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Nota del editor: Roberto Izurieta es director de Proyectos Latinoamericanos en la Universidad George Washington. Ha trabajado en campañas políticas en varios países de América Latina y España, y fue asesor de los presidentes Alejandro Toledo, de Perú; Vicente Fox, de México, y Álvaro Colom, de Guatemala. El autor también es colaborador de CNN en Español. Las opiniones aquí expresadas son exclusivamente suyas.

(CNN Español) – El covid-19 ha sido una tragedia para la salud pública y la economía mundial. Un virus que atacó brutalmente a la humanidad. Si el proceso fue natural, esto ha sido una tragedia; si fue un accidente de laboratorio no revelado a tiempo para contener el problema sería un acto criminal. La variante delta, y las condiciones que permitieron su aparición y ascenso meteórico, eso sí es, en la opinión de este politólogo, negligencia criminal, pues debió haber sido prevenida por el colectivo de nuestros gobiernos.

El increíble desarrollo científico logrado por la humanidad ha permitido el diseño y desarrollo de múltiples vacunas muy efectivas, varias de ellas producidas usando tecnologías innovadoras. Pero este milagro de la ciencia no ha sido suficiente para detener la pandemia. ¿Por qué? En países desarrollados y ricos la vacuna ha abundado, puede uno pasearse hoy por cualquier farmacia en cualquier ciudad de EE. UU y se acercará un farmacéutico para ofrecerle la vacuna sin cita previa. Numerosas familias con recursos de países en desarrollo están trayendo a sus hijos a inocularse en EE.UU., donde las vacunas sobran, pero solamente la mitad de la población total de este país está vacunada. ¿La razón? Al menos en parte es por la desvergüenza de políticos estadounidenses que han usado la oposición a las vacunas y a la obligatoriedad del uso de mascarillas como bandera política para atraer votos de gente más radicalizada que educada. Eso, lo que estos políticos han hecho, es para mí un acto de negligencia criminal o, quizás en algunos pocos casos, de ignorancia negligente (que, en derecho romano, también es un delito codificado como cuasidelito).

Espero que las leyes estadounidenses permitan que eventualmente se enjuicie a aquel que, a sabiendas, genera o facilita la diseminación de esas mentiras para ganar unos votos más, pues el efecto de la vacunación insuficiente en Estados Unidos (más no de vacunas), es lo que permite la persistencia de la pandemia, lo cual ha creado oportunidades para la diseminación de nuevas variantes que, como delta, son mucho más agresivas. Más aún, cada día que pasa en el cual el Gobierno guarda vacunas que no serán usadas, se pierde un día en el cual alguien de un país más necesitado se expone al coronavirus sin vacuna. Eso es otra bofetada a los pobres del mundo que más sufren por esa negligencia.

El panorama en países de ingresos medios y bajos lo conocemos. Es trágico ver como en algunos en vías de desarrollo hay gente que pasa días en internet buscando citas para vacunarse, y pasan aún más horas en fila esperando que la vacuna no se agote antes de que les llegue el turno, pues si no tendrán que pasar otro día dejando de ganarse el ingreso diario, en otra cola. En otros lugares ni siquiera hay vacunas disponibles.

El proceso mundial de compartir las vacunas no ha sido realmente exitoso. La mayoría de los países ha recibido muy pocas dosis, a pesar de los enormes esfuerzos de diversos organismos de cooperación. Para los países en vías de desarrollo, el problema es el acceso a las vacunas, más que el costo (que, hasta ahora, gracias a los esfuerzos de muchos, ha sido bastante razonable). El mercado negro se redujo a los que tienen acceso económico y visa: viajaron a Florida, Texas y otros estados, y se vacunaron a veces en el mismo aeropuerto. En Latinoamérica, Chile fue un gran ejemplo de acceso temprano a las vacunas. Con Uruguay, es de los países con mayor ingreso per cápita en la región, y ha usado esos recursos bastante bien. En Estados Unidos el 70% de las personas elegibles han recibido ya al menos una dosis. En este momento, Uruguay lidera la lista de países de Latinoamérica con mayor porcentaje de la población con al menos una dosis de la vacuna contra el covid-19 (75,6%). Le sigue Chile con el 74,3%, y en tercer lugar está Panamá con el 62.4%.

