(CNN) – Convivir con el virus, como el mundo se está dando cuenta, es más fácil de decir que de hacer.
Desde la Corte Suprema de EE.UU. hasta las canchas de tenis del Abierto de Australia, y desde un presidente francés que prometió “fastidiar” a los no vacunados hasta los confinamientos preolímpicos de mano de hierro de China, las consecuencias políticas del covid-19 son cada vez más contagiosas.
Lejos de aliviar los dilemas extremos que la pandemia presenta para los líderes mundiales, la variante más leve de ómicron los está agudizando, en parte porque su transmisibilidad sí llena hospitales y destruye fuerzas laborales vitales. Y, sin embargo, a medida que la crisis mundial ingresa a su tercer año, existe una sensación palpable de que las poblaciones, al menos en las democracias, están comenzando a avanzar –ya sea por agotamiento o por sentido común colectivo– hacia un nuevo arreglo con el covid-19. Pero el gobierno comunista de China va en la dirección opuesta, al confinar a millones de personas mientras intentan evitar que los Juegos Olímpicos de Invierno, un escaparate del poderío de la superpotencia emergente del país, se conviertan en un humillante epicentro de infección.
Mientras tanto, en EE.UU. y partes de Europa, este cambio también es impulsado por el hecho de que muchas personas dieron positivo en pruebas de covid-19, o conocen a alguien que lo ha hecho, y experimentaron pocos síntomas, lo que genera preguntas sobre la lógica de la guía de salud pública actual, que incluye recomendaciones para que las personas se aíslen, incluso si son asintomáticas y están completamente vacunadas.
Pero el patrón pandémico que vio a gobiernos nacionales, estatales y locales luchar para mantenerse al día con la amenaza camaleónica de un enemigo invisible se repite en esta nueva fase de la batalla. Muchos corren para adaptar los protocolos de aislamiento de covid-19 y los regímenes de pruebas y vacunas de refuerzo específicos para ómicron, equilibrando el deseo de aliviar las hospitalizaciones a menudo récord con el impacto reducido del virus en otros ámbitos.
Pero el covid-19 no ha perdido nada de su capacidad para exacerbar las divisiones políticas culturales e ideológicas existentes, especialmente en Estados Unidos. El explosivo brebaje político de una mayor transmisibilidad y el costo social y humano acumulativo de la larga lucha contra el covid-19 se ha traducido, por ejemplo, en un enfrentamiento amargo pero recientemente solucionado en Chicago entre el alcalde de la ciudad y el sindicato de maestros por la reapertura de las escuelas. En otros sitios, los gobernadores conservadores que durante mucho tiempo vieron una ventaja política en restar importancia al virus ahora pueden mirar por delante de la curva, aunque a costa de muchas vidas, pese a que ómicron solo está comenzando su asalto al corazón del país.
Al principio de la pandemia, el entonces presidente Donald Trump fue criticado por anteponer las consideraciones políticas y económicas a la ciencia. Pero cada vez hay más señales de que líderes como el presidente Joe Biden, el presidente francés Emmanuel Macron o el primer ministro australiano Scott Morrison ahora también están adoptando un enfoque más politizado, impulsado por la opinión pública cambiante, las circunstancias y la autoconservación electoral. Los líderes ahora insisten en que las escuelas deben permanecer abiertas, los confinamientos no son una opción y, en algunos casos, argumentan que los no vacunados, que constituyen la mayoría de los que están en unidades de cuidados intensivos, así lo decidieron.
Un caso crítico en la Corte Suprema
En Washington, la administración está en ascuas para ver si una de las principales armas del arsenal de Biden contra el virus –los requisitos de vacunas para las grandes empresas y ciertos trabajadores de la salud– sobrevivirá a una Corte Suprema escéptica.
