(CNN) – “Llegué a la mayoría de edad al mismo tiempo que el jet”, dice Ann Hood, novelista estadounidense y autora de éxitos de The New York Times, cuyo último libro “Fly Girl” es una memoria de sus años de aventura como auxiliar de vuelo de TWA, justo al final de la Edad de Oro de los viajes aéreos.
De niña, cuando crecía en Virginia, fue testigo del primer vuelo del Boeing 707 que inauguró la era de los aviones de pasajeros y vio cómo se construía el aeropuerto de Dulles.
A los 11 años, después de mudarse con su familia a su Rhode Island natal, leyó en 1964 un libro sobre cómo convertirse en auxiliar de vuelo y se decidió.
“Aunque era muy sexista, me sedujo porque hablaba de tener un trabajo que te permitía ver el mundo y pensé, bueno, eso podría funcionar”.
Cuando se graduó de la universidad, en 1978, Hood empezó a enviar solicitudes de trabajo a las aerolíneas. “Creo que 1978 fue un año realmente interesante, porque muchas de las mujeres con las que fui a la universidad tenían un pie en las viejas ideas y estereotipos, y el otro pie en el futuro. Fue una época algo confusa para las mujeres jóvenes”.
“Auxiliar de vuelo” era un término recién acuñado, una mejora de género neutra respecto a “azafatas” y “aeromoza”, y la desregulación de la industria aérea estaba a la vuelta de la esquina, lista para revolver las aguas.
Pero en su mayor parte, volar seguía siendo glamuroso y sofisticado y las auxiliares de vuelo seguían siendo “adornos hermosos y sexys”, como dice Hood, aunque ya estaban luchando por los derechos de las mujeres y contra la discriminación.
El estereotipo de las auxiliares de vuelo en minifalda coqueteando con los pasajeros masculinos aún perduraba, popularizado por libros como “Coffee, tea, or me? The uninhibited memoirs of two airline stewardesses”, publicado como un recuento real de dos auxiliares de vuelo en 1967, pero que más tarde se reveló como escrito por Donald Bain, un ejecutivo de relaciones públicas de American Airlines.
Límites de peso
Algunos de los peores requisitos para ser contratada como auxiliar de vuelo, como las restricciones de edad y la pérdida del trabajo en caso de matrimonio o parto, ya se habían eliminado, pero otros permanecían.
El más impactante, quizás, era el hecho de que las mujeres debían mantener el peso que tenían en el momento de la contratación.
“Todas las aerolíneas enviaban una tabla con tu solicitud, mirabas tu altura y el peso máximo y si no entrabas dentro de eso, ni siquiera te entrevistaban”, dice Hood. “Pero una vez que te contrataban, al menos en TWA, no podías subir a ese peso máximo. Tenías que quedarte en el peso con el que te contrataban, que en mi caso era de unos 7 kilos menos que mi límite máximo”.
“Mi compañera de cuarto fue despedida por esto. Lo realmente terrible de esto, aparte de lo que hizo a las mujeres, es que esta restricción no se eliminó hasta los años 90”.
Hood fue una de las 560 auxiliares de vuelo, de entre 14.000 aspirantes, contratadas en 1978 por TWA, entonces una gran compañía aérea, adquirida por American Airlines en 2001.
El trabajo comenzaba con unos días de intensa formación en Kansas City, donde los auxiliares de vuelo cadetes aprendían desde los nombres de las piezas de los aviones hasta los procedimientos médicos de emergencia, así como los protocolos de seguridad de siete aviones diferentes. La lista incluía la reina de los cielos, el Boeing 747.
“Era un poco aterrador, porque era muy grande… y las escaleras, las escaleras de caracol que llevaban a la primera clase y que había que subir y bajar no pocas veces”, dice Hood. “No dejaba de pensar: no te tropieces. Al final me acostumbré”.
Rebanando filete
Hood dice que su avión favorito para trabajar era el Lockheed L-1011 TriStar. “En el ámbito nacional, solo Eastern Airlines y TWA lo volaban. Era un avión de fuselaje ancho muy accesible y manejable, con una disposición encantadora de dos asientos a cada lado y cuatro asientos en el centro, para que todo el mundo pudiera salir fácilmente. Nadie era infeliz en ese avión”.
Volar era todavía glamuroso en aquella época, dice.
“La gente se vestía bien para volar y se acordaba de la comida de una manera buena. Es muy diferente a lo que ocurre hoy en día. Solo puedo compararlo con estar en un buen hotel, o quizá en un crucero. Nada era de plástico y volar en clase turista era superagradable”, dice Hood, que recuerda cuando se ponía su uniforme diseñado por Ralph Lauren y rebanaba filete chateaubriand cocinado al gusto de los pasajeros de primera clase, que también podían elegir entre caviar ruso y bisque de langosta para acompañar su Dom Perignon.
