Nota del editor: Daniel Treisman es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de California, Los Ángeles, y coautor de “Spin Dictators: The Changing Face of Tyranny in the 21st Century”. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autor.
(CNN) – Seis meses después de que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, enviara tropas a Ucrania, aún no está claro cómo terminará esta guerra. Ucrania, que ha señalado su intención de lanzar una nueva contraofensiva, podría retomar la ciudad de Jersón, ocupada por Rusia, y otras partes del sur. Pero también es posible que una fuerza rusa reforzada se abra paso hasta Odesa, cerrando el paso a Ucrania por el mar. O la línea del frente podría estabilizarse más o menos donde está.
Pase lo que pase, podemos extraer algunas lecciones de la guerra hasta ahora. Sus muchas sorpresas deberían obligarnos a cuestionar nuestras viejas suposiciones.
Una de las principales conclusiones del último medio año es la importancia de los líderes individuales. La teoría de los “grandes hombres” de la historia está en desuso en estos días, dada la tendencia a ver los acontecimientos humanos como el resultado de fuerzas subyacentes profundas. Evidentemente, estas son importantes. Pero si el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, hubiera huido, como aparentemente esperaba Putin, o no hubiera logrado comunicarse eficazmente, la resistencia ucraniana podría haber sido mucho más débil. Pocos preveían que Zelensky, cuyos índices de popularidad se habían desplomado antes de la invasión rusa, resultaría un héroe tan inspirador.
Del mismo modo, si el presidente de Rusia hubiera sido, por ejemplo, Boris Yeltsin, es casi seguro que miles de víctimas de la guerra seguirían vivas. Sin Putin, no habría guerra. Claro que hay muchos nacionalistas furiosos en Rusia. Pero, fuera del estrecho círculo del presidente, solo una pequeña minoría quería absorber Ucrania, según el Centro Levada, una organización rusa independiente de investigación de encuestas. A juzgar por las caras de conmoción en la reunión del Consejo de Seguridad del Kremlin en febrero que precedió al ataque de Putin, incluso muchos de sus colaboradores cercanos estaban desconcertados por la decisión de su jefe.
La destreza de Ucrania en el campo de batalla también ilustra una segunda lección: el poder subestimado de los desvalidos. Una y otra vez, asumimos que la parte militarmente más fuerte se impondrá rápidamente. Pero ese punto de vista no tiene en cuenta la importancia del apoyo externo y la moral.
Cuando comenzó la invasión, casi todo el mundo pensaba que Kyiv caería en días. Y sin embargo, como hemos visto en guerras desde Israel a Vietnam y ahora en Ucrania, los que llevan las de perder a menudo han actuado mucho mejor de lo esperado.
Curiosamente, Rusia también disfruta de una versión de la suerte de los desvalidos. Desde febrero, Occidente ha desencadenado una tormenta de sanciones sin precedentes que algunos pensaron que aplastaría la economía de Rusia. Sus perspectivas a medio plazo parecen sombrías. Pero por ahora, el rublo se ha estabilizado, el sistema bancario ha sobrevivido, el desempleo sigue siendo bajo y los ingresos del petróleo superan los del año pasado. Ayuda el hecho de que otros países que también están resentidos por el dominio occidental, desde China e India hasta Turquía e Indonesia, se hayan negado a aislar a Putin.
Las acciones de Putin también nos recuerdan otro punto clave: los autócratas sin restricciones cometen errores horrendos. Muy a menudo, inician guerras revisionistas para reparar “injusticias históricas”. Estas guerras suelen salir mal, desde el intento del presidente de Argentina, Leopoldo Galtieri, de arrebatar las Islas Malvinas al Reino Unido en 1982 y la invasión de Kuwait por Saddam Hussein en 1990, hasta el intento de golpe de estado de los generales griegos en Chipre en 1974. Pero los fracasos del pasado no han impedido que los hombres fuertes repitan esos errores. Si hay algo que podemos extraer de la invasión rusa de Ucrania es que no podemos planificar solo para defendernos de los ataques que parecen racionales.
Dentro de Rusia, una notable sorpresa es el aparente éxito de la propaganda del Kremlin, incluso cuando se propagan teorías de conspiración sobre los nazis en Kyiv. Desde el exterior, éstas parecían demasiado extremas para funcionar, sobre todo teniendo en cuenta los numerosos lazos personales que unían a personas de lados opuestos de la frontera. Por supuesto, es difícil medir la opinión pública en un estado policial en guerra. Pero los informes de que los rusos creen más en las mentiras de la televisión que en las de sus propios familiares en Ucrania han sido sorprendentes.
El éxito de la desinformación del Kremlin refleja años de repetición, que han preparado a los espectadores para creer cosas terribles de sus vecinos. Eso y el deseo natural de evitar admitir que pueden estar gobernados por criminales de guerra.
De hecho, las encuestas sugieren un creciente deseo de desconectarse completamente de la guerra. En julio, el 32% de los encuestados rusos dijo que la “operación militar especial” fue el acontecimiento más memorable de las cuatro semanas anteriores, frente al 75% de marzo, según el Centro Levada.
El apoyo a la guerra ciertamente no es universal. A pesar de la intensificación de la represión, un notable 18% de los encuestados sigue diciendo que se opone a las acciones militares de su país. Una gran pregunta para los próximos seis meses es si el descontento se convertirá en una amenaza para el Kremlin. Es menos probable que el peligro provenga del sentimiento antibélico en sí mismo, que de las posibles protestas contra las dificultades económicas en caso de que las sanciones se hagan efectivas.
Una última lección es una que Occidente ya no puede evitar. La agresión de Putin a Ucrania ha eliminado cualquier duda de que estamos en una nueva Guerra Fría. Se necesitará habilidad para evitar que ésta se caliente. Esta vez, el adversario de Occidente no es solo Rusia, sino una asociación cada vez más estrecha entre el Kremlin y China. La idea de que Estados Unidos pueda “pivotar” de uno a otro parece ahora pintoresca.
Mientras Putin siga en el poder, trabajará para debilitar a Occidente. Aunque la cooperación con China sigue siendo posible en algunas esferas, Xi Jinping también parece decidido a desafiar el poder de Estados Unidos.
A Occidente le espera un doloroso ajuste de cuentas en los próximos seis meses. En febrero vimos que las democracias, aunque son lentas en reaccionar, pueden despertarse una vez que la amenaza se hace inconfundible.
La unidad de Occidente en torno a Ucrania en la primavera fue impresionante. El reto ahora será mantener esa cohesión durante un invierno en el que el suministro de gas será cada vez menor, mientras los amigos occidentales de Putin, desde las empresas alemanas, deseosas de reactivar el gasoducto Nord Stream 2, hasta innumerables políticos franceses e italianos, intentan dividirnos.
La crisis energética que se avecina es tan solo el principio. Occidente aún no ha asumido el costo de defenderse de China, Rusia y otras amenazas emergentes. Desde finales de la década de 1980, los líderes occidentales han pretendido, como políticos populistas en una borrachera, que podían ampliar la OTAN y reducir simultáneamente el gasto militar como parte del presupuesto. Ávidos de un gran “dividendo de paz”, han dejado las nuevas fronteras de la alianza, y los territorios fronterizos más allá de ellas, ligeramente defendidos, en el mejor de los casos. Esto tiene que cambiar, y no será barato.
Los últimos seis meses de Putin difícilmente podrían haber sido un fracaso mayor. Pero, según analistas de buena fuente, como informa Bloomberg News, Putin cree firmemente que el tiempo está de su lado, que Occidente se fracturará ante las presiones económicas. Los próximos seis meses demostrarán si tiene razón.