Ira Helfand, M.D. (doctor en Medicina), es expresidente de Médicos Internacionales para la Prevención de la Guerra Nuclear, que ganó el Premio Nobel de la Paz en 1985. Barry Levy, M.D., M.P.H. (maestro de Salud Pública), es profesor adjunto de Salud Pública en la Facultad de Medicina de la Universidad de Tufts y autor del nuevo libro “From Horror to Hope” sobre las repercusiones de la guerra en la salud. Fue presidente de la Asociación Estadounidense de Salud Pública. El doctor Matt Bivens es profesor de Medicina en la Facultad de Medicina de Harvard y expresidente de Greater Boston Physicians for Social Responsibility. Las opiniones expresadas en este comentario son suyas.
(CNN) – El mundo está conmocionado por la violencia en las ciudades ucranianas asediadas por las fuerzas rusas, que sufren ataques indiscriminados con morteros, bombas y misiles. Pero estos horrores podrían conducir a algo mucho peor: la escalada hacia la guerra nuclear. Si queremos evitar esta catástrofe final, tenemos que trabajar urgentemente por la eliminación de todas las armas nucleares.
Desde el final de la Guerra Fría, hace más de 30 años, la mayoría de la gente ha prestado poca atención a la existencia de las armas nucleares. Pero todavía hay más de 13.000 bombas nucleares en los arsenales mundiales, el 90% de ellas en manos de Estados Unidos o Rusia, según la Asociación para el Control de Armas. Expertos denunciaban estos miles de armas nucleares como una amenaza existencial para la humanidad incluso antes de las recientes advertencias del presidente de Rusia, Vladimir Putin, de que podría utilizar las armas nucleares rusas.
La doctrina militar rusa, al igual que la estadounidense, permite el primer uso de un arma nuclear para obtener una ventaja en el campo de batalla o evitar una gran derrota militar.
Si el Kremlin siente que está perdiendo una guerra convencional, ¿recurrirá a la opción nuclear como Putin amenazó explícitamente? Las armas nucleares tácticas o de “campo de batalla” son mucho más pequeñas que las enormes ojivas destinadas a destruir ciudades, pero la más pequeña de ellas sigue teniendo la fuerza de hasta 300 toneladas o 0,3 kilotones de TNT.
Una bomba de este tipo crea una bola de fuego de 90 metros de diámetro. Las llamas y la explosión podrían destruir edificios residenciales y causar quemaduras mortales a cualquiera que se encuentre a unos 300 metros de distancia y suministrar una dosis letal de radiación a cualquiera que se encuentre a unos 600 metros.
Sin embargo, por muy mal que suene, en cierto modo, lo peor de una bomba tan pequeña es su propia pequeñez. Proporciona una terrible tentación a un ejército bajo presión para nuclearizarse “solo un poco”.
No podemos estar seguros de lo que sucedería si Putin decidiera tomar esta opción nuclear más pequeña. Pero los juegos de guerra en los que se utiliza un arma nuclear táctica suelen progresar hacia una guerra nuclear a gran escala. Una vez que se cruza ese umbral, ninguna de las partes suele saber cómo parar.
Una guerra nuclear entre Rusia y los aliados de la OTAN sería una tragedia inimaginable. Una sola bomba de 100 kilotones (100.000 toneladas) detonada sobre Washington, por ejemplo, probablemente mataría a 170.000 personas y heriría a cientos de miles. Una bomba similar detonada sobre Moscú probablemente mataría a 250.000 personas y dejaría heridas a más de un millón. En ambas ciudades, el sistema de atención médica quedaría totalmente destruido y los pocos recursos médicos de emergencia que quedaran estarían totalmente desbordados.
Pero en una guerra a gran escala, no sería una sola bomba sobre una sola ciudad. Más bien serían muchas bombas sobre muchas ciudades. Un informe de 2003 mostró que si solo 300 de las aproximadamente 1.500 armas desplegadas en el arsenal estratégico ruso explotaran sobre ciudades estadounidenses, entre 75 y 100 millones de personas morirían en el primer día.
Pero ellos podrían ser los afortunados: la gran mayoría de los que sobrevivieran al ataque inicial también morirían en los meses siguientes a causa de la radiación, las enfermedades infecciosas, el hambre y la exposición.
Tras un ataque nuclear masivo de este tipo, toda la infraestructura económica quedaría destruida: la red eléctrica, internet, los sistemas de suministro de alimentos y agua, el sistema sanitario… todo desaparecería.
Las temperaturas serían terriblemente frías, ya que una guerra nuclear a gran escala también habría introducido 150 millones de toneladas de hollín en la atmósfera superior, desencadenando un “invierno nuclear”, una hambruna mundial y probablemente el fin de la civilización tal y como la entendemos.
Es abrumador considerar un desastre de esta magnitud, pero debemos hacerlo. Si tenemos la suerte de sobrevivir a este peligroso momento, debemos asegurarnos de no volver a encontrarnos en semejante peligro.
La única manera de garantizar que las armas nucleares no se utilicen nunca es eliminarlas todas. Los estadounidenses deben negociar ahora con todos los demás países con armas nucleares un acuerdo verificable para desmantelarlas, como el propio presidente Joe Biden afirmó con contundencia en 2017. “Si queremos un mundo sin armas nucleares, Estados Unidos debe tomar la iniciativa para llevarnos hasta allí”, declaró el entonces vicepresidente Biden, y añadió: “Como única nación que ha utilizado armas nucleares, tenemos la gran responsabilidad moral de liderar la carga”.
Tal vez el momento actual –una experiencia cercana a la muerte en todo el planeta– nos motive finalmente a estar a la altura de ese desafío.