El fallo se espera en cualquier momento, pero una audiencia la semana pasada contó con una mayoría conservadora aparentemente abierta a los argumentos de que Biden se excedió en sus poderes, al menos con respecto a las grandes empresas. Traicionando su ansiedad, la Casa Blanca hizo circular el lunes un artículo de opinión del periódico “The Hill” de un experto de la Facultad de Medicina de la Universidad George Washington que advirtió que el covid-19 estaba “matando a la fuerza laboral de la nación” e instó a los jueces a defender los mandatos de Biden.
El caso, arraigado en las impugnaciones a las medidas por parte de los estados de mayoría republicana, revive el largo duelo entre la libertad individual y las medidas extraordinarias que utiliza el gobierno para combatir una pandemia que amenaza a todos sin importar la filiación política. Si el tribunal falla en contra de la administración, es difícil argumentar que no será responsable de más enfermedades y muertes simplemente por las realidades del virus. Como mínimo, las grandes empresas deberán considerar sus propios poderes para exigir la vacunación, un factor que podría retrasar la reapertura posterior al golpe de ómicron o tener impactos económicos en un momento en que el virus todavía está matando a un promedio de más de 1.200 estadounidenses todos los días.
Famoso escéptico de las vacunas logra victoria en Australia
El caso de la Corte Suprema es una prueba de las complicadas decisiones que se imponen a las democracias occidentales por la peor pandemia en 100 años. De alguna manera, a pesar de lo divisiva que resulta, esta es la válvula de seguridad de la democracia que funciona como debería hacerlo: permitiendo que se aireen opiniones opuestas en un momento de tensión nacional.
Mientras Biden lucha por cumplir su promesa de acabar con el virus, tiene el consuelo de no enfrentarse solo al calor político.
La extraordinaria saga en Australia de la estrella del tenis y escéptico de las vacunas Novak Djokovic, quien acaba de ser liberado de la detención de inmigrantes por una disputa sobre su visa antes del Abierto de Australia, ha puesto al gobierno de Morrison en el ojo de una tormenta política. El serbio, 20 veces campeón de Grand Slam, fue liberado por un juez que dictaminó que las autoridades fronterizas lo habían tratado injustamente después de llegar al país con una exención de vacunas. Las afirmaciones de la familia de la celebridad multimillonaria de que era un preso político fueron un insulto para quienes languidecen en la cárcel en lugares como China, Myanmar o Corea del Norte. Pero al igual que la estrella de los Brooklyn Nets, Kyrie Irving, y el mariscal de campo de los Green Bay Packers, Aaron Rodgers, Djokovic se ha convertido en una especie de disidente deportivo, y sus posturas sobre las vacunas los han convertido en héroes para los escépticos y en un dolor de cabeza para sus deportes.
El gobierno de Morrison tiene todos los incentivos políticos para adoptar una postura firme contra Djokovic. En primer lugar, todas las personas que viajen a Australia, incluso los ciudadanos, deben mostrar un comprobante de vacunación, con raras excepciones. El país ha soportado casi dos años de casi total aislamiento del resto del mundo. Las familias quedaron divididas. Ahora, muchos australianos sospechan que Djokovic recibió un trato especial por quién es y su capacidad para pagar a un equipo legal de alto poder.
“Las reglas son las reglas, especialmente cuando se trata de nuestras fronteras. Nadie está por encima de estas reglas”, tuiteó Morrison la semana pasada. El gobierno de Canberra todavía está deliberando si deportar a Djokovic una semana antes del campeonato en Melbourne. Este drama difícilmente podría haberse desarrollado en un lugar peor; la ciudad ha soportado algunos de los confinamientos más punitivos del mundo. La mente de Morrison, mientras tanto, estará concentrada en el hecho de que enfrenta la reelección en mayo. Y aunque su gobierno ganó aplausos tempranos por mantener el covid-19 fuera del país con restricciones mucho más duras que las experimentadas en EE.UU. al principio, ahora hay una profunda fatiga nacional.
Y aunque muchos están enojados con Djokovic, su caso también genera dudas sobre si reglas de entrada tan estrictas tienen más sentido con la variante ómicron propagándose como la pólvora. Morrison ha tratado de abarcar el debate político diciendo que el país debe superar la “mano dura del gobierno” poniendo fin a los confinamientos, pero la oposición lo ataca mientras él pelea con estados como Australia Occidental y Queensland que adoptaron una guía más cautelosa por el covid-19.
