CNNE 1205715 - teenagers dance at a "pokemon" nightclub

Nota del editor: Wendy Guerra es escritora cubanofrancesa y colaboradora de CNN en Español. Sus artículos han aparecido en medios de todo el mundo, como El País, The New York Times, el Miami Herald, El Mundo y La Vanguardia. Entre sus obras literarias más destacadas se encuentran “Ropa interior” (2007), “Nunca fui primera dama” (2008), “Posar desnuda en La Habana” (2010) y “Todos se van” (2014). Su trabajo ha sido publicado en 23 idiomas. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora. Mira más en cnne.com/opinion

(CNN Español) – Cuando sintonizo la radio que trasmite música en castellano dentro de Estados Unidos y sigo los eventos televisivos que premian “lo nuestro” “lo autóctono”, “lo que nos distingue como latinoamericanos”, me sorprende el matiz que ha tomado la banda sonora de nuestras vidas.

Spotify, esa plataforma que transformó radicalmente el gesto de escuchar música y nos convirtió en nuestros propios DJ, causó la mutación de discos a archivos de MP3, hasta colocarnos en el camino de consumirlo todo por streaming. En ese lugar estamos hoy y para ello necesitamos abonar una suscripción que permita acceder a la avalancha de opciones que nos ofrece. Si no pagas por esta victrola gigante, podrás escuchar solo cierta y determinada música y tendrás que consumir toda su publicidad. Hace falta poseer un amplio abanico de gustos musicales bien entrenado, y estar abierto, para no ser arrastrado por la avalancha que dicta el mercado actual. Si antes las disqueras independientes se dejaban la piel creando novedosos contenidos, otorgando oportunidad a jóvenes valores para trabajar su imagen con productos novedosos, exitosos o no, pero con ciertos valores artísticos o culturales, hoy se evidencia que los ejecutivos de la industria están atados de manos y pies, y solo se permiten montar en el carro a quienes ya son conocidos en las redes sociales, fenómenos que surgen en solitario y se van volviendo virales, sumando miles de seguidores que después la industria absorbe con habilidad.

Los A&R (artists and repertoire, quienes buscan nuevo talento) están a la caza, más que de artistas, de influencers. Hoy en día, apostar también por la calidad musical se considera un asunto vintage. La sana competencia que se establecía años atrás entre esos pequeños sellos y la gran industria, la mirada aguda de La Academia al encontrar joyas en un mar de creatividad y diálogos polifónicos, ha desaparecido. Hoy la bisutería brilla como el bling bling en cada una de las premiaciones donde vemos a los mismos sobrevivientes de casi 60 años, luchando contra jóvenes figuras del llamado género urbano, aclamados por un público arrollador.

Cuando un compositor de antológicas canciones llega a una de estas oficinas y no posee los streams (reproducciones) necesarios para pertenecer a una disquera, quedan dos caminos: añadirlos a un Composition Camp para crear un tema colectivo que puede llegar a tener, de dos a trece autores –véase “Uptown Funk”, de Mark Ronson– o quedar, sencillamente, descartado.

Cuba, país donde nacieron grandes compositores y memorables páginas del cancionero internacional, donde hoy las personas no cuentan con economía, ni internet suficiente, ni libertad para generar los streams, ya no existe para el mercado. Son poquísimos los artistas insulares que logran ofrecer su obra al mundo, lo que no significa que dentro y fuera de ese país no se sigan creando grandes canciones. Esta situación inspiró a la compositora e intérprete cubana Albita Rodríguez, afincada en EE.UU., a escribir su tema: Qué culpa tengo yo.

Brasil, potencia musical, patrimonio de la música universal, hoy resulta un terreno poco conocido para las nuevas generaciones. Por suerte, los brasileños consumen y disfrutan multitudinariamente de su música.

Las grandes canciones de amor iberoamericanas, los discursos que nos emocionaban y llenaban estadios y grandes plazas para escuchar en voz de sus autores letras elaboradas, boleros, sones, tangos, música pop, guaracha, y la canción social, todo aquello que usábamos para enamorar y comunicar vivencias, ha ido a parar a un rincón de nuestro imaginario lírico, defendido solo por gestores culturales e instituciones, quienes, con mucho trabajo y escasos recursos, intentan sostener un universo en peligro de extinción.

- “Es que tu español es muy elevado”, señaló la ejecutiva de una multinacional a un reconocido compositor latinoamericano, aludiendo su imposibilidad para recolocarlo en el mercado actual.

En mi opinión, la industria musical está en un momento muy complejo, pues se encuentra a merced y a la deriva de las redes sociales. Siento que no existe un diseño articulado que conduzca a la creación de experiencias, no solo comerciales e inmediatas, sino trascendentales. Tras la “muerte del disco”, grandes compositores de otros géneros que no son el urbano, quedaron relegados a un plano secundario, y los altos ejecutivos de la industria, el único modo que encontraron para salvarla fue el acceso y control de las plataformas como Spotify, Apple Music o YouTube donde lo que vale es son los streams.

