Nota del editor: David A. Andelman, colaborador de CNN, ganador en dos ocasiones del premio Deadline Club y director ejecutivo de The Red Lines Project, es autor de “A Red Line in the Sand: Diplomacy, Strategy, and the History of Wars That Might Still Happen” (Una línea roja en la arena: diplomacia, estrategia y la historia de las guerras que aún pueden ocurrir) y presentador de su podcast Evergreen. Anteriormente fue corresponsal de The New York Times y CBS News en Europa y Asia. Síguelo en Twitter @DavidAndelman. Las opiniones expresadas en este comentario pertenecen únicamente al autor. Ver más opiniones.
(CNN) – La administración de Biden ha prometido llevar a cabo una diplomacia “calibrada” para persuadir al líder de Corea del Norte, Kim Jong Un, para que detenga su loca carrera hacia un arma nuclear. Pero es una esperanza vana. En su lugar, el mundo, y especialmente Estados Unidos, deben encontrar la manera de convivir con una Corea del Norte armada con La Bomba. Y evitar que Kim la utilice, o la venda.Las conversaciones con una serie de personas que han tratado con el gobierno de Corea del Norte o han supervisado las acciones de su familia gobernante me han convencido de que ningún Kim, ni Kim Jong Un, ni su padre, ni su abuelo, ha renunciado o renunciará nunca a la búsqueda de un arma nuclear con capacidad de lanzamiento. Tampoco es probable que Kim renuncie a un dispositivo de este tipo una vez que pueda ser desplegado. De hecho, es evidente que Corea del Norte dispone de un número indefinido de dispositivos de este tipo, algunos analistas afirman que podrían ser más de 60, aunque los vectores aún están en fase de desarrollo.
Esto nos lleva al ámbito de lo que puede ser posible y alcanzable. Para Kim, la posesión de un arma nuclear es una cuestión de supervivencia existencial. Su mayor temor es, sin duda, lo que ocurrió con su homólogo en Libia, el coronel Moammar Gadhafi: arrastrado por los rebeldes desde una tubería de desagüe y ejecutado, una consecuencia directa de la decisión de renunciar a su propio programa nuclear que permitió a sus enemigos en Occidente socavar su régimen.
Sin embargo, no está claro que el presidente Biden o sus principales asesores estén dispuestos a aceptar una Corea del Norte nuclearizada.
El presidente Joe Biden ha dicho que cualquier diplomacia “tiene que estar condicionada al resultado final de la desnuclearización”. Al mismo tiempo, él y su equipo rechazan con razón el planteamiento del expresidente Donald Trump de “ir a lo grande o irse a casa”, es decir, aceptar la eliminación de todas las sanciones a cambio de que Corea del Norte desmantele por completo su programa de armamento, que Kim rechazó de plano en su última y frustrada cumbre de Hanói.
“Nuestra política no se centrará en lograr un gran acuerdo, ni dependerá de la paciencia estratégica”, dijo la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, a los periodistas tras anunciar el mes pasado que la administración había completado su revisión de la política hacia Corea del Norte, que ha durado meses. “Nuestra política exige un enfoque práctico calibrado que esté abierto a la diplomacia con la República Popular Democrática de Corea y que la explore, y que logre avances prácticos que aumenten la seguridad de Estados Unidos, de nuestros aliados y de las fuerzas desplegadas”, dijo.
Un objetivo totalmente encomiable. Pero lo más importante para preservar la paz, incluso la nuclear, en la península coreana son los pasos necesarios para conseguirlo y la forma del resultado final.
La esencia de cualquier plan de este tipo debe residir en que Estados Unidos encuentre una forma de persuadir al Norte para que se una al club mundial de la no proliferación nuclear. Estaría implícita la aceptación de que ya tiene un arma. A su vez, el Norte tendrá que dejar sus armas y su seguridad claramente visibles y abiertas a la inspección.
China tiene todos los incentivos para apoyar este plan y hacer que Corea del Norte respete sus principios. Biden debe persuadir a Xi Jinping para que adopte esta idea en sus relaciones con Kim. Al mismo tiempo, Kim, al igual que Xi, debe entender que si Corea del Norte lanza un arma nuclear contra cualquier potencia extranjera, Estados Unidos es capaz no solo de realizar un ataque nuclear selectivo contra la capital de Pyongyang, sino de convertir a toda Corea del Norte en un cuenco de cristal radiactivo.
Es cierto que es improbable que EE.UU. se involucre en un intercambio nuclear a gran escala que podría destruir a Corea del Sur e infligir un enorme daño a China, pero también es cierto que Beijing no querría un ataque nuclear contra su vecino, dado que la capital de la provincia oriental de China, Dalian, está apenas a 321 kilómetros de Pyongyang y Beijing está apenas a 800 kilómetros al oeste.
Otro resultado final que simplemente no es tolerable: la venta por parte del Norte de su tecnología nuclear o de misiles al extranjero. Hay indicios de que lo ha hecho en el pasado. Se dice que Pyongyang ayudó al padre de la bomba de Pakistán, A.Q. Khan, en la producción de critrones, o detonadores nucleares, ya en la década de 1990. Posteriormente, los inspectores internacionales descubrieron pruebas que sugerían que el Norte había suministrado a Libia casi dos toneladas de uranio y hexafluoruro de uranio enriquecido en 2001. En 2007, Corea del Norte estaba ayudando a Siria a construir un reactor nuclear en el desierto que acabó siendo destruido por un ataque aéreo de Israel.
Hace cuatro años, un informe de la ONU sugería que Pyongyang había puesto a la venta a todo el mundo isótopos de litio-6 enriquecidos, utilizados en la producción de armas termonucleares. El Norte afirmó haber detonado su primera explosión termonuclear en septiembre de 2017, aunque no se ha confirmado.
Por último, está el comportamiento del Norte en el pasado. En 1985, Pyongyang, bajo la presión de la Unión Soviética, se adhirió al tratado de no proliferación de armas nucleares (NPT, por sus siglas en inglés). Pero, en un arrebato, el padre de Kim se retiró del acuerdo 18 años después. En 2009, Corea del Norte ordenó a todos los inspectores de la ONU que abandonaran el país.
Sin embargo, el gobierno de Biden no parece tener muchas más alternativas viables que encontrar una vía para atraer o coaccionar a Kim para que vuelva al proceso, ya sea a base de zanahorias o de sanciones reales y ejecutables, especialmente reclutando a China para que imponga algo más que palabras. Uno de los principales negociadores de Estados Unidos con el Norte, Evans J. R. Revere, me dijo que Estados Unidos “debe apretar a los norcoreanos desde todos los ángulos posibles (para que) cada mañana, cuando Kim Jong Un se levante, tenga que preguntarse si llegará al final del día”. Revere hizo una pausa y añadió: “Estoy convencido de que es un actor racional”.
Biden y sus negociadores deben encontrar alguna forma de persuadir a Kim de que comprenden sus necesidades, pero que él debe entender que le corresponde acudir a la mesa como miembro responsable de la comunidad de naciones y de las potencias nucleares. Esa es la mejor garantía para la supervivencia a largo plazo de Corea del Norte, y la suya propia.