Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Un espejo puede resultar tan peligroso como una pistola cargada.
O tan reconfortante como un abrazo. Un abrazo de tu hijo o de tu nieto.
Verse reflejado en la pupila de los otros, también.
Rara vez uno coincide tanto con un invitado del programa, pese a que nos hemos visto apenas un par de veces y las dos en un estudio de televisión.
Una en La Habana, en la que un inquisidor prohibió que le entrevistara.
La otra, en Miami, cuando, bajo un aguacero, llegó puntual para ser entrevistado.
Él es de la cosecha del 63 y yo del 62.
Yo vengo de Cuba y él de Argentina.
Cuando Fito Páez apareció por primera vez en La Habana en 1987, más que un soplo de aire fresco, parecía un cometa desbocado.
Ni siquiera Gorbachov traería consigo tanto acelere, tanto aire de cambio, tanto olor a cemento fresco.
Nadie sabía dónde colocar a Fito.
Y tantos años después, nadie sabe dónde habrá quedado todo aquello tan parecido a una promesa buena y necesaria.
La derrota no se explica. Ni la desesperanza.
Se fueron los trenes. Se desviaron.
Además, ¿quién puede explicar lo que está pasando?
Él es de la cosecha del 63 y yo del 62.
Y los dos hemos visto cómo el mundo se aceleró hasta el paroxismo y la locura.
Barco a la deriva y sin un solo faro funcionando como Dios manda.
Y aún así, creo que él también cree que hay que seguir de viaje. Hasta llegar a Ítaca. Y al margen de los los cíclopes.
Seguir, sin pedirle permiso a nadie, aunque Argos haya muerto; como mueren los perros enfermos y descuidados.
Seguir, aunque hayan borrado a Ítaca de todos los mapas.
Hay que seguir.