Nota del editor: Peter Bergen es analista de seguridad nacional de CNN, vicepresidente de New America y profesor de prácticas en la Universidad Estatal de Arizona. Este artículo es una adaptación de su nuevo libro, “The Rise and Fall of Osama bin Laden”, publicado por Simon & Schuster el 3 de agosto. Las opiniones expresadas aquí son suyas. Lee más opiniones aquí.
(CNN) – Apenas una semana después de salir de la Universidad de Virginia, con un título en economía y política exterior, Gina Bennett empezó a trabajar en el Departamento de Estado como mecanógrafa en junio de 1988. Al cabo de un par de meses, el jefe de Bennett le dijo: “Gina, tú no perteneces aquí. Voy a ascenderte para que consigas un trabajo como analista de inteligencia”.
Hoy, 33 años después, cuando se acerca el 20º aniversario del 11-S, Bennett es miembro del Servicio Analítico Superior de la CIA y trabaja como asesora principal de contraterrorismo en el Centro Nacional de Contraterrorismo. Nadie en el gobierno de EE.UU. se ha dedicado a seguir la pista de al Qaeda y de todas sus divisiones y ramificaciones durante tanto tiempo y con tanta distinción como Bennett.
Esto no parecía predecible cuando Bennett comenzó en la Oficina de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado, una de las agencias de inteligencia más pequeñas de Estados Unidos.
El primer trabajo de Bennett fue el de “agente de vigilancia del terrorismo”, con turnos de ocho horas en los que supervisaba los servicios de inteligencia y los medios de comunicación para analizar las tendencias del terrorismo y responder a los atentados cuando se producían.
El 21 de diciembre de 1988, una bomba explotó en el Pan Am 103 mientras volaba sobre Escocia. El avión se estrelló, terminando con la vida de un total de 270 personas en el avión y en tierra, 35 de las cuales eran estudiantes de la Universidad de Syracuse. Bennett trabajó en Asuntos Consulares ayudando a las familias en duelo y preparando las actualizaciones diarias del Departamento de Estado sobre el atentado.
Bennett recuerda: “Me cambió mucho, mucho, el Pan Am 103 porque muchos de los pasajeros eran estudiantes un poco más jóvenes que yo”.
Detener el siguiente ataque terrorista se convirtió en una misión para Bennett. “Es como ser un policía que persigue a un asesino en serie en un caso sin resolver. Simplemente no puedes dejarlo”, explica.
El legado de la Guerra Fría
El Muro de Berlín cayó a finales de 1989 y luego la Unión Soviética se derrumbó, pero Bennett percibió que había un legado amenazante de la Guerra Fría: los “árabes afganos”, que eran veteranos árabes de la yihad antisoviética durante la década de 1980 en Afganistán. Bennett se dio cuenta de que los árabes afganos regresaban a sus países de origen, como Argelia, Egipto y Túnez, y observó que algunos se unían a grupos armados.
A Bennett le llamó especialmente la atención un ataque perpetrado en noviembre de 1991 por un grupo de militantes contra guardias fronterizos argelinos, seis de los cuales fueron masacrados como animales, muertos a machetazos con cuchillos y espadas. Los terroristas argelinos iban vestidos con ropas afganas y su líder se llamaba Tayeb el Afghani, “Tayeb el afgano”.
Bennett investigó más a fondo y descubrió que miles de árabes afganos habían abandonado sus países de origen para ir a Pakistán y Afganistán durante la década de 1980, contando con una red de apoyo que había canalizado hombres, dinero y suministros para la guerra de Afganistán. A principios de la década de 1990, esa red estaba enviando a veteranos del conflicto afgano para que se unieran a grupos islamistas militantes en todo el mundo.
Bennett comenzó a escribir documentos clasificados sobre lo que estaba aprendiendo. Empezó a oír hablar de un tal “Abu Abdullah” que financiaba a algunos de estos árabes afganos. Bennett no tenía ni idea de que pasaría gran parte del resto de su carrera centrada en este misterioso Abu Abdullah, el nombre de guerra de Osama bin Laden.