El giro intransigente de Macron
El caso de Djokovic también se cruza con otro debate: hasta qué punto aquellos que se han negado a aplicarse las vacunas, que son seguras, en su mayoría gratuitas y efectivas, ahora son responsables de restringir las libertades de los que están completamente vacunados y reforzados.
En Estados Unidos y en otros lugares, las limitaciones en la vida diaria podrían ser menos restrictivas si más personas se vacunaran y estuvieran protegidas en gran medida de la enfermedad grave que amenaza con inundar los hospitales. En muchos casos, los más reacios a adoptar las vacunas a menudo también provienen de áreas conservadoras donde se observan menos medidas como el distanciamiento social y el uso de mascarillas. Pero las enfrentadas respuestas culturales a la pandemia subrayan el credo estadounidense del individualismo y la amplia desconfianza hacia la responsabilidad colectiva al estilo europeo.
En Francia, sin embargo, el presidente Emmanuel Macron puso su credibilidad política en juego con una postura dura contra los no vacunados. Al igual que Morrison, Macron está a semanas de una elección. El presidente francés, que a menudo se ha mostrado imperioso en el Palacio del Elíseo y ha tenido una relación de altibajos con el público, impulsa una legislación más estricta que requeriría un pase de vacuna para ingresar a restaurantes, bares y viajar dentro del país.
“Ahora, los no vacunados, realmente quiero fastidiarlos. Y así, vamos a seguir haciéndolo, hasta el final. Esta es la estrategia”, dijo Macron al diario “Le Parisien” la semana pasada. Su plan para condenar al ostracismo a los no vacunados causó un revuelo político y nunca prosperaría en Estados Unidos. Pero puede ser menos arriesgado de lo que parece. Sus encuestas antes de la elección presidencial de abril, a realizarse en dos vueltas, son sólidas, y él esperó hasta que más del 74% de los franceses estuvieran completamente vacunados, una de las tasas más altas de Europa, antes de tomar su posición. Si Macron gana un segundo mandato, será uno de los pocos líderes occidentales hasta ahora que ha logrado dominar la política de la pandemia.
Mano de hierro olímpica
Sin embargo, las quejas de que Macron está traicionando los instintos napoleónicos palidecen en comparación con las medidas draconianas adoptadas por China para reprimir los nuevos brotes del virus que surgieron por primera vez en la ciudad central de Wuhan antes de propagarse por todo el mundo.
Las autoridades acaban de imponer varios niveles de aislamiento en la ciudad de Tianjin y planean realizar pruebas a 14 millones de residentes después del descubrimiento de una pequeña cantidad de casos de ómicron. La medida es un escenario de pesadilla para el liderazgo comunista, ya que Tianjin está a solo 130 kilómetros de Beijing, que el próximo mes albergará los Juegos Olímpicos de Invierno.
Los jefes del Partido Comunista de China han otorgado un prestigio político extraordinario a la celebración de los Juegos, y un gran brote en la villa de los atletas sería un desastre de relaciones públicas. Existen estrictas restricciones para los competidores, funcionarios y medios de comunicación que ingresan a China para los Juegos Olímpicos. Pero dado que la variante ómicron es altamente transmisible, es difícil ver que el intento de China de mantener completamente aislados a sus más de mil millones de habitantes sea sostenible a largo plazo, especialmente porque el país ha estado aislado del mundo en gran medida durante dos años.
Incluso en una nación autoritaria, las presiones de la pandemia crean serias tensiones, aunque es posible que no se discutan tan abiertamente como en una democracia, especialmente en una tan dividida internamente como Estados Unidos. El presidente hombre fuerte, Xi Jinping, ha intentado todo para garantizar que China viva sin covid-19. Pero incluso él ahora puede que no tenga más remedio que convivir con el virus, por difícil que sea.