Nota del editor: Wendy Guerra es escritora cubanofrancesa y colaboradora de CNN en Español. Sus artículos han aparecido en medios de todo el mundo, como El País, The New York Times, el Miami Herald, El Mundo y La Vanguardia. Entre sus obras literarias más destacadas se encuentran “Ropa interior” (2007), “Nunca fui primera dama” (2008), “Posar desnuda en La Habana” (2010) y “Todos se van” (2014). Su trabajo ha sido publicado en 23 idiomas. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora. Mira más en cnne.com/opinion
(CNN Español) – En Cuba, cuando parece que todo está superado, que los actos de repudio, la persecución de artistas e intelectuales, la segregación de los homosexuales, las crisis de combustible y el éxodo por mar son asuntos del pasado. Cuando todo parece indicar que entramos en el llamado “proceso de reestructuración de errores”, todo estalla y los horrores se repiten.
Siempre es un suceso puntual, el manejo desafortunado de un evento lo que antecede a la gran estampida.
En mi país, los ciclos de asfixia son de, aproximadamente, diez a quince años, y con ellos, la ola de protestas, la represión y el mecanismo de fuga, articulan la dramaturgia del adiós.
Camarioca, 1965
En 1965, cuando ya la expedición de cubanos exiliados a Playa Girón de 1961 había fracasado, se hacían conocidas las anécdotas de los alzados del Escambray abatidos y posteriormente reconcentrados en la zona norte del país. Los llamados “pueblos cautivos” de Sandino, López Peña y Antonio Briones Montoto, en Pinar del Río, creaban desaliento en quienes pusieron todas sus esperanzas en quedarse en la isla a la espera de un posible cambio de sistema. La crisis de los misiles creó un foco, una lupa sobre la tensa relación entre la URSS, Cuba y Estados Unidos. Los artículos de primera necesidad comenzaban a escasear. La nacionalización de empresas que comenzó en 1960 ya se hacían notar, y trabajar por el progreso personal y familiar dejaba de ser una opción, era imperativo. En lo adelante cualquier esfuerzo sería en pos de lo colectivo y la “primera persona del singular” comenzó a diluirse en el “nosotros”. Al calor de dichos acontecimientos, el 28 de septiembre de 1965, en uno de sus extensos discursos, Fidel Castro anuncia que el puerto de Camarioca, próximo al balneario de Varadero, estaría abierto para quienes preferían abandonar el país. Se produce entonces el primer gran éxodo masivo autorizado por el Gobierno cubano. Según las estadísticas del Centro cubano de investigaciones de la Universidad Internacional de Florida (CRI), de diciembre de 1965 a abril de 1973, entre el cierre del puerto de Camarioca hasta el final del puente aéreo, 260.600 personas dejaron Cuba para instalarse en EE.UU.
El Mariel, 1980
En abril de 1980, cinco años después del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, único partido que aún gobierna en la isla, la represión y vigilancia excesiva crearon un clima de descontento popular, que, combinado con las profundas carencias que atravesábamos, desató un reclamo de fuga masiva irreversible. Contra cualquier pronóstico, miles de personas saltaron la tapia y ocuparon los 2.000 metros de jardines de la Embajada de Perú, una casona ubicada en la elegante zona de Miramar de la capital cubana. El reclamo de los aproximadamente 10.800 cubanos que intervinieron la sede diplomática peruana era que se les facilitaran las vías legales para salir rumbo a EE.UU. El Gobierno cubano, al percibir la dimensión del asunto, autorizó la salida por el puerto de Mariel a quienes quisieran abandonar el territorio nacional. Para la transportación de los llamados “gusanos”, “blandengues” y desertores de la revolución, se autorizó a las embarcaciones de los familiares –algunos de ellos ya convertidos en ciudadanos estadounidenses– a viajar a la isla para recoger a sus seres queridos y conducirlos, finalmente, hacia las costas de la Florida. En las lanchas de las familias, el Gobierno aprovechó para meter a enfermos psiquiátricos crónicos, y presos comunes, muchos de ellos sin contactos cercanos en el país de destino. Se calcula que en ese éxodo emigraron a EE.UU. unos 125.000 cubanos.
La crisis de los balseros, 1994
El 13 de julio de 1994, en pleno “Período Especial”, una etapa de grandes sacrificios para el pueblo, profundo desabastecimiento y apagones constantes, cinco años después de la caída del Muro de Berlín y la desintegración del llamado campo socialista, las autoridades cubanas ordenan hundir, con potentes chorros de agua, un remolcador con 72 civiles a bordo, incluidos niños y mujeres, ubicados a 7 millas de La Habana que se disponían a escapar de la isla. El remolcador se hundió y en ese naufragio murieron 41 personas, incluidos 10 menores de edad. Ese mismo verano, 30.900 cubanos abordaron todo tipo de embarcaciones, rústicas o no, para intentar llegar a Estados Unidos.