Bennett investigó los atentados contra dos hoteles en Adén, Yemen, en diciembre de 1992. En ellos se alojaban soldados estadounidenses que se dirigían a Somalia para participar en una misión humanitaria para alimentar a los somalíes que sufrían por el hambre. Los funcionarios de Yemen dijeron que el ataque fue financiado por un tal “Osama bin Laden”, que entonces vivía en Sudán.
Mientras Bennett investigaba a Bin Laden y a los árabes afganos, quedó embarazada de su primer hijo, que dio a luz el 23 de febrero de 1993. Tres días después, un equipo formado por uno de los árabes afganos, Ramzi Yousef, condujo una furgoneta hasta el sótano del World Trade Center y detonó una bomba, matando a seis personas.
Cuando los investigadores comenzaron a investigar al grupo de Yousef, descubrieron que varios de ellos habían viajado a Afganistán o Pakistán para ayudar en la guerra contra los comunistas.
El ataque al Trade Center
Bennett tenía en brazos a su nuevo bebé en el hospital cuando recibió una llamada frenética sobre el atentado del Trade Center de su jefe que casi gritaba: “¡Tu gente hizo esto! Tu gente hizo esto!” Su jefe se refería a los árabes afganos que Bennett había estado siguiendo durante los últimos dos años.
Al principio, Bennett no tenía ni idea de lo que estaba hablando su jefe, ya que estaba muy dolorida por la cesárea que le habían practicado tres días antes y los analgésicos ya habían perdido su efecto.
Rápidamente se dio cuenta de que los árabes afganos habían extendido su guerra santa, esta vez a la ciudad de Nueva York.
Sobre la mesa de Bennett, en el Departamento de Estado, había un borrador de un documento que había estado escribiendo y que describía un movimiento de muyahidines, guerreros santos, procedentes de más de 50 países que habían adquirido experiencia en el campo de batalla en Afganistán y que ahora se unían a organizaciones militantes en países como Argelia, Bosnia, Egipto, Tayikistán, Filipinas y Yemen, e incluso en lugares inesperados como Birmania.
La primera advertencia sobre Bin Laden
Cuando Bennett regresó de su licencia de maternidad al Departamento de Estado, retomó la redacción de su documento, que hizo circular el 21 de agosto de 1993.
El informe clasificado, “The Wandering Mujahidin: Armed and Dangerous”, señalaba a “Usama bin Ladin” como un donante que apoyaba a militantes islámicos en “lugares tan diversos como Yemen y Estados Unidos”. La fortuna de Bin Laden procedía de la empresa de construcción de su familia, que era una de las mayores de Medio Oriente. Según el análisis de Bennett de 1993, la financiación de Bin Laden también había permitido que cientos de árabes afganos se reasentaran en Sudán y Yemen.
El informe de Bennett significó la primera vez que el gobierno de EE.UU. elaboró una advertencia sobre los peligros de un movimiento yihadista mundial dirigido por el misterioso multimillonario Osama bin Laden. Y la advertencia no fue emitida por la CIA o el FBI, sino por un analista de inteligencia junior del Departamento de Estado.
Una semana más tarde, Bennett publicó otro análisis clasificado titulado “Saudi Patron to Islamic Extremists”, en el que observaba que Bin Laden había fundado un grupo llamado “al-Qa’ida” en los años 80. Era la primera vez que alguien del gobierno estadounidense identificaba a al Qaeda como una amenaza, cuya existencia era entonces un secreto bien guardado.
Bennett había pasado tiempo en contacto con sus homólogos de los servicios de inteligencia en países como Egipto y Yemen para aprender todo lo posible sobre Bin Laden y su organización.
Bennett señaló a Bin Laden como el financiador de los atentados contra los dos hoteles en Yemen. También describió cómo Bin Laden había reunido en su base de Sudán a un grupo de veteranos de la guerra afgana que se estaban entrenando para luchar en nuevas guerras santas y que estaba “financiando yihads” en todo el mundo, desde Pakistán hasta Tailandia.
Bennett sabía que lo que estaba describiendo no se consideraba “normal” en el mundo de la lucha antiterrorista porque se trataba de un caso de militantes de diferentes países en una alianza poco firme que operaba sin el apoyo de ningún Estado. Bennett quería que los responsables políticos y la comunidad de inteligencia prestaran atención a este fenómeno, pero sabía que sería difícil.
