(CNN) – La implicación más escalofriante de los nuevos informes de que el principal oficial militar de Estados Unidos temía que Donald Trump intentara ordenar a las fuerzas armadas que organizaran un golpe no es lo cerca que estuvo la nación de un desastre postelectoral el año pasado.
Es el peligro extremo al que se enfrentaría el sistema de gobierno, la Constitución y las apreciadas libertades de Estados Unidos si un expresidente que incluso ahora intenta revivir su carrera política demagógica se acerca a la Oficina Oval de nuevo.
En el último vistazo asombroso de los últimos días enloquecidos de Trump en el cargo a partir de una ráfaga de libros nuevos, se supo el miércoles que el presidente del Estado Mayor Conjunto, el general Mark Milley, estaba tan agitado por la negativa de Trump a admitir su derrota que temía que pudiera intentar un golpe de Estado u otra táctica ilegal para mantenerse en el poder.
Milley se veía a sí mismo y a las fuerzas armadas como un baluarte contra cualquier motín presidencial contra la Constitución y los casi dos siglos y medio de transferencias democráticas del poder.
“Pueden intentarlo, pero no lo van a lograr, carajo”, dijo Milley a sus ayudantes, según extractos del libro “Yo solo puedo arreglarlo” de los reporteros de The Washington Post Carol Leonnig y Philip Rucker, que fue obtenido por CNN antes de su lanzamiento el próximo martes.
Milley vio a Trump como el “líder autoritario clásico sin nada que perder”, escribieron los autores, pero les dijo a sus subordinados: “No se puede hacer esto sin los militares. No se puede hacer sin la CIA y el FBI. Nosotros somos los tipos con las armas”.
Al final, Trump no buscó poner a los militares contra el pueblo estadounidense ni organizar el enfrentamiento más alarmante que se recuerde entre un comandante en jefe moderno y altos mandos militares. Pero el hecho de que los oficiales militares experimentados pensaran que era una posibilidad real y tramaron un plan de renuncias continuas para frustrar los impulsos autocráticos de Trump subraya la extraordinaria inestabilidad del expresidente. Sus preparativos plantearon el fantasma de que las fuerzas militares uniformadas estaban listas para actuar para proteger la democracia y el Estado de derecho de un comandante en jefe civil en una inversión del orden constitucional normal, lo que fomenta la impresión que el propio Trump repetidamente dejó de que no era apto para ser presidente.
No cabe duda de que si alguna vez vuelve a estar en una posición de poder supremo, el expresidente con dos juicios políticos sería igualmente errático y anárquico como cuando estaba en el cargo. Su comportamiento desde que regresó a la vida privada lo demuestra.
Los nuevos detalles de su mala conducta pasada llegan cuando Trump y sus partidarios buscan activamente encubrir la verdad de la insurrección que incitó contra el Capitolio de EE.UU. mientras el Congreso certificaba la victoria del presidente Joe Biden el 6 de enero. El expresidente todavía tiene la mayor parte del Partido Republicano, que actuó para excusar su ataque a la democracia, como esclavo de su culto a la personalidad. Millones de sus votantes creen en sus mentiras sobre el fraude electoral inexistente difundido por redes de medios propagandísticos de derecha.
Trump, mientras tanto, se está moviendo para reforzar su control sobre las elecciones nacionales instalando efectivamente acólitos en posiciones de poder en los partidos republicanos estatales a medida que los legisladores republicanos locales aprueban leyes que dificultan la votación de los demócratas, lo que también debilita el control no partidista de las elecciones, lo que podría facilitar su robo en el futuro.
El nuevo relato también plantea aún más preguntas sobre la actitud de los principales líderes republicanos hacia Trump. Dados los estrechos vínculos entre el Capitolio y las altas esferas de las fuerzas militares, es imposible creer que el testimonio de Milley en el libro sorprenderá a los líderes del Congreso o que no entendieron sus temores en tiempo real. Incluso si no lo sabían, el hecho de que el Partido Republicano todavía esté protegiendo, elevando y preparándose para seguir a Trump en las elecciones de mitad de período de 2022 sugiere una complicidad aún mayor con sus delitos contra la democracia.
Si el concurso de nominaciones republicano de 2024 se llevara a cabo ahora, Trump sería el favorito, y está dando todas las señales de que puede postularse nuevamente para la Casa Blanca, lo que significa que la idea de un regreso al poder no está descartada –incluso si una nueva evidencia de un temperamento despótico pudiera perjudicar sus posibilidades en una elección nacional.
La inevitable defensa de Trump
Los autores entrevistaron a Trump durante más de dos horas. Pero sus aliados seguramente los acusarán a ellos y a los medios de comunicación de mentir sobre su historial, y a oficiales como Milley de grandilocuencia, puliendo su lugar en la historia y guardando rencor contra el ex comandante en jefe.
El detalle del libro deja una fuerte impresión de que Milley cooperó con los autores. Pero no se sigue que solo esté buscando pulir su propia leyenda. Tales relatos son a menudo una forma de aclarar exactamente lo que sucedió, con una fina capa de denegación para los oficiales militares no partidistas. Y las fuerzas armadas siguen siendo una de las pocas instituciones en la vida estadounidense que conserva un amplio respeto público.