No todo era un camino de rosas. Fumar a bordo era muy popular, y para los auxiliares de vuelo era una pesadilla.
“Si hacías un viaje de cinco días, lo que no era raro, tenías que llevar un uniforme entero aparte porque olías mucho a humo”, dice Hood. “Me alegré mucho cuando eso se acabó. Las primeras filas de cada sección se consideraban para no fumadores, pero todo el avión se llenaba de humo porque no podías evitar que se fuera hacia atrás, era ridículo”.
¿Y el “Mile High Club”? “No era raro en los vuelos internacionales ver a un hombre ir al baño y que un minuto después su compañera de asiento se uniera a él, o alguna versión de eso”, dice Hood. “No ocurría en todos los vuelos, pero lo veías”.
“Los vuelos internacionales no solían estar tan llenos como ahora, así que en esas secciones intermedias de cinco asientos de un 747 podías ver a una pareja levantar los reposabrazos, coger una manta y desaparecer bajo ella. No puedo decir qué hacían, pero parecía sospechoso”.
En cuanto a los pasajeros que coqueteaban o invitaban a salir a las auxiliares, también era habitual. “Salí con pasajeros, pero la mayoría de las veces fue desastroso. Nunca fue lo que había imaginado. Pero en 1982 conocí a un tipo en un vuelo de San Francisco a Nueva York. Estaba sentado en el 47F… y salí con él durante cinco años”.
Un trabajo que empodera
Hood ha visto una serie cosas extrañas a bordo. “La más extraña sería sin duda la mujer de primera clase que parecía estar amamantando a su gato. No puedo decir que fuera cierto, pero tenía a su gato en el pecho”.
“Y luego el tipo que voló todo el trayecto en calzoncillos apretados y con camisa de vestir y corbata, porque no quería arrugarse los pantalones para una entrevista de trabajo. O el tipo que en un 747 en Frankfurt iba en bicicleta por el pasillo”, revela.
Dicho esto, la rutina a veces empezaba a hacer efecto, y no todos los vuelos eran una mezcla maravillosa de aventura y glamour.
“Diría que el trabajo era un 80% divertido y un 20% aburrido. En algunos vuelos, sobre todo en los que no estaban muy llenos, había mucho tiempo que llenar. Solo se puede servir a la gente cierta comida y bebidas, y poner tantas películas. Yo hacía que el trabajo fuera divertido. Me encantaba hablar con la gente. Me encantaba la sensación de hacerlo. Todavía hoy me encanta volar”, dice Hood.
Dice que, de hecho, era posible visitar y experimentar las ciudades a las que viajaba. “A veces la escala era muy corta o simplemente estabas cansada, pero en la mayoría de los casos, la ciudad estaba justo en la puerta. Aprovechaba mucho eso cuando volaba internacionalmente”.
Dejó el trabajo para centrarse en su carrera de escritora en 1986, y para entonces las cosas habían cambiado. La desregulación, que eliminaba el control federal sobre todo, desde las tarifas hasta las rutas, había entrado plenamente en vigor, cambiando los vuelos para siempre.
Los aviones se llenaron de más asientos y la clase turista dejó de ser tan agradable, pero también se democratizó el vuelo y se puso al alcance de una parte mucho mayor de la sociedad.
Hood dice estar orgullosa de su carrera en los cielos.
“Los auxiliares de vuelo son una fuerza. Están muy sindicalizadas. Son independientes. En la cabina, toman todas las decisiones. Tienen que solucionar los problemas. Están ahí para las cosas de emergencia. Aterrizan en ciudades donde no conocen nada ni a nadie y encuentran su camino”.
“Es un trabajo tan empoderador, pero a la vez es un trabajo sexista. En sí mismo, es tan contradictorio hoy como la época en la que lo empecé”, dice.
Sin embargo, lo recomienda como opción profesional.
“Tenía 21 años cuando me contrataron, y eso me dio confianza, me dio aplomo y la capacidad de tomar decisiones rápidamente”, añade. “Tomar las riendas en ese avión y, una vez que abajo, entrar en una ciudad y sentirme completamente en casa, o al menos averiguar cómo sentirme en casa en ella”.
“No sé si debería ser el trabajo de la vida de alguien, si eso quieren, genial. Pero creo que un par de años como auxiliar de vuelo podría cambiar tu vida”.