Nota del editor: Este reportaje es parte de la serie “As Equals” de CNN que aborda la desigualdad de género. Para más información sobre la financiación de esta serie y más, lee nuestros FAQs.
Honolulu, Hawai (CNN) – Linda Yuen Lambrecht está de pie frente a una cámara web, con el espacio que va desde su cabeza hasta sus caderas, su espacio de articulación, perfectamente centrado en el marco; lleva una plumeria blanca sujeta sobre su oreja izquierda. En la pantalla, tres mujeres la miran.
“Nada de Lengua de Señas Estadounidense [ASL]”, les recuerda Lambrecht con las manos, cuando comienza la clase virtual. “Esto es Lengua de Señas Hawaiana [HSL]”.
Más de 100 estudiantes han recibido el mismo recordatorio de Lambrecht. Desde 2018, ha ofrecido clases de HSL al público; primero en persona y, desde que comenzó la pandemia de covid-19, por Zoom.
Lambrecht no solo está enseñando. Está luchando contra el olvido, la globalización y la crueldad del tiempo para mantener viva una lengua de señas en peligro de extinción, y con ella, generaciones de historia, patrimonio y sabiduría.
Pero los expertos estiman que los usuarios que dominan la lengua son unos pocos. El tiempo se acaba.
La carrera contra el tiempo para salvar el HSL
Lambrecht nació con sordera profunda en 1944 en el seno de una familia de trabajadores chinos en Honolulu. Estuvo expuesta al HSL desde su nacimiento a través de dos hermanos mayores sordos, que habían aprendido a signar de sus compañeros de clase sordos.
Esto era raro en aquella época. La mayoría de los niños sordos nacían de padres oyentes y no tenían acceso a ninguna lengua, y mucho menos al HSL, hasta que empezaban a ir a la escuela.
Lambrecht y sus hermanos asistieron a lo que hoy se llama la Escuela de Hawai para Sordos y Ciegos (HSDB). Cuando se abrió por primera vez en 1914, se llamaba The School for the Defectives (“La escuela para los defectuosos”).
La escuela había adoptado un estilo de enseñanza llamado oralismo, cuyo objetivo era “asimilar” a los sordos a la sociedad en general suprimiendo el uso de la lengua de señas. Los niños solo podían utilizar la lengua de señas para comunicarse entre ellos cuando los profesores les daban la espalda; se esperaba que hablaran en inglés y leyeran los labios.
“Los padres y los profesionales decían que la lengua de señas era fea, y que si los niños la conocían, nunca aprenderían a hablar”, dice Lambrecht. “[Pero] yo podía captar tal vez una o dos palabras”.
Cuando Ami Tsuji-Jones se matriculó en la escuela de sordos en los años 60, el oralismo era considerado un fracaso por los críticos. Los profesores del continente utilizaban ahora el ASL en su lugar.
“Eran haole [blancos]. Veían nuestra lengua y decían: ‘¿Qué es eso? No entiendo tu seña. Eso está mal’. No, no, no. Deja que te enseñe el ASL. No, no, no. Estás articulando mal’”, dice Tsuji-Jones, con sus manos moviéndose de forma enfática e incisiva. “Nos criticaban constantemente… ya sabes, somos los niños. Ellos son las figuras de autoridad”.
Entonces sus señas cambian, y sus manos se mueven más lento.
“Es como si trataran de quitarnos lo que somos”.
“Mi corazón está roto”.
Hay pruebas de que los hawaianos sordos se comunicaban con una lengua de señas autóctona desde hacía generaciones, antes de la llegada de los misioneros, las plantaciones de azúcar y los estadounidenses que derrocarían el Reino de Hawai en 1893.
Pero los lingüistas no documentaron oficialmente la lengua hasta 2013, cuando una investigación de la Universidad de Hawái descubrió que el HSL era una lengua aislada: nacida y criada en las islas hawaianas sin influencia exterior. Más del 80% de su vocabulario no tiene ninguna similitud con el ASL.
Los resultados pusieron en marcha un proyecto de tres años para documentar lo que quedaba del HSL, dirigido por Lambrecht y el profesor de lingüística James “Woody” Woodward, que ha pasado los últimos 30 años estudiando y documentando las lenguas de señas en toda Asia.
En 2016, el equipo había creado un archivo de video y desarrollado un manuscrito para un manual y un diccionario de introducción a la HSL, con ilustraciones de Lambrecht mostrando las señas. Pero entonces se acabó el tiempo: el subsidio del Programa de Documentación de Lenguas en Peligro de Extinción había llegado a su fin.
Woodward sabe que el proyecto de investigación no es suficiente para mantener viva a la HSL.
“Va a ayudar a los lingüistas a analizar la lengua, pero no va a ayudar a preservarla, a menos que de alguna manera más gente llegue a aprenderla”, dice. “Y la forma de que más gente la aprenda es cuando se utiliza de forma natural en el hogar y la gente la aprende, o cuando se enseña como segunda lengua a los niños desde muy temprano”.
