(CNN) – El tema de la sobrepoblación como causa de la pérdida de la vida salvaje en África no es uno que el príncipe William deje pasar.
Mientras buscaba reacciones al discurso que el segundo en la línea de sucesión al trono británico pronunció el lunes en una ceremonia de premios en la que dijo “La creciente presión sobre la vida silvestre y los espacios salvajes de África, como consecuencia de la población humana, supone un enorme reto para los conservacionistas”, me topé con unas declaraciones casi idénticas que había hecho cuatro años antes.
“A lo largo de mi vida hemos visto cómo las poblaciones mundiales de vida silvestre se han reducido a más de la mitad”, afirman que dijo el príncipe en 2017 en una gala para la misma organización benéfica, The Tusk Trust. “Se prevé que la población humana de África, en rápido crecimiento, se duplique con creces para 2050, un aumento asombroso de tres millones y medio de personas al mes. No hay duda de que este aumento somete a la fauna y el hábitat a una presión enorme”.
Entonces, como ahora, la gente se ha apresurado a señalar dos cosas: la primera es la hipocresía del duque de Cambridge. Se trata de un hombre que ha determinado el tamaño de su familia, que viaja con frecuencia en avión y que lleva un estilo de vida fastuoso (léase: genera una gran huella de carbono) en uno de los 15 países que más energía consumen del mundo. (El consumo de energía es una medida limitada del impacto medioambiental del Reino Unido, ya que este país importa en gran medida sus productos. Otro país, China, se encarga de la energía utilizada para producir esos bienes).
El segundo punto cuestionable de las declaraciones del príncipe se centra en las conclusiones inexactas que se siguen del aumento de la población africana. Aunque la población africana está creciendo, sigue estando más escasamente poblada que Europa o Asia; las comunidades indígenas que viven más cerca de la vida silvestre suelen ser excelentes guardianes del medio ambiente, ya que su supervivencia depende de él; y, de nuevo, son los comportamientos humanos, y no el número de personas, los que perjudican más directamente a la biosfera.
Pero hay más cosas que están mal en lo que dijo el príncipe William: al identificar el crecimiento de la población como el problema, lógicamente presenta el control de la población como la solución. Esto transforma automáticamente los úteros en lugares legítimos para la política climática. En otras palabras, el derecho de las mujeres a la anticoncepción y a la educación se convierte en un arma: ya no son herramientas que ayudan a las mujeres a acceder a una mayor elección, sino que este objetivo de igualdad de género es secuestrado para imponer la agenda de otra persona.
Imaginemos por un momento que aceptamos que el crecimiento de la población, y en concreto, el crecimiento de la población en África, conduce a una mayor presión sobre la vida silvestre, un argumento que el príncipe William considera irrebatible. ¿Cómo debería abordarse esto? ¿Una política de un solo hijo como condición para la ayuda al desarrollo? ¿Cómo se medirá el impacto de esa reducción de la población? ¿Quién va a decir si es suficiente para mitigar el daño medioambiental? Y si no lo es, ¿qué pasará entonces?
El príncipe William parece haber evitado especular sobre cómo solucionar su problema. Su abuelo, el duque de Edimburgo, no fue tan sabio y se sabe que pidió la “limitación voluntaria de la familia” para hacer frente a una población humana creciente.
No es la primera vez, ni será la última, que el cuerpo de las mujeres se ve implicado en la agenda política. En 2017, Dinamarca, que suele encabezar las clasificaciones de los mejores países para ser mujer, prometió fondos adicionales para ayudar a las mujeres a acceder a la planificación familiar porque “parte de la solución para reducir las presiones migratorias sobre Europa es reducir el altísimo crecimiento demográfico de muchos países africanos”.
Debería ser obvio para todos que el pánico por el crecimiento de la población en las zonas negras, morenas e indígenas del mundo se sustenta en los prejuicios de raza y clase. Debería ser igualmente obvio que lo que toda mujer necesita es la libertad de elegir por sí misma si quiere tener hijos, cuándo y cuántos. Si a pesar de los años que lleva hablando de conservación, el príncipe William no ha considerado que su preocupación por la vida salvaje de África podría estigmatizar a las mujeres de África, quizá sea el momento de hacerlo.