duacastella

Uno de ellos fue durante un asado en Córdoba. “La persona que está frente a mí me dice ‘Yo nací en el Hospital Militar. Y tu padre atendía a mi madre’. Yo sentí que en ese momento me moría. Habían pasado dos o tres horas del encuentro hasta que juntó valor y lo dijo. Y yo me levanté y fui hacia él y nos abrazamos”, recuerda.

Así Stella fue desmitificando la situación. “Cada vez que esto pasa yo siento una conmoción en el pecho y tengo que hacer un esfuerzo para sobreponerme. Porque hay en el imaginario una cuestión de lo genético y de la herencia que hace que uno se avergüence como si el acto lo hubiera cometido uno. Eso está muy incorporado y por eso es que yo marchaba con vergüenza”.

Así, los caminos del teniente coronel Capecce y su hija se bifurcaron indefectiblemente. Él falleció sin ser condenado, luego de que las causas en su contra fueran suspendidas por su estado de salud. Ella, como otros familiares de los acusados por delitos de lesa humanidad y de los genocidas condenados, decidió acompañar la lucha de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo para saber qué pasó con sus hijos y recuperar a los nietos robados.

“Llevar un pañuelo blanco es un honor. Es como un símbolo de todo lo que implica. Años de militancia, de coraje”, reflexiona. Pero marca una diferencia: “Nosotras empezamos renunciando a la historia. Ellas asumiéndola. Es como una paradoja muy difícil de acomodar y yo entiendo que a la gente le cueste. El gran desafío es, bueno, ¿cuál es nuestra misión en ese sentido? Yo creo que fundamentalmente debe ser se puede salir del clóset, se puede enfrentar la verdad, se puede asumirla y tomar una postura ética sobre eso”, sostiene.

Pero también hay un trabajo más interno. “Consiste en deconstruir la culpa y la vergüenza. Yo no soy solamente la hija del teniente coronel Capecce. Yo he construido una historia con él y a pesar de él. Me moviliza, es como una puñalada, pero no me voy a hacer cargo de él. Yo no soy el verdugo de nadie”, concluye.