Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN Español) – La consulta de Andrés Manuel López Obrador, sobre si se debía enjuiciar a cinco expresidentes de México (aunque la Suprema Corte le sustituyó el sujeto por “actores del pasado”), por asuntos como la corrupción, los posibles fraudes electorales y la guerra contra el narcotráfico, pasó sin pena ni gloria.
Según datos del Instituto Nacional Electoral de México, esa consulta apenas tuvo una participación ciudadana del 7,1% y de ese porcentaje, 9 de cada 10 votantes optaron por el sí. Pero se necesitaba el 40% del padrón electoral para que fuera vinculante.
Aún así, el mandatario mexicano afirmó que había sido un “triunfo”.
La consulta de López Obrador para juzgar delitos del pasado era una maniobra llena de trampas porque intentaba —una vez más— culpar a ese pasado de todas las desgracias nacionales. Y por lo tanto, su gobierno no tiene por qué asumir toda la responsabilidad.
La convocatoria también evidenció que a los votantes mexicanos, incluso a los seguidores del gobernante, no le interesan las escaramuzas ideológicas que buscan el rédito político a toda costa, que el desengaño y el hartazgo son profundos y viscerales, y que la gente cree que un país cambia solo con propuestas concretas y honestas.
Para los políticos populistas latinoamericanos el referendo es la mejor herramienta de los que ellos consideran los mecanismos de la democracia directa.
Pero en situaciones como esta resulta en verdad un instrumento muy chapucero de manipulación: el gobernante le pregunta a su pueblo qué quiere y el pueblo, con sus respuestas, se hace cargo de las consecuencias.
López Obrador ha sometido al país a cinco consultas populares: para construir el Tren Maya, una cervecería en Baja California y dos pistas de aterrizaje en un aeropuerto de provincia y reacondicionar los aeropuertos de la Ciudad de México y Toluca, entre otros asuntos, principalmente de infraestructura.
Y nada presagia que el presidente de México, tan proclive a los referendos, deje de convocarlos. Podría preguntarle a los electores, por ejemplo, si prefieren a Lucía Méndez o a Verónica Castro… o si el pozole debe cocinarse con la carne de los enemigos cautivos —como se hacía en la época prehispánica—, o con pollo o carne de cerdo, como se cocina hoy.
Que por preguntar no quede.