El rol de Bin Laden
En los documentos clasificados, Bennett describió a Bin Laden como un “financiero”, ya que ésa era la mejor evidencia sobre él de la que se disponía entonces, pero en privado lo veía como algo más. Bennett era una católica practicante que comprendía el poder de las creencias religiosas en la vida de alguien.
Ella estaba convencida de que Bin Laden era un visionario que creía que Dios estaba de su lado. Tenía un modelo de cambio político que se basaba en su experiencia en Afganistán, donde hombres de docenas de países habían dejado de lado sus diferentes interpretaciones del Islam y habían luchado en nombre de Alá. Se habían mantenido centrados en esa lucha y mira lo que habían ayudado a conseguir: la caída de la Unión Soviética, dos años después de que la desastrosa guerra de los soviéticos en Afganistán hubiera terminado en 1989.
Bennett creía que Bin Laden estaba mitificando todo este movimiento, no solo su propio papel en él, y pensaba que era un modelo repetible, no solo en Afganistán, sino en todo el mundo.
Bajo la presión de los gobiernos de Arabia Saudita y Estados Unidos, a mediados de mayo de 1996, Bin Laden fue expulsado de Sudán y trasladado a Afganistán. Dos meses después, Bennett publicó otro clarividente análisis de alto secreto titulado “Usama bin Ladin: Who’s Chasing Whom”. Bennett predijo que bin Laden “se sentiría cómodo volviendo a Afganistán, donde se inició como mecenas y mujahid durante la guerra con la antigua Unión Soviética”.
Bennett prosiguió pronosticando que la “prolongada estancia de bin Laden en Afganistán, donde cientos de muyahidines árabes reciben entrenamiento terrorista y los líderes extremistas se congregan a menudo, podría resultar más peligrosa para los intereses de EEUU a largo plazo que durante su estancia de tres años en Jartum [la capital de Sudán]”.
Bennett creía que Bin Laden sería una amenaza mayor ahora que se reunía con el lugar de nacimiento de su propia mitología: los campos de batalla de Afganistán, donde había luchado personalmente contra los soviéticos a finales de los años ochenta.
Tenía una red de contactos en Pakistán y Afganistán que podía utilizar fácilmente. Y estaba furioso por haberse visto obligado a abandonar Sudán, donde había invertido muchos millones de dólares, una expulsión de la que culpó a los estadounidenses.
El 11-S
Durante la primavera y el verano de 2001, la comunidad de inteligencia estadounidense recibió una serie de informes de inteligencia creíbles sobre los planes de Bin Laden de realizar ataques contra objetivos estadounidenses.
El 20 de abril, la CIA difundió un informe titulado “Bin Ladin planea operaciones múltiples”, seguido de otro informe el 3 de mayo, “El perfil público de Bin Ladin puede presagiar un ataque”. Y el 3 de agosto, la CIA emitió una advertencia titulada “La amenaza de un ataque inminente de al Qaeda continuará indefinidamente”.
Según Bennett, que por entonces trabajaba en la CIA y contribuía a las advertencias sobre los planes de Bin Laden, el hecho de que algunos de los complots de al Qaeda hubieran fracasado anteriormente contribuyó a que los altos funcionarios de seguridad nacional estadounidenses tuvieran la sensación de que la CIA estaba exagerando la amenaza. Bennett se preguntó: “Quizá estemos locos. ¿Quizás estamos equivocados?”.
Esto estaba desgastando a Bennett y a sus colegas. Fue un verano difícil.
La mañana del martes 11 de septiembre de 2001, el calor agobiante del verano de Washington empezaba a disiparse por fin; el cielo era de un azul celeste sin nubes y el aire, cristalino.
Gina Bennett y su amiga Cindy Storer, que llevaban tanto tiempo en la “cuenta” de Bin Laden como cualquier otra persona de la CIA, compartían su automóvil para ir a la sede de la agencia en McLean, Virginia, que está escondida detrás de una pantalla de árboles en un frondoso barrio de mansiones sofisticadas.
Durante todo el trayecto, Bennett y Storer estuvieron hablando del asesinato, dos días antes, de Ahmad Shah Massoud, el líder de la resistencia antitalibán en Afganistán. Debatieron si se trataba de un regalo de Bin Laden al líder de los talibanes, el mulá Omar, y siguieron indagando en la cuestión: ¿por qué tomarse la molestia de asesinar a Massoud si no es por alguna razón mayor?
