(CNN) – Un ejército de comentaristas ha condenado, con razón, una creencia conocida como la “teoría del reemplazo”, que citó un joven blanco antes de matar a 10 personas, la mayoría negras, el sábado en un supermercado en un supermercado de Buffalo, Nueva York.
Los que están de acuerdo con la teoría —muchos de ellos conservadores blancos— creen que un grupo secreto de élites está utilizando a los inmigrantes no blancos y a los negros para que se casen entre sí y “superen” a los blancos “hasta que dejen de existir”.
Pero hay una variante de la teoría del reemplazo que también se ha convertido en la corriente principal y que también es celebrada por la gente de la izquierda, dice Yascha Mounk, autor de un nuevo y provocador libro denominado “The Great Experiment: Why Diverse Democracies Fall Apart and How They Can Endure”.
“En los últimos días… (la teoría del reemplazo) ha sido, con muy buenas razones, ampliamente condenada”, dice Mounk. “Pero la verdad incómoda es que una rama menos conspirativa de la misma ha sido adoptada durante mucho tiempo en el discurso público dominante. De hecho, es una de las pocas cosas en las que tanto liberales como conservadores, demócratas y republicanos pueden ahora estar de acuerdo”.
Mounk se refiere a la creencia de que los demócratas se convertirán en una mayoría política de forma permanente en los próximos años a medida que la gente de color y los inmigrantes no blancos acaben superando en número a los estadounidenses blancos.
Algunos progresistas pueden celebrar tal proyección. Pero Mounk califica esta creencia como la “idea más peligrosa de la política estadounidense”.
Dice que promueve un futuro distópico en el que los estadounidenses blancos y la gente de color se ven reducidos a miembros de “tribus mutuamente hostiles”, los políticos tienen pocos incentivos para llegar más allá de su base y muchos blancos entran en pánico por el miedo a quedar permanentemente marginados.
Aun así, Mounk, que describe sus valores políticos como “de centro izquierda”, ofrece en su nuevo libro una visión optimista del futuro de Estados Unidos. Explica por qué las democracias diversas —países con multitud de grupos raciales y étnicos— a veces fracasan y cómo Estados Unidos puede tener éxito.
Basándose en las lecciones de la psicología social y de países tan diversos como el Líbano y la India, Mounk llega a una conclusión sorprendente: una democracia genuina y diversa en Estados Unidos, en la que todos los grupos reciban un trato justo, sigue siendo un objetivo realista.
“Es demasiado pronto para resignarnos a una visión del futuro en la que la mayoría de la gente seguirá mirando con recelo a cualquiera que tenga una religión o un color de piel diferentes; en la que los miembros de los distintos grupos identitarios tengan poco contacto entre sí en su vida familiar; en la que todos elijamos enfatizar las diferencias que nos dividen en lugar de los puntos comunes que podrían unirnos”, escribe Mounk en “The Great Experiment”.
Este tema no es abstracto para Mounk. Nació en el seno de una familia judía en Alemania que fue víctima de las mismas fuerzas del odio que han destruido muchas democracias.
Mounk, una autoridad en el auge del populismo, habló recientemente con CNN. Sus respuestas fueron editadas para mayor claridad y brevedad.
Te describes como un optimista fuera de moda. ¿Por qué es tan importante ese optimismo a la hora de construir una democracia?
Si se observa la historia de las sociedades profundamente diversas, muy a menudo se desmoronan de forma violenta u oprimen a los grupos minoritarios que hay dentro de ellas de la forma más terrible. Cuando se observa la psicología social, se ve lo fácil que es para la gente formar grupos y discriminar a favor del grupo interno frente al externo. Así que lo que estamos tratando de hacer aquí es realmente muy difícil y, a menudo, hemos fracasado a lo largo de la historia de Estados Unidos.
Pero se puede observar el estado actual de nuestra sociedad y los cambios de las últimas décadas y reconocer que hay muchas cosas que justifican un optimismo duramente ganado. Nuestro país está menos segregado y es menos racista que antes. Los inmigrantes de todo el mundo se están integrando muy bien y están haciendo muchos progresos socioeconómicos.
