Nota del editor: Jill Filipovic es una periodista radicada en Nueva York y autora del libro “OK Boomer, Let’s Talk: How My Generation Got Left Behind”. Síguela en Twitter. Las opiniones expresadas en esta columna le pertenecen exclusivamente a su autora.
(CNN) – Es como la primera escena de una mala película de acción, o una historia de terror para las personas involucradas: el viernes, cuatro estadounidenses fueron secuestrados por hombres armados, probablemente miembros de un cartel, en el noreste de México. Al parecer, se trató de una confusión de identidad, ya que los secuestradores creían que los estadounidenses eran traficantes de droga haitianos.
Los estadounidenses, identificados como Latavia “Tay” Washington McGee, Zindell Brown, Shaeed Woodard y un hombre llamado Eric, se encontraban en la ciudad fronteriza de Matamoros, en el estado mexicano de Tamaulipas, al parecer para una intervención médica de McGee. Según el FBI, los atacantes dispararon contra ellos y, a continuación, los estadounidenses fueron “introducidos en un vehículo y sacados del lugar por hombres armados”.
Las autoridades afirman que dos de las víctimas fueron halladas muertas, y los sobrevivientes ––uno de ellos gravemente herido–– se encontraron en lo que parece ser una clínica médica en la ciudad fronteriza de Matamoros, según informaron funcionarios estadounidenses a CNN. (El gobernador de Tamaulipas, Américo Villarreal Anaya, informó posteriormente en una conferencia de prensa este martes que las personas secuestradas fueron halladas en una casa de madera, en una comunidad rural de Matamoros conocida como El Tecolote).
Aún queda mucho por saber sobre esta historia, pero el Departamento de Estado ha emitido una advertencia de “Nivel 4: No viajar” para Tamaulipas, “debido a la delincuencia y los secuestros”. Dicho esto, Matamoros está justo al otro lado de la frontera con el valle del Río Grande, en Estados Unidos. Casi cinco millones de personas cruzan cada año el puente entre Matamoros y Brownsville, Texas.
El trágico destino de estas víctimas también arroja luz sobre la realidad de que miles de estadounidenses viajan cada año al extranjero para recibir atención médica, muchos de ellos a México, para todo tipo de tratamientos, desde endodoncias hasta fecundación in vitro o procedimientos estéticos, que a menudo son más baratos al sur de la frontera. Y la amplia penalización del aborto en todo el sur de Estados Unidos también ha impulsado a las mujeres a México en busca de atención médica segura.
La existencia del “turismo médico” dice mucho sobre el costo y las limitaciones de la sanidad estadounidense.
Tampoco está claro cuántos estadounidenses leen realmente, y mucho menos tienen en cuenta, las advertencias de viaje del Departamento de Estado, especialmente a un país vecino que también es un destino turístico popular. Es fácil culpar a la víctima. Pero los cuatro estadounidenses secuestrados estaban haciendo lo que muchos otros ciudadanos estadounidenses hacen todos los días sin incidentes.
Sin embargo, lo que hacían —circular por una zona dominada por los cárteles e inundada por la violencia que éstos provocan— es algo que a menudo cuesta la vida a mexicanos inocentes. Y, de hecho, una transeúnte mexicana inocente murió en el tiroteo que acompañó a este terrible secuestro.
Tamaulipas tiene una tasa de homicidios impactantemente alta, e incluso es probable que no se denuncie. Los cárteles tienen la costumbre de hacer desaparecer a la gente para que no se cuente, y de asesinar a cualquier periodista o agente de la ley que quiera siquiera hacer un recuento de los cadáveres. La corrupción es generalizada, y frenar a los cárteles ha resultado casi imposible. Tan solo en Tamaulipas hay miles de mexicanos que simplemente desaparecieron.
Los estadounidenses que viajan a las playas mexicanas durante las vacaciones de primavera o para disfrutar de las delicias culinarias y culturales de la Ciudad de México, Oaxaca y tantos otros rincones de un país extraordinario, suelen tener el privilegio de marcharse, y a pesar de este secuestro verdaderamente horrible y trágico, la mayoría de los estadounidenses salen ilesos de México. Ese privilegio no se comparte con los millones de personas que no tienen pasaporte estadounidense en México y en otros países igualmente peligrosos de Centroamérica.
Para muchas de esas personas que, como tú, como yo y como las familias de los cuatro estadounidenses secuestrados, solo quieren mantenerse a salvo a sí mismas y a sus seres queridos, Matamoros ha sido una prisión, un lugar donde los solicitantes de asilo han sido retenidos justo al otro lado del río de Estados Unidos, y donde se han enfrentado a una violencia omnipresente: secuestros, extorsiones, asesinatos.
Al mismo tiempo que los estadounidenses hemos vuelto la mirada hacia nuestros conciudadanos y su calvario, se dice que el presidente Joe Biden está considerando volver a las draconianas políticas antiinmigrantes de la era Trump, que permitirían la detención de los migrantes que entraron en Estados Unidos sin la documentación adecuada, seguida de su rápida expulsión.
Otra propuesta de Biden haría casi imposible que la gran mayoría de los solicitantes de asilo pudieran optar a un puerto seguro en Estados Unidos. Mientras tanto, los mismos cárteles que aterrorizan a sus conciudadanos se enriquecen con la producción y el contrabando de drogas, lucrándose con y alimentando, la crisis de adicción en Estados Unidos. Mantienen su poder a través de la violencia facilitada por Estados Unidos, armándose hasta los dientes con armas obtenidas gracias a las laxas leyes de armas de EE.UU.: un gran número de armas utilizadas en crímenes mexicanos proceden de Estados Unidos, y el propio gobierno mexicano culpa a las leyes de armas estadounidenses (o a la falta de ellas) del medio millón de armas que, según afirma, entran a México procedentes de Estados Unidos cada año.
Ahora, a pesar de que la epidemia de drogadicción está devastando vidas a ambos lados de la frontera, varios republicanos han utilizado el espectro de las drogas ilegales y la violencia endémica para golpear a Biden y tratar de mantener fuera a los inmigrantes. El resultado son millones de personas inocentes atrapadas: por un lado están los violentos cárteles del país, financiados en parte por los dólares estadounidenses de la droga y en parte armados con pistolas estadounidenses; por otro, unos Estados Unidos que cierran sus puertas a los mexicanos, salvadoreños, hondureños y otros inocentes que quieren escapar de esos mismos cárteles.
Seamos claros: muchos de estos migrantes, incluidos los que tienen niños, huyen de la misma violencia que ahora se ha apoderado de estadounidenses inocentes. Muchos de estos migrantes, incluidos niños, serán devueltos a las condiciones que ahora han dejado dos estadounidenses muertos. Y son los mexicanos quienes se llevan la peor parte de la violencia de los cárteles mexicanos; en El Salvador, son los salvadoreños; en Honduras, los hondureños, y así, sucesivamente. Los estadounidenses que nos visitan se salvan en su inmensa mayoría.
Es crucial que estos estadounidenses inocentes obtengan justicia. Pero sus vidas no son intrínsecamente más valiosas a causa de sus pasaportes. Ellos, junto con los millones de personas cuyos hogares se han convertido en un infierno y que se presentan en las fronteras de Estados Unidos buscando el mismo tipo de seguridad que deseamos para nuestros conciudadanos, merecían algo mejor. Su trágico destino debe ser un recordatorio de que todas las personas merecen vivir y criar a sus hijos libres de violencia.