Nota del Editor: David A. Andelman, colaborador de CNN, dos veces ganador del premio Deadline Club, es un caballero de la Legión de Honor francesa, autor de ” A Red Line in the Sand: Diplomacy, Strategy, and the History of Wars That Might Still Happen ” y blogs en Andelman Unleashed. Anteriormente fue corresponsal de The New York Times y CBS News en Europa y Asia. Las opiniones expresadas en este comentario pertenecen únicamente al autor.

París (CNN) — Francia, Europa y el mundo libre han sobrevivido a un desafío sustancial para su bienestar colectivo. A unos 2.000 kilómetros de distancia, el presidente ruso Vladimir Putin, sufrió un duro golpe cuando Emmanuel Macron derrotó a la retadora de ultraderecha Marine Le Pen, aliada de Putin, para convertirse en el primer presidente francés en una generación en ser reelegido.

El resultado de la contienda entre los dos, el líder más joven de Francia desde Napoleón y la tres veces aspirante a convertirse en la primera mujer presidenta de la nación, nunca estuvo definido para ninguno de los candidatos. Después de una primera votación muy reñida entre 12 candidatos hace dos semanas, los dos más votados se enfrentaron en el balotaje este domingo.

Apenas cerró la mayoría de las urnas en todo el país, los encuestadores proyectaron que Macron obtendría el 58,2% de los votos frente al 41,8% de Le Pen.

Los votantes simplemente optaron, en estos tiempos difíciles, por un término medio seguro en lugar de un candidato de ultraderecha que prometió destrozar la economía y la sociedad y acercar a Francia cada vez más a Rusia, todo en aras de un cambio que los franceses nunca han abrazado del todo. Lo que Le Pen hizo para la mayoría de sus decididos seguidores fue demostrar que podía ser “presidencial”, aunque no presidenta de una Francia en la que la mayoría de los franceses probablemente no aspiran a vivir.

El margen que obtuvo Macron, a pesar de la alta abstención, la mayor en más de dos décadas, podría darle un impulso sustancial a obtener una mayoría definitiva en la Asamblea Nacional cuando se celebren los comicios para cubrir sus 577 escaños en junio.

Sobre todo, las elecciones del domingo en efecto resolvieron, al menos por el momento, la pregunta más importante planteada durante la campaña: ¿La mayoría de los franceses realmente quiere cambiar tanto su país y especialmente este tipo de gobierno que les ha servido tan bien para toda la Quinta República que ha durado casi tres cuartos de siglo? Especialmente cuando Macron está en posición de asumir de facto el liderazgo de Europa, llenando el vacío dejado por la partida el año pasado de la canciller alemana Angela Merkel.

A lo largo de la campaña, Macron definió cómo será su segundo y último mandato de cinco años con una pasión que igualó los ataques de su retadora, Le Pen, quien pintaba a Francia con una paleta monocromática. Su programa incluía reformar la Constitución francesa para restringir la inmigración que considera una amenaza para la identidad de Francia.

Macron dijo querer una Francia arcoíris, una nación receptiva a nuevas ideas propias o del extranjero, una que se sienta cómoda como líder de la Unión Europea, la OTAN y el mundo libre, que esté preparada para enfrentarse resueltamente a cualquier precio a las tiranías, en el exterior o en casa.

La Francia bajo Le Pen habría explorado un camino para el acomodo con esa Rusia que es una paria para gran parte del mundo libre, y habría mirado hacia adentro, dando la espalda Europa. Al mismo tiempo, ella habría impulsado prohibir el uso de pañuelos en la cabeza a las mujeres o de kipás para los hombres, y habría hecho referéndums para quitarle poder a una legislatura y un poder judicial que nunca logró dominar.

A la vez, ella delineó una perspectiva tentadora de impuestos más bajos y amplio gasto social, lo más atractivo para una nación donde la inflación se disparó a niveles no vistos desde 1985. Pero como advirtió Macron en varias ocasiones, primero habría que hallar cómo pagar todo esto.