Bennett, que estaba embarazada de tres meses de su cuarto hijo y sufría ocasionalmente náuseas matutinas, estaba en su escritorio del Centro Antiterrorista de la CIA cuando escuchó que un avión se había estrellado contra el World Trade Center. Ella y sus colegas encendieron la televisión y vieron la cobertura. Vieron cómo el segundo avión se estrellaba contra la otra torre a las 9:03 a.m. Los ataques de Bin Laden de los que habían advertido estaban sobre ellos.
Los directivos de la CIA dijeron a todos que evacuaran el edificio de la sede de la agencia, pero a los del Centro Antiterrorista se les dijo que debían permanecer en sus escritorios; al fin y al cabo, ellos sabían más sobre al Qaeda que cualquier otra persona del gobierno.
El equipo del Centro Antiterrorista se dividió, y algunos funcionarios trataron de encontrar los manifiestos de los pasajeros de los aviones secuestrados. Bennett y los miembros de su equipo trataron de averiguar cuál podría ser el siguiente objetivo de los terroristas. Eran muy conscientes de que militantes vinculados a al Qaeda habían desarrollado un plan seis años antes para volar un avión contra la sede de la CIA.
Y había un avión de pasajeros secuestrado que se dirigía a Washington. Ese avión se estrellaría contra el Pentágono a las 9:37 de la mañana.
Los ataques terroristas de ese día en la ciudad de Nueva York, la ciudad de Washington y en las afueras de Shanksville, Pennsylania, terminaron con la vida de 2.977 personas.
La lupa sobre Saddam Hussein
Pocas semanas después del 11-S, Bennett fue apartada de su trabajo para investigar la supuesta implicación del dictador de Iraq Saddam Hussein en el 11-S. Altos funcionarios de la administración Bush estaban convencidos de que Saddam estaba implicado. Pero cuando Bennett investigó si existían vínculos sustanciales entre el régimen de Iraq y al Qaeda, llegó a la conclusión de que el régimen de Saddam y al Qaeda eran “mutuamente hostiles”, análisis que comunicó a los funcionarios de la administración Bush.
Sin embargo, el presidente George W. Bush estaba decidido a ir a la guerra y, al mes siguiente, el secretario de Estado de EE.UU., Colin Powell, intervino en el Consejo de Seguridad de la ONU afirmando que Sadam ocultaba un programa de armas de destrucción masiva y estaba aliado con al Qaeda.
La guerra de Iraq comenzó en marzo de 2003. Siete meses más tarde, el 11 de noviembre de 2003, Bennett y varios otros funcionarios de inteligencia informaron al presidente Bush y a su gabinete de guerra en una reunión en la Sala de Situación de la Casa Blanca que “Iraq llegó exactamente en el momento adecuado para al Qaeda”, ya que había permitido que el grupo volviera a actuar. Los extremistas religiosos de todo el mundo musulmán estaban llegando a Iraq.
La guerra de Iraq había salvado a al Qaeda.
La muerte de Bin Laden
Ocho años después del inicio de la guerra de Iraq, Bin Laden fue asesinado en Pakistán por los SEAL de la Marina de Estados Unidos el 2 de mayo de 2011. Una analista de la CIA de unos 20 años envió a Bennett un mensaje diciendo: “Oye, ¿ha sido un día muy malo para Al Qaeda?”.
Bennett respondió: “Bueno, sí. Es un día bastante malo, pero definitivamente no es el peor”.
Su colega preguntó: “¿De qué estás hablando? Bin Laden está muerto”.
Bennet preguntó a su colega más joven sobre un grupo terrorista antes infame que había aterrorizado a Alemania durante la década de 1970: “Bueno, déjame preguntarte esto: ¿Has oído hablar alguna vez de la banda Baader-Meinhof?”
Su colega dijo: “No”.
Bennett replicó: “Bueno, algún día, cuando un agente del Centro Antiterrorista de la CIA le diga a otro “¿Has oído hablar alguna vez de Osama bin Laden o de al Qaeda?” y éste diga “No”, ese será el peor día”.