Nadie puede negar la influencia del reguetón en la vida contemporánea ni la influencia de la vida contemporánea en el desarrollo del género. No hay lugar donde te escondas que no te alcance. De vez en cuando somos testigos de uniones forzadas e incoherentes, personalidades que nunca experimentarían dentro de ese universo y a quienes, a simple vista, se les ve obligados a hacerlo por una cuestión de supervivencia.

El reguetón ha pegado por su ritmo de clave latina, sus armonías contagiosas y fáciles que se parecen unas a otras. Es una pena que la mayoría de sus letras sean agrestes, machistas, y hasta ofensivas a la figura de la mujer, que avancen hacia nosotros armadas de vulgaridad y malas palabras, y no siempre puedan comprenderse al trasladarse de una a otra zona del mundo, donde cambian los modismos dentro del castellano. Algunos críticos especializados lo defienden aludiendo el inicio del rock o el reggae, rememorando ese tiempo en el que fueron crucificados por poner el dedo en la llaga, abordando temas eróticos o sociales muy delicados. Cada época tropieza con el trauma de mirarse al espejo, en la dura realidad social que tanto cuesta aceptar, cada género musical que ha sido trasgresor, como el tango, el flamenco, el hip hop, el rock, etc, rechazados en su momento, se han vuelto populares con el paso del tiempo, su pasaporte ha sido la magia de su poética, citadina, rompedora, de imágenes inolvidables, citables, que hoy cuesta encontrar en la vulgaridad, llanura e insustancialidad -con pocas excepciones- del reguetón.

El llamado género urbano apareció en la radio estadounidense durante la década del 70, y se volvió un depósito donde colocar todo aquello que tuviese raíces afrodescendientes. El funk, el soul, el R&B y el hip hop se volcaron en ese lugar, y desde entonces el término es utilizado para abarcar todos estos ritmos sin referirse a ninguno en particular. Un valioso ejemplo de lo que puede lograr la fuerza de esta fusión ha sido Despacito, firmado por una compositora, la panameña Erika Ender, junto con los puertorriqueños Luis Fonsi y Daddy Yankee. El pegajoso tema, considerado dentro del género reguetón, contiene gran dosis de sinceridad, folklore puertorriqueño, con alusión a los tambores de la bomba y el cuatro boricua, limpieza y respeto por traducir un sentimiento verdadero sin vulgaridad. Tal vez por eso y por su gracia, se hizo merecedor de un éxito indiscutible que llegó al corazón de quienes, incluso, no hablan nuestra lengua.

Republic Records, sello perteneciente a Universal Music Group, disquera de Drake, Kid Cudi y The Weeknd, descartó el término “urbano” de su vocabulario aludiendo a que “pertenecía a otras épocas”.

Los Premios Grammy, por su parte, anunciaron que cambiarán el término Urban Contemporary por Progressive R&B, y hoy solo los medios de difusión latinos seguimos llamándole música urbana.

He aquí un ejemplo, entre muchos, de una letra de reguetón muy diferente al espíritu de Despacito, con unos versos que pueden resultar demasiado explícitos para algunos:

“Mala conducta” - Alexis y Fido

“Yo tengo una gata que le gusta el castigo/ Ella se vuelve loca cuando le meto agresivo,/ Cuando la cojo por el pelo, la pego a la pared y le digo:/ Que la voy a mandar pa’ intensivo…”/ La piscina en el ombligo,/A lo prehistórico y grotesco como un cavernícola,/ Dale pa’ abajo,/Quiero verla ejercitando la mandíbula…”

El sociólogo francés Pierre Bourdieu advirtió sobre “la violencia simbólica, violencia amortiguada, insensible, e invisible para sus propias víctimas, que se ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del conocimiento o, más exactamente, del desconocimiento, del reconocimiento o, en último término, del sentimiento”.Será por eso que algunas mujeres lo consumen, lo bailan y lo sienten muy alejado del maltrato que han recibido o reciben de parte de su pareja, familia o de algún sector social del que han sido o son víctimas.

En los últimos años, la música ha sufrido un cambio antropológico importante, los streams, ciertamente, lo han cambiado todo, pero, es la coronación del reguetón lo que ha dibujado una profunda zanja entre los diferentes estilos, y hasta en la manera de vivir de los jóvenes, inspirada por este género premiado, reverenciado y aceptado con agrado por millones de personas en el mundo, cualquiera que sea su estrato social, nacionalidad, religión e ideología. Y es que el reguetón antologa, de modo hiperrealista, las expresiones y manifestaciones de los comportamientos cotidianos acaecidos tal y como suceden a nuestro alrededor, transportándolos explícitamente en sus canciones.

Ante esto me pregunto: ¿Será que la época que nos tocó vivir pasará a la historia narrada por el lenguaje de un reguetón?