Una vez que acaben las celebraciones de victoria, el reelecto presidente tendrá un plato lleno, y gran parte del mundo está atento de la agenda que fije. Macron aún tiene dos meses más como líder titular de Europa, en el sistema rotativo que permite a cada país de la UE un mandato de seis meses. Con suerte, usará ese período sabiamente, y seguirá uniendo al continente para enfrentar a Putin.

Al mismo tiempo, habrá desafíos y oportunidades: Finlandia y quizás Suecia en su intento de ingresar a la OTAN, y Ucrania buscando una vía rápida para su propia entrada en la UE.

Y en casa, Macron seguirá luchando contra la creciente inflación, como en toda Europa, que ya urge a los líderes del continente para que encuentren alguna vía para sortear el impacto de cualquier nueva sanción energética que pueda imponerse a Rusia.

Luego, está el problema de los refugiados en alza, 5 millones de personas que huyeron de Ucrania en dos meses. El flujo seguirá, primero hacia los miembros de primera línea de la UE como Polonia, que ya recibió 3 millones, así como a Rumania y la República Checa, deseosos todos de ver que otras naciones como Francia y Alemania asuman parte de esa carga. Hasta ahora, apenas han llegado 30.000 a Francia, que acordó aceptar hasta 100.000, la gota que anuncia el tsunami por el que Macron se verá obligado a responder.

Más allá de Europa, Macron desempeñará un papel central manejando la pregonada influencia de Francia en el escenario mundial. En África, últimamente se han multiplicado los golpes de estado desde Malí hasta Chad y Burkina Faso, junto a actividades terroristas en expansión en las antiguas colonias francesas. Macron finalmente se vio obligado a retirar las fuerzas militares este año luego de decenas de muertes en África Occidental. Francia continuará buscando un camino a seguir, trabajando con líderes africanos de ideas afines para evitar que los mercenarios rusos llenen el vacío.

Y en Medio Oriente, Macron ya busca un reinicio con una serie de países donde Francia tiene intereses comerciales crecientes, en particular las naciones del Golfo que se han convertido en importantes compradores de equipos militares franceses y en la antigua colonia francesa de Líbano, que sufre una gran crisis política y económica. Macron ha buscado posicionar ante Medio Oriente y el resto del  mundo a Francia como un socio leal y confiable, en lugares donde se está produciendo un realineamiento que los aleja de sus aliados tradicionales, particularmente de Estados Unidos.

En Asia, Macron seguramente buscará jugar un papel de liderazgo para estabilizar la relación cada vez más tensa entre la UE y China. El afán de ambas partes por expandir el comercio se ve afectado por las violaciones a los derechos humanos y el continuo apoyo de China a Rusia durante su guerra con Ucrania.

Al mismo tiempo, Macron quedó herido y enfurecido por un pacto de seguridad del gobierno de Biden con el Reino Unido y Australia (conocido como AUKUS), que a su vez torpedeó un importante contrato de submarinos entre Francia y Australia. Estados Unidos vio el pacto trilateral como su nuevo baluarte contra China. Eso se ha puesto de relieve ahora que China firmó un pacto de seguridad mutua con las Islas Salomón, alimentando los temores de que Beijing pueda estar buscando una base naval importante en la región, todo se reunió como un pequeño placer por el infortunio ajeno, en algunos rincones del Elíseo.

Con la victoria presidencial fresca, Macron todavía enfrenta su mayor desafío si quiere poder avanzar con su amplio menú de iniciativas: otra elección nacional en junio, cuando los votantes elijan una nueva Asamblea Nacional. Muchos de quienes se enfrentaron a Macron en la contienda presidencial buscarán destronar la cómoda mayoría legislativa de la que ha disfrutado. En muchos aspectos, esta votación podría tener una mayor importancia a largo plazo para Macron, Francia y su lugar en el mundo que la carrera presidencial.

Por el momento, sin embargo, Occidente todavía tiene un aliado incondicional y leal con aspiraciones y principios democráticos para desempeñar un papel fundamental en el futuro de Europa, uno que la Casa Blanca sin duda encontrará atractivo, tan preocupada como estaba la administración Biden de que Le Pen pudiera encontrar el camino al palacio presidencial del Elíseo.

Estados Unidos haría bien, entonces, en celebrar esta victoria.