Lina Hou está de acuerdo en que preservar una lengua es una tarea enorme, especialmente para los lingüistas que no son miembros de esa comunidad lingüística. “Es muy ambicioso pensar que una persona, o un pequeño grupo de personas, pueda rescatar cien años de opresión o cambiar el giro lingüístico que ha llevado a la lengua a estar en peligro en un corto periodo de tiempo”, dice la profesora de lingüística de la Universidad de California en Santa Bárbara.
Hou, que ha trabajado en la documentación de la lengua de señas en México, añade: “Salvar una lengua [con una subvención de tres a cinco años], no creo que sea posible”.
Tampoco es fácil lograr que más personas utilicen una lengua que ha sido olvidada, o borrada, y que está asociada a recuerdos traumáticos de ser percibida como inferior.
De niña, Tsuji-Jones aprendió parte del vocabulario del HSL de los kuli kupuna (personas mayores sordas) mientras jugaban juntos al voleibol cerca de la escuela de sordos. Dice: “Me di cuenta de que a veces los kupuna estaban un poco avergonzados y decían: ‘Oh, tengo que intentar usar el ASL, porque el HSL no es bueno. El ASL es mejor’”.
Kimiyo Nakamiyo, de 82 años, fue a la escuela con Lambrecht, y aunque respeta el trabajo de su amiga, no cree que merezca la pena revitalizar el HSL.
“El HSL es como un inglés roto”, dice. “Creo que el ASL es más correcto y está más en la línea del inglés formalizado”.
Emily Jo Noschese, candidata al doctorado en lingüística en la Universidad de Hawai, dice que a menudo se ha encontrado con este sentimiento al entrevistar a usuarios de HSL. Pero es un error pensar que las lenguas de señas son versiones táctiles de las lenguas habladas o escritas. El HSL no tiene ninguna relación lingüística con el hawaiano, al igual que el ASL y el inglés son distintos y separados.
Noschese, que pertenece a la cuarta generación de su familia que ha nacido con sordera, dice que está decepcionada, pero no sorprendida, de que muchos de los que se oponen más firmemente a preservar el HSL sean ellos mismos antiguos usuarios sordos del HSL.
“Puede que haya un trauma asociado a sus recuerdos del uso de la HSL”, dice. “Puede ser duro para ellos. Puede que quieran olvidarlo”.
Entonces, ¿por qué seguir?
“Siempre hay esperanza”, dice Woodward. “Es parte de lo que hacen los lingüistas”.
Para Nikki Kepo’o, preservar el HSL significa más que salvar una lengua. Significa salvaguardar una identidad cultural para su hijo pequeño Caleb La’aikeakua, de 9 años, que nació con sordera severa.
Kepo’o siempre ha querido que sus dos hijos estén arraigados a sus raíces nativas hawaianas. Cuando Caleb nació, su hermana mayor ya estaba matriculada en una escuela de inmersión en lengua hawaiana. Kepo’o también estudió el idioma y ahora madre e hija hablan hawaiano en casa.
“Me encantaría que eso fuera igual para mi hijo”, dice Kepo’o. “Que supiera que es hawaiano y sordo, y que no hay nada malo en ninguno de los dos”.
Caleb es un estudiante del HSDB, y asiste a clases de ASL e inglés en los mismos espacios que antes estaban llenos de niños que se enseñaban a escondidas el HSL. Kepo’o sueña con enviar a Caleb a una escuela de inmersión en HSL algún día. Ha hablado con un profesor de la escuela de su hija al que le gustaría desarrollar un programa de inmersión en HSL.
“Pero a medida que las generaciones envejecen, y a medida que tenemos más influencia estadounidense, no estoy muy segura de cuántos hawaianos sordos hay realmente disponibles para crear los materiales que necesitamos para formar a nuestros hijos”, dice Kepo’o. “Me da mucho miedo, la verdad”.
Lambrecht también siente la urgencia. A causa de la pandemia, no ha podido avanzar en su objetivo de llevar las clases de HSL a las escuelas.
Pero espera hacerlo la próxima primavera.
Mientras tanto, se ha grabado a sí misma contando historias de niños en HSL. Le gustaría grabar más historias, “no estadounidenses, sino hawaianas”, como la leyenda del semidiós Māui, que utilizó su anzuelo mágico para sacar las islas de Hawai del océano.
Para ella, Hawai lo es todo, dice Lambrecht. Su cultura, sus comunidades y sus conocimientos ancestrales forman una parte esencial de su identidad, y una pieza vital de lo que quiere transmitir a las generaciones venideras a través de la HSL, al igual que hicieron sus hermanos con ella.
“Viví en Estados Unidos durante unos cinco años”, dice Lambrecht. “Cuando volví, lloré y lloré… Me puse de rodillas. Besé el suelo. Estaba en casa”.