El cuarto éxodo
Según estadísticas oficiales, en el año 2015 más de 40.000 cubanos llegaron a Estados Unidos desde Cuba. A este fenómeno la prensa le dio el nombre de “el cuarto éxodo”.
El Mariel silencioso
Tras las protestas del 11 de julio de 2021 se recrudeció la vigilancia, los actos de repudio, la violencia en las calles y el acoso constante de la Seguridad del Estado a quienes se manifiestan en contra de las que consideran acciones injustas por parte del actual Gobierno. Volvieron los juicios exprés y la desaparición, incluso de menores de edad, y regresaron esas largas condenas a presos políticos tratados como presos comunes.
Regresaron los apagones, el desabastecimiento y la inoperancia de un Gobierno que no mira hacia quienes no pueden adquirir los pocos alimentos que existen en el país, vendidos en una moneda que el pueblo no gana, que, para comer, asearse, lavar, pagar el servicio de gas licuado o la electricidad debe cambiar: 100 pesos cubanos por US$ 1.
Son justamente las mujeres, los negros, los obreros, en fin, las minorías, las más afectadas en Cuba. “Los humildes y para los humildes”, de los que hablara, en su discurso del 16 de abril de 1961, Fidel Castro Ruz, parecen ser hoy los grandes olvidados de esta historia.
Durante mi adolescencia yo tenía un gran sueño, escribir, actuar, estudiar en la Escuela de Cine, crear historias de ficción y publicarlas. En la actualidad, la gran mayoría de los jóvenes cubanos tiene un gran sueño: irse del país. Cada uno de estos muchachos indaga, busca información, intentando crear su ruta personal hacia Estados Unidos. Unos a otros se intercambian los teléfonos de coyotes mexicanos, salvadoreños o nicaragüenses e instauran códigos de comunicación con frases en clave y canciones de moda, que, en realidad, anuncian la llegada de muchos, y el peligro de otros, durante el trayecto por las fronteras. A este fenómeno el pueblo le ha llamado: el Mariel silencioso.
No son solo jóvenes quienes lo venden todo y pagan de US$ 3.000 a US$ 10.500, y hasta un poco más, para contratar los oficios de un coyote que les ayude a cruzar la frontera por Nicaragua, desde Colombia, El Salvador o directamente por México, todo esto incluye, dependiendo de la tarifa, taxis, billetes de avión, guías experimentados, protección en el desierto y hasta hoteles para descansar durante la travesía. Cubanos de mediana y avanzada edad también apuestan lo que tienen, y más, para reunirse con sus familiares en el exilio. En este 2022, hasta mayo, han llegado a territorio estadounidense 140.602 cubanos. Ya es oficial, el número de personas que escapan de la isla y entran por las fronteras a Estados Unidos supera absolutamente todas las estampidas en seis décadas. Estamos ante otro Mariel.
Más allá de los problemas de alimentación, salud pública, combustible, transporte y vivienda que los cubanos hemos sufrido y soportado durante décadas, más allá, incluso, de las consecuencias del embargo estadounidense a la isla, lo que más golpea hoy a las cubanas y los cubanos es el bloqueo interno, la imposibilidad de opinar, argumentar y protestar en pos de cambiar su propia realidad, la certeza de que el país no nos pertenece, pero sobre todo, la indolencia, la falta de empatía y el modo desalmado en que hoy usan toda la fuerza de su aparato represivo en contra de un pueblo desarmado, un pueblo que lo ha dado todo a cambio de nada.
Al revisar la cuenta de Twitter del actual presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, en medio de la desesperación de un verano colmado de apagones, derrumbes y desabastecimiento, lo advertimos ocupado más que en encontrar soluciones prácticas a la tragedia interna, en divulgar consignas y efemérides que aluden al pasado: “Buenos días, #Cuba. Es una fecha de resonancias patrióticas y revolucionarias. Día de la recordación y homenaje a “#MaceoYCHe, cuyas ejemplares vidas nos inspiran siempre”. Por su parte, su esposa, Lis Cuesta, en esta misma red social, llama al presidente Díaz-Canel “el dictador de mi corazón” y se autoproclama “dueña del mango”, refiriéndose al presidente de la nación.
Tras hacer un análisis de todos estos procesos críticos atravesados por el pueblo cubano de 1959 a 2022, yo me pregunto:
¿Cuántas crisis y exilios más podrá soportar el pueblo de Cuba?