Cuando se mira lejos de Washington, en el corazón de nuestra sociedad, estamos cooperando entre nosotros, más allá de las fronteras étnicas y religiosas, mucho más de lo que solíamos hacerlo. Nada de esto debería hacernos sentir satisfechos, pero sí debería darnos la confianza de que podemos construir una sociedad mejor. Sin esa confianza, la probabilidad de fracaso será mucho mayor.
Dices que los estadounidenses están cooperando más a través de estas fronteras que antes. ¿Qué pruebas tienes de ello?
Empiezo por el nivel más marcado. Hace tan solo tres o cuatro décadas, la mayoría de los estadounidenses pensaban que el matrimonio interracial era inmoral, y que era inmoral que negros y blancos tuvieran hijos juntos. Hoy en día esa cifra se ha reducido a un solo dígito debido a los verdaderos cambios psicológicos de nuestra sociedad y el aumento de número de recién nacidos interraciales.
Incluso en el ámbito más privado, los estadounidenses están eligiendo entrelazar sus vidas. Lo mismo ocurre cuando se observa el crecimiento de las amistades interraciales, el aumento de los socios comerciales que proceden de grupos demográficos diferentes y el crecimiento de la diversidad en las altas esferas de todas las instituciones estadounidenses.
Pero si se observan las escuelas, los barrios e incluso las comunidades de culto de este país, parece que siguen estando muy segregados racialmente.
Si comparas al Estados Unidos de hoy con el de hace 50 años, ves mucha más integración residencial. Se ve que las escuelas en la mayor parte del país están mucho más integradas que antes, con la excepción de determinados barrios de personas extremadamente desfavorecidas. Pero la gran mayoría de las escuelas son mucho más diversas de lo que solían ser.
Y con el auge de las megaiglesias en los suburbios de las grandes metrópolis estadounidenses, se observa una forma de religión muy dinámica, que suele ser multiétnica, de una manera que raramente existía en las congregaciones estadounidenses.
¿Es posible tener una democracia genuina y diversa sin un profundo compromiso con la integración racial?
Los seres humanos son profundamente grupales. Nos resulta natural formar grupos y favorecer a los miembros de su grupo frente a los que no pertenecen al suyo, especialmente en una sociedad profundamente diversa como la estadounidense. Nunca vamos a cambiar ese hecho. Y eso está perfectamente bien.
Pero precisamente porque nos resulta tan natural dar tanta importancia a determinados grupos, también tenemos que fomentar cierto tejido conectivo entre los distintos grupos de nuestra sociedad. Eso puede adoptar la forma de garantizar que las personas se eduquen juntas, que lleguen a tener una comprensión mutua más profunda y, con suerte, un afecto mutuo.
Puede adoptar la forma de un patriotismo que nos permita ser solidarios unos con otros aunque difiramos en religión, origen nacional o color de piel. Y también tiene que incluir el derecho de cada individuo a decidir la importancia que quiere dar al grupo en el que se ha criado.
En el libro se citan dos ciudades de la India que estaban pobladas por musulmanes e hindúes. Una fue devastada por la violencia entre los dos grupos y la otra no. ¿Cuál fue la diferencia entre ambas y qué ilustra esa historia sobre la construcción de una democracia diversa?
Trágicamente hemos visto en la India violentos disturbios entre hindúes y musulmanes que, a menudo, matan a mucha gente. Pero cuando se mira más de cerca, también se ven algunos contrastes interesantes. Hay dos ciudades de tamaño medio en la India que tienen aproximadamente dos tercios de hindúes y un tercio de musulmanes. Tienen historias políticas similares y, sin embargo, vemos que una ciudad ha experimentado una cantidad extrema de la llamada violencia intercomunitaria, mientras que la otra ha conseguido mantener la paz.