Para mí, Ecuador, con menos ingresos, ha hecho una buena labor en la compra y administración de las vacunas estos últimos dos meses. El país es el quinto en la lista de tasas de población con al menos una dosis, con el 56,43%.

Paraguay, Perú (donde menos del 30% de la población tiene al menos una dosis) y otros, no han seguido un camino similar al de sus vecinos. Mientras menos vacunados tengan, más difícil les será afrontar la variante delta. Aunque esto puede ser un desastre, a diferencia de EE.UU. y Europa, creo que lo que pase en la región no sería por negligencia de algunos ciudadanos poco educados y oportunismo de los políticos irresponsables que los alientan, sino por la limitación de sus gobiernos y el aún limitado acceso de los países pobres a las vacunas.

Pero algo que todavía no han entendido muchos gobiernos es que para detener una pandemia necesitamos esfuerzos coordinados. Lastimosamente, esto puede ser una alerta y, de continuar con ese mismo tipo de egoísmo político –como con el medio ambiente–, nos daremos cuenta de manera aún más catastrófica de que vivimos en un mismo planeta, y de que lo que un país hace afecta ineludiblemente a todos los demás.

La variante delta ha probado ser lo que los científicos nos decían, muy infecciosa, pero los vacunados tienen protección suficiente y, de ser contagiados, el resultado es menos mortal y menos pacientes terminan en el hospital. Así que, habiendo vacunas, no creo que la variante delta deba obligarnos a regresar a los encierros indiscriminados de 2020, que –como de forma atrevida mencioné hace más de un año– es un lujo de pocos. En muchos lugares, donde la gente necesita salir a la calle para trabajar y vivir, no se pueden dar ese lujo.

¿Qué hacer entonces? Es simple, responsabilizar a los que causan el problema, los que se niegan a ser vacunados: más allá de la superficialidad de entender la libertad como “hacer lo que se me dé la gana”, fui muy claro en una conversación en el programa Choque de Opiniones de CNN en Español –en julio– cuando dije que se acabó el tiempo de informar, educar y motivar. Ha llegado la hora de hacer las vacunas obligatorias para todos aquellos que tenemos acceso a ellas (con excepciones para los que tienen condiciones médicas justificables por un profesional). Todos los demás deben vacunarse, y los que no lo hagan deberán asumir la responsabilidad de verificar (a costo de ellos mismos), que no están infectados cada vez que entren en contacto con otros ciudadanos en espacios cerrados (escuelas, hospitales, casas de ancianos, restaurantes). En caso contrario, no debería permitírseles la entrada, o permitírsela solamente usando mascarillas y otras medidas de protección apropiadas. Solamente así tendremos una política coherente con la ciencia que nos ha permitido el acceso a estas vacunas casi milagrosas, que lo único que piden es ser utilizadas para que termine esta tragedia que aún puede causar muchas más muertes.

Esta pandemia ha mostrado algunos ejemplos de cooperación (Covax es uno destacado, aunque insuficiente) y varios de buen manejo político, pero otros muchos (muchos más) mostraron no solamente el egoísmo sino la negligencia criminal de muchos políticos en demasiados países. Esto demuestra cuán lejos estamos de un mundo preparado para enfrentar pandemias y otras catástrofes globales, como podría llegar a ser el cambio climático, que también necesitarán colaboración internacional altruista. El calentamiento global no perdona errores y es una advertencia terrible. Hemos demostrado, por desgracia, que no estamos preparados para enfrentarlo.

Trabajemos juntos para vencer esta, que espero sea la última ola de la pandemia, ola que pudo haberse evitado.