Una mujer emite su voto en un colegio electoral durante las elecciones primarias PASO en Buenos Aires, Argentina.

Nota del editor: Claudio Fantini es politólogo y periodista; profesor en las carreras Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Siglo 21; columnista de análisis político en diarios, revistas, radios y canales de televisión de Argentina y Uruguay. Autor de los libros “Crónicas de fin de siglo, “Dioses de la guerra”, “Infalible y absoluto”, “La sombra del fanatismo, “El componente monárquico”, “La gravedad del silencio”, “Abadón” y “La tenue virtud”. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivamente suyas. Lee más artículos de opinión en cnne.com/opinion.

(CNN Español) – En una democracia normal, perder una elección de mitad de período no es una tragedia para la fuerza gobernante. Gobernar sin mayoría parlamentaria es una eventualidad, no el fin del mundo.

El presidente de Argentina lo entendía así. Por eso no estaba dispuesto a revertir en la elección legislativa la derrota sufrida por el oficialismo en las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO), aunque se inyectó dinero en la sociedad en un shock de demagogia. Sabe Alberto Fernández que, si bien esa jugada irresponsable puede revertir la derrota en un empate o incluso un triunfo, implica el riesgo de un estallido inflacionario que sacuda los siguientes dos años de su gobierno. Y la prioridad del presidente es transitar serenamente los dos años que le restan a su mandato.

Pero la vicepresidenta parece tener otra prioridad: ganar a como dé lugar las legislativas de este domingo, para no perder la mayoría parlamentaria. En mi opinión, a Cristina Fernández de Kirchner le importaban los dos meses que siguieron a las PASO, y no los dos años que comienzan después de la elección legislativa. ¿Por qué? Una posible respuesta es: porque necesita controlar el Congreso para imponer las reformas judiciales que le otorguen un blindaje frente a los procesos por posible corrupción que avanzan contra ella. Además, una demostración de fuerza electoral es un mensaje político que muchos jueces y fiscales leen con temor o con oportunismo.

En Argentina, los procesos por denuncias de corrupción se multiplican y avanzan sobre los gobernantes cuando se debilitan, pero se encogen y retroceden cuando los gobernantes se fortalecen.

Por eso, atacando y humillando al hombre que ella convirtió en presidente al ungirlo como candidato, la vicepresidenta impuso su poder y su agenda tras la derrota del oficialismo en las PASO. De tal modo, lo que se juega en las urnas del domingo es la posibilidad de un blindaje judicial que dé impunidad a Cristina Kirchner y el Gobierno pagará con el riesgo de un estallido inflacionario al promediar el año próximo. Si el oficialismo logra retener el control del Congreso y en los próximos meses estalla una hiperinflación, al kirchnerismo le quedará la carta de culpar a Alberto Fernández del colapso económico que pueda producirse, y buscar el regreso de Cristina o de quien ella postule en la elección presidencial de 2023.

Si el kirchnerismo lograra, con su shock demagógico de alto voltaje, resucitar de una derrota lapidaria, la tentación de poder hegemónico volverá a cobrar fuerza.

Si tras el decepcionante resultado de las PASO, por el empobrecimiento brutal que se acentuó en los últimos dos años, y perpetrando un linchamiento impiadoso de la imagen pública del presidente, al que trató de “mequetrefe que no sirve para nada”, el kirchnerismo logra recuperarse en las urnas el domingo, será tentado con levantar nuevamente la bandera de “Cristina eterna” y volver a gritar “vamos por todo”.

Si el resultado repite o profundiza la derrota oficialista en las PASO, otras sombras oscurecerían el escenario político. La posibilidad de un blindaje judicial y de construcción de poder hegemónico se reduciría para el kirchnerismo. Y la fragilidad de la vicepresidenta genera incógnitas inquietantes. ¿Cómo digerirá esa situación de vulnerabilidad la temperamental Cristina Kirchner? ¿Culpará de nuevo al presidente y lo someterá a otro bombardeo de descalificaciones?

Si eso ocurre, ¿volverá Alberto Fernández a poner la otra mejilla? ¿O le hará caso esta vez a los allegados que llevan tiempo recomendándole expulsar a los ministros que responden a la vicepresidenta, armar su propio gabinete y gobernar apoyándose en el peronismo no kirchnerista y en ocasionales acuerdos con la oposición en el Congreso?

Esta posibilidad, desechada por el jefe del Estado en ocasiones anteriores, no se puede descartar si el resultado de la elección es una debacle para el oficialismo y el presidente volviera a ser blanco de escarnio público por el kirchnerismo.

En el escenario de una nueva derrota que los deje en minoría legislativa, no hay libreto ni guion establecido. Como se vio después de las PASO, algunos actores protagónicos pueden quedar a merced de sus impulsos. Sentir que avanza hacia una intemperie política y que su liderazgo puede haber entrado en una declinación irreversible, quizá detone en Cristina Kirchner una explosiva mezcla de frustración y temor por su futuro judicial. La coalición peronista gobernante quedaría en estado catatónico y podría convulsionar. En esa instancia, lo que ocurra a renglón seguido dependerá de que Alberto Fernández recupere su antigua habilidad para lograr consensos, que el peronismo no kirchnerista tenga espalda política para sostenerlo y que en la oposición queden fortalecidos los líderes moderados y cumplan con su proclamada vocación de diálogo.

En la antesala de esta crucial elección, la sensación dominante es una preocupación: que las urnas se parezcan a la caja de Pandora.