Ambas ciudades tenían una rica vida asociativa. Tenían muchos sindicatos, clubes de literatura y todo tipo de lugares donde los ciudadanos podían reunirse y debatir entre ellos. Pero en una ciudad, los hindúes y los musulmanes tienen sindicatos separados y clubes de lectura separados. En la otra, muchos, pero no todos, tienen miembros de ambos grupos.
Cuando las tensiones se han disparado, eso ha marcado históricamente la diferencia crucial. Porque en una ciudad, cuando los rumores se extienden dentro de cada asociación, no hay ningún vínculo de confianza entre las comunidades. Por eso, cuando los hindúes escucharon rumores sobre el asesinato de un niño por parte de los musulmanes, es posible que se vengasen basándose en ese falso rumor.
En la otra ciudad, tienes todos estos vínculos interpersonales. Tienes gente que confía en los demás a través de las comunidades. Y así, en los momentos de mayor tensión política, cuando esos rumores se propagaban, alguien podía decir: “Mira, esto no es cierto. He hablado con toda la gente de mi comunidad. Sé que esto no ha ocurrido. Intentemos encontrar una manera de reducir estas tensiones sin un derramamiento de sangre innecesario”. Esto nos muestra la importancia de unir el capital social.
Muchos estadounidenses viven en sus propias cámaras de eco de las redes sociales. Volvemos a nuestras propias comunidades afines. ¿Cómo podemos replicar aquí lo que ocurrió en esa ciudad india?
En la última década, millones de estadounidenses han tomado decisiones que han hecho que el país esté más integrado de lo que estaba. Vemos, en particular, el surgimiento de suburbios, algunas comunidades de clase media alta y otras de clase media baja, que están más integradas que hace 40 años.
Los miembros de las ligas menores y de las asociaciones de vecinos se encuentran mucho más con fronteras étnicas y religiosas con respecto hace un tiempo. Hay una importante labor en el espacio interconfesional y por parte de los organizadores comunitarios para intentar conectar a la gente entre sí.
En última instancia, esto dependerá de la decisión que finalmente tomen todos los estadounidenses en sus vidas individuales. ¿Nos quedamos en la zona de confort en la que hemos crecido o nos aventuramos a hacer nuevas amistades y a crear nuevos vínculos con personas que provienen de comunidades diferentes?
¿En qué medida tu historia personal influye en su interés por este tema?
Lo ha hecho en dos aspectos importantes. El primero es que soy judío y crecí en Alemania. Mi familia ha experimentado lo que significa estar en el extremo equivocado del conflicto entre grupos durante tres generaciones. Mis bisabuelos murieron en el Holocausto. Mis abuelos perdieron a la mayoría de sus familias y fueron desplazados. Mis propios padres, cuando eran adolescentes y tenían poco más de 20 años, fueron expulsados del país en el que crecieron, Polonia, a causa de una campaña antisemita patrocinada por el Estado.
Por tanto, soy íntimamente consciente de que una sociedad que podría parecer relativamente pacífica, en la que la gente se ha llevado bien durante un periodo de tiempo significativo, puede estallar de repente en la violencia más aterradora.
Qué le diría a un lector que le dijera: “Soy pesimista sobre las perspectivas de una democracia próspera y diversa. Dígame cómo hacerla funcionar”.
No tenemos más remedio que hacer que funcione porque un breve vistazo a la historia le dirá lo terrible que es la alternativa: lo violento, lo inestable, lo injusto que será el futuro si no conseguimos que las democracias diversas funcionen.
Debemos reconocer que las personas siempre seguirán siendo miembros de grupos culturales, religiosos y étnicos, y que pueden contribuir a la belleza de nuestro país. Pero también podemos hacer lo que podamos, como individuos, como miembros de asociaciones, de instituciones educativas y como ciudadanos, para crear más tejido conectivo entre los ciudadanos estadounidenses de diferentes ámbitos de la vida, para asegurarnos de que la gente interactúe en la escuela, en los equipos deportivos, en las asociaciones de vecinos y para garantizar que lleguemos a una comprensión más profunda de los demás.