El presidente Joe Biden, un día después de las elecciones en Virginia.

Nota del editor: Jorge Dávila Miguel es licenciado en Periodismo desde 1973 y ha mantenido una carrera continuada en su profesión hasta la fecha. Tiene posgrados en Ciencias de la Información Social y Medios de Comunicación Sociales, así como estudios posuniversitarios en Relaciones Internacionales, Economía Política e Historia Latinoamericana. Actualmente, Dávila Miguel es columnista de El Nuevo Herald en la cadena McClatchy, columnista de Oncuba News y analista político y columnista en CNN en Español. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente al autor. Mira más en cnne.com/opinion

(CNN Español) – Los resultados de las elecciones del 2 de noviembre en Virginia deberían ser motivo de alarma para el Partido Demócrata. Así lo había advertido la vicepresidenta Kamala Harris en su viaje al estado para apoyar a Terry McAuliffe: “Lo que suceda [en estas elecciones] en Virginia, en gran medida determinará lo que suceda en 2022, 2024, y así”.

Pero no hay alarma.

El retador de McAuliffe, Glenn Youngkin, estaba seis puntos porcentuales por debajo de McAuliffe en las encuestas de intención de voto diez días antes de las elecciones, y el día de las elecciones había subido 9 puntos porcentuales por encima del demócrata. Conclusión: a pesar de que fueron a apoyarlo el presidente Biden, el expresidente Obama, y la vicepresidenta Harris, McAuliffe perdió por cuatro puntos porcentuales frente al republicano Youngkin.

Sin embargo, los demócratas están convencidos de que no han cometido ningún error.

Empezando por el presidente Biden, quien debería ser más cuidadoso ya que, queriendo restarle importancia al asunto, declaró al siguiente día: “Ningún candidato a gobernador de Virginia ha ganado nunca cuando pertenecen al mismo partido del presidente en funciones”. Pero es que el mismo McAuliffe, demócrata, ganó la gobernación de Virginia en 2013, siendo presidente Barack Obama. Biden no debería tener pifias así. En el foro ciudadano de Baltimore, emitido en CNN, cometió –– con la extraña tranquilidad que le caracteriza siempre en público–– tres errores.

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Pero hay otro aspecto de la actividad política del Partido Demócrata que ya es aburrido: ¡dejen de mencionar a Trump. Él perdió, no ayuden a mantenerlo vivo! Biden mencionó a Trump 24 veces en una intervención que duró 17 minutos, y McAuliffe lo mencionó durante toda la campaña. Es como una letanía quejosa contra un hombre al que no podemos olvidar. Youngkin tuvo una conducta más inteligente, se distanció de Trump públicamente, sin mencionarlo, aceptó su respaldo sin mucha bulla, mientras organizaba su línea trumpista en los asuntos concernientes al estado de Virginia.

Las encuestas favorecieron a McAuliffe en agosto y septiembre. Pero en octubre se notó conmoción en el bando demócrata. Empezaron a llegar los pesos pesados a ayudarlo: Biden, Obama, Harris. Nada pudieron arreglar. El propio candidato había sido el responsable al ningunear a los padres de los alumnos en pugna con las juntas escolares, cuando en un debate dijo: “Yo no creo que los padres deben decirle a las escuelas lo que deben enseñar”. No comprendo como un político con la experiencia de McAuliffe pueda cometer un fallo igual. Después, al ver los resultados de su comentario, se quejaba: “Cuando lo dije [en el estudio] todo el mundo me aplaudió”. Sin comentarios.

El presidente Biden está tratando de conducir un cambio integral en el país. Algo que modificaría el mismo tejido social de la sociedad estadounidense y su autopercepción. Quiere introducir más justicia social y menos capitalismo salvaje. Y quiere abarcar, según las concepciones que condicionan ese cambio, a prácticamente todas las esferas de la vida estadounidense. Es un cambio estructural que tiene algunas de sus raíces ideológicas en la izquierda progresista que le ayudó a ganar la elección de 2020, con amplia mayoría.

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Biden ha tratado de desmarcar su responsabilidad en la pérdida del estado de Virginia. En la conferencia de prensa ofrecida un día después de conocerse los resultados en Virginia, Biden dijo que no estaba seguro de que hubiera podido hacer algo para cambiar “el número de personas muy conservadoras que fueron a votar en distritos republicanos y que eran votantes de Trump”.

Pero esa es otra de sus posiciones de “todo está bien”, de aquellos que no quieren estresarse. Porque la verdad es que no todo está bien en su presidencia. Mantiene un conflicto en la frontera sur, cometió un gran error en la retirada de Afganistán, su nivel de aprobación es el más bajo de todos los presidentes, excepto–– qué suerte–– el de Donald Trump. Enfrenta una inflación que según él dice, se desinflará, pero la confianza de la población no lo acompaña. Y tiene su partido dividido tanto por la izquierda, con el grupo de legisladores progresistas, como por la derecha, con los senadores Manchin y Sinema, que no apoyan los proyectos de ley transformadores del presidente, por distintas causas. Unos porque no está suficientemente a la izquierda y otros porque lo está demasiado.

Mientras tanto Biden, siempre feliz y tranquilo, confía en que todo se arreglará cuando se aprueben dichas leyes. La pregunta es: si no se aprueban, ¿será cierto el futuro que Harris proyectó para las elecciones de 2022 y 2024?