Además, el comportamiento de Trump como se describe aquí es familiar por otros nuevos relatos de cómo un presidente derrotado arremetió como un dictador derrocado a fines del año pasado. En esos libros, que respaldan la información contemporánea, incluida la de CNN, Trump aparece como delirante, autocompasivo, desesperado, enojado y vengativo, que busca salvar su pellejo político mientras ignora la voluntad democrática de los votantes, y todo mientras se niega negligentemente a enfrentar la emergencia real: la pandemia asesina y cada vez más grave del coronavirus que reclamaría a su víctima número 400.000 antes de que dejara el cargo en enero.
Los libros y las noticias de los medios están esbozando el tipo de registro histórico que los dóciles aliados republicanos de Trump en el Capitolio intentaron evitar al acabar con un plan bipartidista para una comisión independiente en la insurrección del 6 de enero.
Los nuevos relatos se suman a una asombrosa narrativa anecdótica, periodística, legal y política, aumentada por los propios comentarios y acciones incendiarias públicas de Trump, de la presidencia más aberrante y peligrosa de los tiempos modernos y tal vez de la historia.
Sin embargo, si hay un aspecto tranquilizador del último relato, es que los militares eran muy conscientes del peligro potencial que representaban Trump y los asistentes políticos obedientes que instaló en la Casa Blanca después de expulsar sistemáticamente a funcionarios públicos profesionales, diplomáticos y exoficiales militares y de inteligencia –los llamados adultos que, desde el principio, intentaron contener sus instintos salvajes–.
Y además de las fuerzas armadas, otras instituciones, incluidos los tribunales e incluso el Departamento de Justicia bajo el secretario de Justicia William Barr, que a menudo cumplía con las órdenes políticas de Trump, se mantuvieron firmes contra sus intentos de robar las elecciones. Su ejemplo arroja poca luz sobre los legisladores republicanos elegidos democráticamente que se negaron a cumplir con su deber de hacer que otra rama del gobierno rinda cuentas y proteger la Constitución.
El plan del jefe del Estado Mayor Conjunto
La revelación más sorprendente de Leonnig y Rucker, que citan a amigos, legisladores y colegas de Milley, fue que el jefe del Estado Mayor Conjunto discutió un plan para renunciar, uno por uno, en lugar de cumplir las órdenes de Trump que consideraban ilegal, peligroso o imprudente.
Tal secuencia habría precipitado la crisis civil-militar más grave y la interrupción de la cadena de mando en décadas, un hecho que subraya la seriedad con la que los altos mandos se tomaron la posibilidad de un momento revolucionario.
A Milley le preocupaba que los movimientos de personal que colocaban a los acólitos de Trump en posiciones de poder en el Pentágono y generaban alarma en Washington en ese momento, incluido el despido del secretario de Defensa Mark Esper, eran presagios siniestros.
“Milley le dijo a su personal que creía que Trump estaba provocando agitación, posiblemente con la esperanza de una excusa para invocar la Ley de Insurrección y llamar a los militares”, informaron Leonnig y Rucker.
Rucker y Leonnig entrevistaron a más de 140 fuentes para el libro, aunque a la mayoría se les dio el anonimato para hablar con franqueza. Milley es citado extensamente y aparece de manera positiva como alguien que trató de mantener viva la democracia después de recibir una advertencia de un viejo amigo que no se menciona.
“Lo que están tratando de hacer aquí es derrocar al gobierno”, dijo el amigo, según los autores. “Todo esto es real, hombre. Eres uno de los pocos tipos que se interponen entre nosotros y cosas realmente malas”.
Milley se disculpó después de ser visto como demasiado cercano a Trump en junio de 2020, cuando, vestido con uniforme militar, se unió al presidente en una controvertida sesión fotográfica después de que los manifestantes fueron retirados de la plaza frente a la Casa Blanca.
Pero según el nuevo libro, temía que el presidente intentara despedir al director del FBI, Christopher Wray, ya la directora de la CIA, Gina Haspel, para consolidar su control sobre los servicios de inteligencia.
Este escenario fue muy temido a fines del año pasado. Aunque no sucedió, Trump ya tenía precedente en esta área, después de haber despedido al exdirector del FBI James Comey, antes de salir a la televisión para decir que lo hizo debido a la investigación de Rusia.
En retrospectiva, el período posterior a las elecciones, uno de los más desgarradores de la historia moderna de Estados Unidos dado el destrozo de la democracia por parte de Trump y el saqueo del Capitolio de Estados Unidos por parte de sus partidarios, fue aún más aterrador entre bastidores.
Pero los acontecimientos posteriores han demostrado que el peligro no pasó cuando Trump salió de la Casa Blanca en la mañana del 20 de enero. De hecho, una nueva amenaza está surgiendo dada la aún vasta influencia política de un demagogo estadounidense moderno.
Jamie Gangel contribuyó a este informe.